Carol dudaba si salir y hacerlo ella. Tenía un impermeable en el armario que había junto a la puerta principal y tardaría sólo un momento… Pero entonces oyó a Tony a su espalda. Él la cogió con fuerza por la cintura y la levantó en el aire. Carol se rió mientras se volvía para besarlo.
Una mano apoyó un trapo maloliente en su boca.
Carol forcejeó, arañó la muñeca del individuo que la arrastraba hacia el interior de la cocina. Se apoyó con un pie en la pared y, aprovechando el impulso, le propinó una patada que envió al agresor contra el marco de la puerta. Él la soltó; ella cayó al suelo.
Mareada, estaba mareada porque había algo en el trapo. Apenas podía moverse, pero vio el trapo en el suelo. El hombre se llevó la mano al bolsillo, del que extrajo un sobre pequeño y una botella de plástico.
Él dejó caer un trozo de cuerda o algo parecido en el suelo, cerca de la puerta de la cocina; luego cogió la botella de plástico y vertió un líquido rojo sobre sus dedos. «Parece sangre», pensó ella, mientras él le cogía la mano y la usaba para extender el líquido rojo en la pared del pasillo.
El hombre recogió el trapo. Carol abrió la boca para gritar y aspiró el cloroformo. Lo último que oyó fue el estruendo de un trueno lejano.
Capítulo 7
Darby McCormick se hallaba en el porche trasero de los Cranmore; la luz de su linterna recorría la puerta, un modelo de acero reforzado provisto de dos cerraduras. La tormenta había amainado, pero la lluvia seguía cayendo en forma de chaparrón violento y rápido.
El detective Mathew Banville, de la policía de Belham, se veía obligado a gritar para hacerse oír, y lo hacía en un tono que indicaba a las claras que se le estaba agotando la paciencia.
– La madre, Dianne Cranmore, llegó a casa alrededor de las cinco y cuarto porque se había dejado el talonario y lo necesitaba para ir al banco a pagar la hipoteca. Cuando entró ambas puertas estaban abiertas, y entonces vio esto… -Banville usó la linterna para señalar la huella ensangrentada que había en la pared del pasillo-. La madre no encontró a su hija, pero sí al novio de ésta, Tony Marcello, tendido en la escalera, y llamó inmediatamente al nueve, uno, uno.
– ¿Quién más ha entrado aparte de la madre?
– El primer agente que llegó al escenario, Garrett, y los del equipo de urgencias. Todos entraron a través de la puerta principal para atender al novio. La madre le entregó las llaves a Garrett.
– ¿Garrett no entró por aquí?
– Para evitar que se destruyeran pruebas selló el lugar. Hemos lanzado una alerta ámbar, pero hasta el momento no hay ningún resultado.
Darby miró la hora. Eran casi las seis de la mañana. Carol Cranmore llevaba varias horas desaparecida, tiempo suficiente para estar bien lejos de Massachusetts.
En la moqueta gris había una única fibra de color tostado. Darby colocó uno de los conos de pruebas a su lado.
– No hay indicios de que hayan forzado la puerta. ¿Quién más tiene llaves de la casa?
– Estamos hablando con los ex maridos -dijo Banville.
– ¿Cuántos tiene?
– Dos, sin contar el padre biológico. Estuvieron casados durante quince minutos en el noventa y uno.
– ¿Y este amable caballero tiene nombre? -preguntó Darby mientras contemplaba el suelo de la cocina, satisfecha al ver que se trataba de cerámica. Era una superficie ideal para captar huellas.
– La madre lo llama el «donante de esperma». Ha dicho que volvió a Irlanda en cuanto se enteró de que iba a ser padre. No ha tenido noticias suyas desde entonces.
– Y luego dicen que todos los buenos están pillados. -Darby rebuscó en su maletín.
– De los otros dos ex maridos, uno vive en Chicago y el otro cerca de aquí, en la maravillosa ciudad de Lynn -dijo Banville-. El tipo de Lynn es el más interesante del lote. Su apodo callejero es LBC, de Little Baby Cool, no me preguntes por qué. En realidad se llama Trenton Andrews, y sabemos que cumplió cinco años de condena en Walpole por intento de violación de una menor, una chica de quince años. En estos momentos la policía de Lynn está buscando al señor Andrews. También investigamos a los abusadores sexuales convictos que tenemos registrados en la zona.
– Estoy segura de que debe de haber unos cuantos.
– ¿Necesitas algo más o puedo irme?
– Espera un segundo.
– Date prisa.
Darby no se tomó el acerado tono de Banville como algo personal; ese hombre trataba igual a todo el mundo. Ella había trabajado con él en dos escenas previas y había llegado a la conclusión de que era un investigador concienzudo pero de carácter arisco, por decirlo de forma suave: solía evitar el contacto visual. También se aseguraba de que la gente no se le acercara demasiado. Como ahora, que estaba apoyado en la barandilla del porche, a un metro y medio de distancia.
Ella cogió otra linterna, la pesada Mag-Lite, y la dejó en el suelo de la cocina. La enfocó en distintos ángulos hasta dar con lo que buscaba: una serie de huellas húmedas de pisadas.
– El dibujo de la suela hace pensar en una bota de hombre, del número cuarenta y seis -dijo Darby-. Se diría que nuestro hombre entró y salió por aquí. Tal vez podáis echar un vistazo al calzado preferido de LBC.
– ¿Algo más?
– Puedes irte.
Banville bajó la escalera. Darby se puso a trabajar, rodeando las huellas de bota con cinta. Cuando terminó, colocó los conos de prueba cerca de las más visibles; luego cogió el maletín y el paraguas, y salió bajo la lluvia.
Al otro lado de la calzada, sentada en la cocina de la casa de una vecina, estaba la madre de Carol. Dianne Cranmore usaba un manoseado kleenex para enjugarse las lágrimas mientras hablaba con un inspector que tomaba notas en un cuaderno. Darby apartó la mirada del rostro descompuesto de la madre y se dirigió a la puerta principal.
La atestada calle estaba iluminada por luces centelleantes de color azul y blanco. La policía seguía de servicio bajo la lluvia, dirigiendo el tráfico y manteniendo alejadas a las hordas de periodistas que se aglomeraban detrás de las vallas que cercaban la calle. El vecindario en pleno estaba despierto. Había gente mirando desde los porches, atisbando desde las ventanas, ansiosa por saber qué sucedía.
Darby se puso unas fundas encima de los zapatos y entró en la sala. Su compañero, Jackson Cooper, al que todos conocían por el sobrenombre de Coop, estaba agachado sobre un joven musculoso vestido únicamente con un calzoncillo de color negro. El cuerpo dibujaba un extraño ángulo, apoyado en la pared del enmoquetado descansillo, entre los dos tramos de escalera. Debajo de él se había formado un charco de sangre que empapaba la moqueta. Darby contó tres impactos de bala: uno en la frente y otros dos, muy próximos, en el puma que llevaba tatuado encima del corazón.
Coop señaló estos dos últimos impactos en el pecho del joven.
– Impacto doble.
– Se diría que nuestro hombre es un tirador diestro -dijo Darby.
– Si tuviera que lanzar alguna hipótesis, diría que el novio oyó algún ruido y bajó a investigar. Baja la escalera para echar un vistazo a la puerta principal, se la encuentra cerrada, y cuando está volviendo recibe dos disparos en el pecho. Entonces cae, aterriza aquí y el asesino le mete otro en la frente para asegurarse de que ya no se levanta.
– Lo que implica que nuestro hombre está acostumbrado a disparar en la oscuridad.
Coop asintió.
– No hay marcas de arañazos en las manos ni en los brazos. No tuvo oportunidad de defenderse.
– Pero su novia sí -dijo Darby, y le habló de la huella ensangrentada en la pared.
– ¿Cuál es la apuesta de Banville?