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Darby tenía dos opciones: podía entrar allí y ver si conseguía sacar a la mujer de alguna forma, o dejar que los agentes se ocuparan de ello.

Optó por apartar el cubo que bloqueaba la puerta. Cuando vio que la mujer no gritaba, se deslizó en el interior.

Capítulo 9

– Me acercaré para que podamos hablar-dijo Darby-. ¿De acuerdo?

Darby se arrastró por el suelo enfangado, lleno de restos de basura, latas de refrescos y periódicos. Percibió el olor corporal más atroz que había sentido nunca. Tosió, incapaz de soportarlo.

– ¿Estás bien, Terry? Dime que estás bien, por favor.

– Estoy bien.

Darby respiraba por la boca. Se inclinó contra el muro. Se sentó a medio metro, en el otro lado del cubo. La mujer no llevaba pantalones ni zapatos. Los huesos sobresalían de su piel.

– ¿Has visto a Jimmy? -preguntó la mujer.

Darby tuvo una idea.

– Lo vi, pero al principio no le reconocí.

– Has estado ausente mucho tiempo. Apuesto a que ha cambiado mucho.

– Así es, pero… Tengo problemas a la hora de recordar cosas. Detalles, como mi apellido, por ejemplo.

– Es Mastrangelo. Terry Mastrangelo. ¿Me presentarás a Jimmy? Después de todo lo que me has contado, es como si le conociera tanto como tú.

– Estoy segura de que estará encantado. Pero antes tenemos que salir de aquí.

– No hay ninguna salida. Sólo sitios para esconderse.

– He encontrado una salida.

– Abandona de una vez esas locas ideas. Yo lo intenté, ¿recuerdas? Ambas lo hicimos.

– He vuelto a buscarte, ¿no? -Darby se despojó del anorak y se lo tendió a la mujer-. Póntelo. Te aliviará el frío.

La mujer hizo ademán de cogerlo; luego apartó la mano.

– ¿Qué pasa?

– Tengo miedo de que desaparezcas otra vez -dijo la mujer-. No quiero que vuelvas a desaparecer de mi lado.

– Venga, cógelo. Te prometo que me quedaré contigo.

La mujer se lo pensó durante varios minutos, pero por fin tocó el anorak. El terror, el dolor, el miedo… todo pareció conjugarse. Abrazó la prenda contra su pecho, enterrando su cara en la tela y meciéndola de un lado a otro, de un lado a otro.

Había llegado la ambulancia. Estaba al fondo de la calzada sin sirenas ni luces rojas giratorias. «Gracias, Dios, por los pequeños favores.»

– ¿De verdad has encontrado una salida? -preguntó la mujer.

– Sí. Y voy a llevarte conmigo.

Todo el cuerpo de Darby le pedía a gritos que no lo hiciera, pero hizo caso omiso a la advertencia y extendió una mano.

La mujer la agarró con fuerza. Tenía dos dedos rotos, que se curvaban formando un ángulo extraño. Sus brazos estaban cubiertos de astillas.

La mujer volvía a contemplar el techo.

– Ya no hay nada que temer -dijo Darby-. Coge mi mano y saldremos por esta puerta juntas. Estás a salvo.

Capítulo 10

Para sorpresa, y alivio, de Darby, la mujer no gritó ni se puso violenta cuando salió a la calzada iluminada por luces parpadeantes. Se limitó a apretarle la mano.

– Nadie quiere hacerte daño -dijo Darby mientras iba en busca del paraguas. No quería arriesgarse a que la lluvia se llevara cualquier prueba potencial-. Te prometo que nadie va a hacerte daño.

La mujer apretó el anorak contra su cara y rompió en sollozos. Darby pasó un brazo alrededor de su cintura. Sus huesos parecían tan frágiles y delicados como los de un pájaro.

Con pasos lentos y cautos guió a la mujer hacia la ambulancia. En la puerta había dos enfermeros de Urgencias. Uno de ellos tenía una jeringuilla en la mano.

No había otra opción. Tenían que sedarla. Era mejor hacerlo allí, al aire libre, por si las cosas volvían a ponerse feas. Sería más difícil confinarla en el estrecho espacio de la ambulancia.

Ambos enfermeros rodearon a la mujer. La policía andaba cerca, lista para intervenir en caso de necesidad.

– Ya casi hemos llegado -susurró Darby-. No me sueltes y todo saldrá bien.

El enfermero hundió la aguja en la nalga de la mujer. Darby se tensó, preparándose para lo peor. La mujer ni se inmutó.

Cuando sus ojos empezaron a cerrarse, los de Urgencias se ocuparon de ella.

– No la atéis aún -dijo Darby-. Necesitaré su camisa y quiero sacar algunas fotos.

Coop andaba por allí con el equipo a punto. La ambulancia no dejaba mucho espacio para trabajar. Darby, menuda y de baja estatura, entró en ella mientras Coop se mantenía cerca de las puertas traseras. Llevaban máscaras para protegerse del hedor. La respiración entrecortada y ronca de la mujer resultaba audible a pesar del golpeteo de la lluvia en el techo de la ambulancia.

Mary Beth le cedió la cámara. Darby fotografió a la mujer tendida de espaldas, y luego se acercó para tomar fotos de los agujeros de la camiseta negra.

Con la ayuda de unas tijeras Darby practicó un corte desde el cuello de la camiseta, y luego otros dos, uno en cada sobaco. Al quitarle la camiseta, su pecho quedó expuesto. La piel pálida, surcada de gruesas cicatrices, quemaduras y cortes que no habían cicatrizado, estaba hundida por debajo de las costillas.

– Es un milagro que no haya muerto de arritmia cardíaca -dijo Mary Beth.

Darby colocó a la mujer de lado. Dobló la camiseta y la introdujo en la bolsa de pruebas que Coop sostenía en una mano.

– Busquemos marcas en las uñas -dijo Darby.

Con un algodón, Darby procedió a obtener muestras bucales de la mujer. Coop, por su parte, pasó un palillo de madera por debajo de la uña del pulgar de la mujer, pero éste se partió en dos y empezó a sangrar.

– ¿Qué coño le ha pasado? -preguntó Coop.

«Ojalá lo supiera.»

– Tomémosle las huellas dactilares -dijo Darby.

Capítulo 11

El Laboratorio de Serología es una sala ventilada, de forma rectangular, llena de estantes de losa negra que a menudo se conocen con el nombre de bancos. Los altos ventanales ofrecen una vista panorámica de verdes colinas, dos pistas de tenis idénticas y, justo debajo de éstas, un paseo de hormigón con mesas para picnic donde la gente iba a comer en los días de buen tiempo.

Leland Pratt, el director del laboratorio, estaba esperando a Darby en la puerta. Olía a champú y a colonia con aroma cítrico, que suponía un alivio después del atroz hedor a cadáver que seguía impregnando la nariz y la ropa de Darby.

– Ha salido en todos los noticiarios -dijo él, mientras la seguía al banco situado en la esquina trasera de la sala, donde Erin Walsh, la jefa de la unidad de ADN, tenía su lugar de trabajo-. ¿Quién está al cargo de la investigación?

– Mathew Banville.

– Entonces la chica está en buenas manos -dijo Leland-. ¿Qué hay de la Jane Doe [2] que encontrasteis debajo del porche?

– ¿Eso también ha salido en las noticias?

– Han pasado un vídeo en el que apareces tú ayudándola a llegar a la ambulancia. No mencionaron su nombre.

– No sabemos quién es… No sabemos nada.

Darby entregó a Erin cuatro sobres marcados.

– Sangre de la puerta de la cocina. Muestras bucales de Jane Doe. Los dos últimos sobres contienen muestras de comparación: el cepillo de dientes de Carol Cranmore y su peine. Si me necesitas, estaré al otro lado del pasillo.

– Mantenme al día de cualquier novedad -dijo Leland.

– Siempre lo hago -replicó Darby, antes de salir de Serología.

Dejó el sobre que contenía la fibra color tostado en la sección de Rastros y luego fue a ayudar a Coop.

Como la camisa estaba biológicamente contaminada con sangre y otros fluidos corporales, Darby la guardó. Luego se puso una máscara, gafas de protección y guantes de neopreno.