– ¿Que… cómo me siento?
– Sí. ¿Cómo se siente en estos momentos?
No sabía cómo le había localizado el reportero de TV4. Después de que le hicieran abandonar la habitación de Eva, fue a sentarse a la sala de espera y un cuarto de hora después apareció el periodista y le pidió permiso para hacerle algunas preguntas. El reportero, un hombre de su misma edad, tenía un brillo especial en los ojos que podía deberse a la falta de sueño o a algún tipo de maquillaje. O a la excitación.
– Me siento bien -respondió David, alzando las comisuras de los labios en una mueca que en la imagen parecía aterradora-. Pensando ya en la semi…
– ¿Perdón?
– La semifinal. Contra los cariocas…
El reportero miró al cámara y ambos intercambiaron la clave convenida: debían rodar de nuevo. El primero cambió el tono de voz, como si fuera la primera vez que decía lo que estaba diciendo.
– David, es la única persona que ha presenciado una resurrección. ¿Qué fue lo que pasó?
– Sí -respondió David-. Después de sacar la primera falta me di cuenta de que el partido era nuestro…
El reportero arrugó la frente y retiró el micrófono, hizo señas al cámara y se acercó a David.
– Disculpe, comprendo que esto tiene que ser muy duro para usted, pero ha presenciado algo que para el público… en general, ya sabe. Hay mucha gente que quiere escucharlo.
– Fuera de aquí. El periodista extendió las manos.
– De acuerdo, lo comprendo. Aquí vengo yo a aprovecharme de tu dolor para convertirlo en entretenimiento, entiendo que te pueda parecer así, pero…
David miró al reportero directamente a los ojos y empezó parlotear:
– Yo creo que tiene que ver con que hemos conseguido reunir a mucha gente que no suele venir a Suecia para tales ocasiones, no digo que no tengamos una selección fuerte normalmente, lo que puedo decir es que cuando uno tiene a Mjälby detrás defendiendo y cuando Zlatan está en tan buena forma como ha demostrado hoy…
Se llevó las manos a la cabeza, se dejó caer y se acurrucó en el sofá, cerró los ojos mientras continuaba:
– … entonces es casi imposible ganar… No, qué digo, quiero decir no ganar, por supuesto, yo lo tuve claro desde el momento en que salimos al campo…
El periodista se levantó, hizo un gesto al cámara para que grabara a David mientras, hecho un ovillo, seguía salmodiando su letanía en aquella sala vacía.
– … y yo le dije a Kimpa: «Vamos a por ellos», y él sólo asintió tal que así, y yo pensé en ese gesto que había hecho cuando él me tiró ese pase largo y yo se la pasé a Henke…
Se retiraron alejando la cámara. La imagen quedó bien.
David Zetterberg se calló en cuanto escuchó que se cerraba la puerta, pero siguió en la misma posición. Jamás volvería a ser persona. Así se veían las cosas desde el lado oscuro. Los desastres provocados por el hambre, las víctimas de torturas, las ejecuciones en masa. La otra cara del mundo, aquella que las personas afortunadas lamentaban, por la que tenían mala conciencia y a la que no tenían acceso. Esa oscuridad con la que él había coqueteado a veces en sus textos. En teoría, sin experiencia.
El reportero se encontraba en el lado iluminado del mundo, y por lo tanto era absurdo hablar con él. No había palabras. David se apretó los ojos con las palmas de las manos hasta ver estrellas rojas. Lo terrible era que Magnus aún estaba en el mundo de las luces. Dormía en casa de la abuela y no sabía nada. Dentro de unas horas, David tendría que ir allí y dejar entrar las sombras.
«Eva, ¿qué voy a hacer?».
Ojalá pudiera pedirle consejo a ella, aunque sólo fuera en este asunto: ¿cómo debía decírselo a Magnus?
Pero ahora eran otros quienes le formulaban preguntas a ella. Sobre otras cosas.
Después de que se aplacara el caos inicial en el hospital, los médicos se mostraron tremendamente interesados por el hecho de que Eva pudiera hablar. Evidentemente era uno de los pocos resucitados capaces de hacerlo. Aquello podía tener relación con que ella había fallecido poco antes de que despertaran, o con otra cosa. Nadie lo sabía.
Él no se había sentido especialmente sorprendido al enterarse de lo que pasaba en el depósito de cadáveres. Le pareció tan absurdo, imposible y consecuente como todo lo demás. Aquella noche el mundo había sido arrojado a las tinieblas, entonces ¿por qué no iban a poder despertarse los muertos también?
Después de un espacio de tiempo imposible de calcular se levantó, salió al pasillo y dobló la esquina; se dirigía a la habitación de Eva, pero se detuvo. Había un montón de gente congregada delante de la puerta cerrada; pudo distinguir un par de cámaras de televisión, y micrófonos.
«Querida mía…».
Cada vez que había visto caer una estrella, cada vez que había jugado a algún juego en el que hubiera que formular un deseo en silencio, él había deseado:
«Haz que siempre ame a Eva, no dejes que mi amor por ella se debilite nunca».
Para él era ella quien llenaba el cielo y hacía del mundo un lugar habitable. Para las personas reunidas en el pasillo ella era un objeto, una noticia, una fuente de información. Pero los médicos eran ahora los dueños de Eva. Si se acercaba, se abalanzarían sobre él.
Encontró una sala de espera al fondo del pasillo, donde se sentó y se quedó mirando fijamente una lámina de Miró hasta que las figuras empezaron a deslizarse, a moverse fuera del marco del cuadro. Entonces fue a preguntar a un médico que no sabía nada ni podía dar ninguna información, pero no, no se permitían visitas.
David volvió junto al Miró. Cuanto más observaba las figuras, más hostiles le parecían. Dejó de mirarlas y se puso a contemplar la pared.
Täby Kyrkby, 00:52
Cuando Flora volvió de llamar por teléfono, parecía como si hubiera visto un fantasma por segunda vez aquella noche. Se dirigió a la puerta del dormitorio y estuvo escuchando.
– ¿Qué? -le preguntó su abuela-. ¿Te han creído?
– Sí -contestó la nieta-. Sí, claro.
– ¿Van a mandar una ambulancia?
– Sí, pero… -La chica se sentó al lado de Elvy en el sofá, haciendo sonar la cucharilla contra la taza-… podría tardar un poco. Tenían mucho trabajo… en estos momentos.
Elvy le cogió la mano con delicadeza para que dejara de hacer tintinear la cucharilla.
– ¿Y eso? ¿Qué te han dicho?
Flora sacudió la cabeza e hizo girar la cucharilla entre los dedos.
– Está pasando por todas partes. Se han despertado varios cientos. Tal vez miles.
– No.
– Sí. Me han dicho que ahora están fuera todas las ambulancias… para recogerlos. Que nosotras no debíamos intentar hacer nada, que no debíamos… tocarlo y eso.
– ¿Y eso por qué?
– Porque podría producirse algún tipo de contagio o algo. No lo sabían.
– ¿Qué tipo de contagio?
– Que no tenía ni la menor idea, eso es lo que me ha dicho.
Elvy volvió a hundirse en el sofá, se quedó contemplando el jarrón de cristal que Margareta y Göran les habían regalado a Tore y a ella cuando celebraron sus cuarenta años de casados. Orrefors. Horroroso. Probablemente, carísimo. Unas flores mustias llegadas con algún mensaje de pésame colgaban a media asta de los bordes.
Empezó como un cosquilleo en las comisuras de los labios, un temblor en los labios. Luego, las comisuras, movidas por un impulso irresistible, se contrajeron hacia arriba poco a poco, hasta que una amplia sonrisa invadió el rostro de Elvy.
– ¿Abuela? ¿De qué te ríes?
Elvy quería reírse a carcajadas. No. Más. Quería saltar del sofá, dar un par de pasos de baile y reír. Pero Flora echó la cabeza hacia atrás un par de centímetros, como suele hacerse ante un fenómeno extraño, y Elvy se llevó la mano derecha a la cara para borrarse mecánicamente la sonrisa. Las comisuras de los labios querían volver a alzarse, pero haciendo un esfuerzo consiguió ponerlas en su sitio. Nada de asustar.