Por la pesadez de cabeza, Flora se dio cuenta de que había dormido pocas horas, cuando la despertaron unos ruidos en la habitación contigua. Se puso de pie en la cama y miró a través de la mirilla. Un individuo de aspecto árabe e inusualmente bien vestido para esa zona estaba sacando una bicicleta. Flora no estaba segura, pero creyó reconocerle: era el hombre que solía sujetar una pancarta publicitaria en la calle Drottningsgatan.
Cogió su bici y se fue, cerrando la puerta al salir. Peter había dado llaves sólo a quienes le alquilaban el sitio a él. Costaba veinte coronas al mes guardar la bici en aquel cuarto cerrado y vigilado. Por supuesto, el alquiler no ofrecía ninguna garantía si la policía efectuaba una redada y se llevaba las bicicletas.
Flora volvió a acostarse, pero no pudo dormirse. Se quedó mirando alternativamente el techo, el rectángulo ahora amarillo resplandeciente y la cara llena de espinillas de Peter, que descansaba sobre la almohada. Después de una hora se levantó y puso a calentar en el infiernillo el agua para el té.
El silbido del aparato despertó a Peter, que se sentó en la cama y miró a la ventana en vez de al despertador para saber qué hora era, y concluyó:
– Pronto. -Y volvió a tumbarse en la cama.
Flora dejó que las bolsas de té reposaran el tiempo suficiente dentro del agua caliente, luego echó la infusión en dos tazas, puso dos cucharaditas de azúcar en cada una y se fue con ellas a la cama.
– Lo que me contaste cuando viniste… -dijo Peter después de beber un par de sorbos.
– ¿Sí?
– ¿Es verdad?
– Sí.
Él asintió, moviendo la taza de té de un lado a otro, luego dijo:
– Bien. -Se levantó, se puso otra cucharadita de azúcar y volvió a la cama. Había temporadas que vivía a base de té y azúcar.
– ¿Te parece que está bien? -le preguntó Flora.
– Por supuesto.
– ¿Por qué?
– No sé. ¿Hay más té?
– No. Se ha terminado el agua.
– Luego iremos a buscar.
Peter se levantó para hacer pis. Se le marcaban las costillas con toda claridad, como si tuviera la piel más fina que el resto de la gente. El chico quitó la bayeta húmeda del cubo de hacer pis, se puso de rodillas e inclinó el cubo para no salpicar. Un leve murmullo del chorro contra el metal. Flora era incapaz de utilizar el cubo. Cuando estaba allí, solía hacer sus necesidades en los retretes públicos que había fuera, pues el ayuntamiento, aunque no quería reconocer la existencia de Heden, había colocado allí varios aseos públicos hacía un par de años, y los vaciaba puntualmente, eso después de que las zonas de bosque de los alrededores hubieran quedado apestadas de papel higiénico, olor a mierda y plantas quemadas por la orina.
– Está bien que la policía tenga otras cosas que hacer -dijo Peter-. Y está bien que ocurra algo así. Debía pasar algo por el estilo.
– Pero es raro, ¿no? -repuso Flora.
– A mí me parece que lo raro es que no haya sucedido antes. ¿Vamos a por agua?
Se vistieron y Peter sacó el motocarro. Medio año le había llevado restaurar y reparar el montón de chatarra que se encontró abandonado y desguazado en mitad del bosque. La verdad era que sólo había podido aprovechar el chasis y las ruedas. A base de buscar y cambiar piezas de otras motos, había conseguido que el motocarro funcionara, además lo había pintado con un spray de color plata metalizado y sobre el depósito de gasolina había escrito «La flecha de plata» con letras negras. Era la única de sus pertenencias de la que realmente se preocupaba. (Si Flora se imaginaba a Peter como Snusmumriken [6], la moto sería su armónica).
Ella cogió el bidón del agua, se sentó en el carro y dieron una vuelta por la zona; recogieron tres bidones que estaban colocados fuera de las puertas. Ése era todo el negocio de Peter: cuidaba las bicicletas y traía y llevaba cosas, entre ellas el agua. Con las mil coronas largas que ganaba con ello al mes, se costeaba la comida en un supermercado de Överskottsbolaget. A veces, los dueños de los puestos de fruta de la plaza de Rinkaby le daban alguna caja con las sobras a la hora de recoger el puesto.
Salieron dando tumbos por el campo, siguieron por Akallavägen y Peter llenó los bidones en la estación de servicio de Shell. Eran casi las nueve y las portadas de los periódicos ya estaban a la vista.
LOS MUERTOS DESPIERTANGRAN REPORTAJEGRÁFICO DELA CONMOCIÓNDE ESTA NOCHE
LOS MUERTOS DESPIERTAN2.000 SUECOS HAN SALIDO ESTA NOCHE DE SUS TUMBAS
El periódico que prometía un reportaje gráfico en el interior llevaba una foto en la portada de lo que parecía una pelea. Algunas personas vestidas de blanco luchaban con ancianos desnudos entre mesas de acero. La otra parecía más el típico cartel de película de terror: unos cuantos viejos con sudarios andaban entre las lápidas.
– Mira -dijo Flora.
– Sí -contestó Peter-. ¿Me ayudas con los bidones?
Entre los dos cargaron los cuatro bidones de veinte litros cada uno. Flora miró a su alrededor y no pudo evitar una punzada de decepción. Todo parecía como siempre. El sol de la mañana lucía lánguido sobre la gente que llenaba los depósitos de gasolina o caminaba por las aceras. Entró en la tienda de la gasolinera y compró los dos periódicos. La dependienta le cobró sin decir nada. Al salir vio a un viejo agachado junto a su coche poniendo aire en las ruedas.
«Como si nada…».
Peter arrancó el motor y ella se subió al carro para sujetar los bidones mientras atravesaban los campos llenos de baches. No se veía ninguna señal en ningún sitio de que el mundo se había ido a pique aquella noche.
Ella había visto la trilogía de los muertos vivientes [7] de George Romero, y aunque no era eso lo que se esperaba, pues, al menos… algo, algo más, cualquier cosa, algo más que convertirse sólo en un nuevo culebrón de los periódicos vespertinos. Peter no preguntaba nada ni se ponía nervioso. Por eso había ido a verle; para escapar, pero ahora, allí sentada, agarrando los bidones en medio del traqueteo del motocarro, casi echaba de menos la ciudad, la escuela, la histeria que suponía debía de reinar allí.
«Imagínate, ¿y si no pasa nada más? Si sólo es tema de conversación durante una semana y luego… nada».
Flora dio un puñetazo a uno de los bidones y parpadeó al sentir el escozor de las lágrimas en los ojos. Volvió a golpear el bidón. Peter no le preguntó el motivo.
Industrigatan, 07:41
– ¿Qué te ocurre, corazón? ¿Estás enfermo?
– No, es sólo… que he dormido mal.
– ¿Y qué tal te fue en Norra Brunn?
– No hubo espectáculo por lo de la luz. Ahora debemos irnos.
David tendió la mano a Magnus por delante de su madre. El niño esbozó una amplia sonrisa y dijo:
– ¡Estuve mirando la tele hasta las diez y media! ¿A que sí, abuela?
– Sí -admitió ella con una sonrisa de mala conciencia-. Como no se podía apagar, y yo tenía un dolor de cabeza tan…
– A mí también me dolía, es verdad -le interrumpió Magnus-. Pero estuve mirando la tele igual. Pusieron Tarzán.
Su padre asintió con un gesto mecánico. Por la cabeza, por detrás de los ojos, le corría lava granulada. Si permanecía allí un minuto más iba a darle un ataque, iba a explotar. No había pegado ojo en toda la noche. Hasta las seis no le habían comunicado que Eva había sido trasladada al Instituto Anatómico Forense. Él había intentado en vano hablar con alguien, luego se fue a casa, allí se había lavado la cara con agua fría y escuchado los mensajes del contestador.