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Empezaron en casa de sus vecinos, los Soderlund. Elvy sabía que él era un jefecillo en Pharmacia, la mujer era bibliotecaria y cobraba una jubilación anticipada. Llevaban mucho tiempo viviendo allí, pero Elvy no había tenido apenas contacto con ellos.

Abrió la puerta el marido. Lucía un jersey a cuadros, bigote y un poco de barriga, y era medio calvo; en otras palabras, que con su físico habría tenido una oportunidad como presentador de los concursos televisivos tan populares en los años noventa.

Elvy no se había preparado, confiaba en que llegaría la inspiración cuando fuera el momento. El hombre la reconoció y le sonrió amistosamente.

– Bueno, pero si es la señora Lundberg…

– Sí -dijo Elvy-, y ésta es Hagar.

– Ah, bien. Buenas tardes. -El hombre se quedó mirando a Elvy y a Hagar-. ¿En qué puedo ayudarles?

– ¿Podemos pasar? Tenemos algo importante que contar.

El vecino alzó las cejas y echó una mirada por encima del hombro como para comprobar si realmente podía dejarlas pasar. Se volvió de nuevo hacia ellas, parecía que estaba a punto de preguntarles algo, pero sólo dijo:

– No faltaba más, adelante.

Cuando Elvy pasó a la entrada con Hagar detrás, el hombre hizo un gesto apuntando a la frente de Elvy:

– ¿Ha sufrido un accidente?

Elvy negó con la cabeza.

– Al contrario.

La respuesta no satisfizo al hombre, que arrugó el ceño y dio un paso atrás para dejarlas pasar, y se quedó luego con las manos en el estómago. La entrada estaba decorada con mucho gusto, al detalle, lo que no coincidía para nada con el estilo de él y probablemente había sido obra de su mujer.

– ¡Qué bonito lo tienen! -exclamó Hagar.

– Sí, bueno… -El hombre observó a su alrededor; quedó claro que él era de otra opinión-. Tiene un… cierto estilo.

– ¿Perdone?

Elvy miró enojada a Hagar mientras él repetía lo que acababa de decir. Luego se quedó a la espera. Antes de que Elvy hubiera decidido lo que iba a decir, las palabras se le escaparon de la boca.

– Hemos venido para prevenirlos.

El hombre adelantó la cabeza un poco.

– ¿Ah, sí? ¿Y de qué?

– Del regreso de Cristo. -El hombre abrió los ojos de par en par, pero antes de que pudiera decir algo, Elvy continuó-: Los muertos se han despertado, eso sí que lo sabrá.

– Sí, pero…

– No -le interrumpió Elvy-, nada de peros. Mi marido ha regresado esta noche, lo mismo que ha ocurrido en todas partes. Los expertos no saben cómo explicarlo, «imposible, inexplicable», dicen todos, pero está totalmente claro y siempre hemos sabido que iba a suceder. ¿Piensan ustedes quedarse aquí mano sobre mano, fingiendo que es un fenómeno cualquiera?

La señora de la casa salió de la cocina, secándose las manos con un paño. Elvy oyó a sus espaldas cómo se saludaban ella y Hagar.

– Y… ¿qué es lo que quieren? -inquirió él.

– Queremos… -Elvy levantó la mano, y sin pensarlo hizo el signo de la paz, el pulgar contra el interior del dedo anular y los otros dedos extendidos-. Queremos que crean en Cristo.

El hombre miró a su mujer ligeramente azorado. La esposa respondió a su mirada con un gesto que parecía indicar más bien que aquélla era una propuesta ante la que había que definirse. El hombre sacudió la cabeza.

– Mis creencias serán cosa mía.

Elvy asintió.

– Por supuesto, pero mirad a vuestro alrededor. ¿Podéis interpretar sensatamente todo lo que está ocurriendo de otra manera?

La esposa se aclaró la voz.

– Yo creo que uno debe…

– Espera un poco, Matilda. -El hombre hizo un gesto para acallar a su mujer y se volvió hacia Elvy-. ¿Por qué lo hacéis? ¿Qué es lo que queréis?

Antes de que Elvy pudiera contestar, dijo Hagar:

– María se le ha aparecido a Elvy y le ha pedido que lo haga. Tiene que hacerlo. Y yo también, porque yo creo en ella. Y en Jesús.

Elvy asintió. Fue entonces cuando se dio cuenta de cuál era realmente la utilidad de llevar con ella a Hagar. Como Nuestro Señor Jesús, sin ir más lejos, había tenido a Pedro, la piedra.

– No pedimos nada -dijo Elvy-. Vosotros podéis hacer lo que queráis. No obligamos a nadie, no podemos obligar a nadie. Sólo queremos avisarles de que quizá estén a punto de cometer un error terrible si se alejan de Dios ahora cuando… cuando tenemos todas las pruebas.

La mujer miró angustiada a su marido como si Elvy y Hagar estuvieran ofreciéndoles una vacuna contra una enfermedad que estaba causando estragos y supusiera que su marido iba a rechazarla.

Y así fue. El esposo meneó la cabeza, enfadado, pasó por delante de Elvy y Hagar y abrió la puerta de la calle.

– A mí me parece que suena más como una amenaza. -Hizo un gesto con la mano indicándoles que le parecía que debían irse-. Y espero que les vaya bien. Hay muchas almas confundidas.

Elvy y Hagar salieron al porche. Antes de que él tuviera tiempo de cerrar la puerta, Elvy insistió:

– Si cambian de opinión… mi casa está abierta, todo el tiempo.

El hombre cerró de un portazo.

* * *

Cuando estuvieron de nuevo en la calle, Hagar sacó la lengua en dirección a la casa que acababan de visitar.

– Pues esto no ha salido muy bien. -Miró a Elvy, que se había puesto la palma de la mano en la frente-. ¿Qué te pasa?

Elvy cerró los ojos.

– Siento algo más raro en la cabeza.

– Es la tormenta -dijo Hagar señalando al cielo con la punta del paraguas.

– No. -Elvy puso la mano en el hombro de su amiga y se apoyó en él. Ésta la cogió del brazo.

– Pero querida, ¿qué te pasa?

– No puedo… -Elvy se llevó la mano a la frente-. Es como si… como si alguien se adueñara de mí. Otra voz. Para que yo diga esas cosas… «Mi casa está abierta». No había pensado decir eso. No se me habría ocurrido. Sólo… me salió.

Hagar se inclinó hacia delante, examinó la frente de Elvy como si fuera a encontrar allí algún tipo de entrada, pero sólo vio la tirita. Frunció los labios y dijo:

– Piensa en los apóstoles. Ellos podían hablar así de repente cualquier idioma. Que tú tengas un poco de inspiración tampoco es tan raro después de que se te haya aparecido la virgen, ¿no?

Elvy asintió y se irguió.

– No. Supongo que no.

– Entonces, ¿vamos a seguir? -Hagar saludó con la cabeza en dirección a la casa, desde donde ahora el hombre las miraba a través de la ventana-. Ahí dentro no había más que ramas secas.

Elvy sonrió pálidamente.

– El Señor ha hecho milagros más grandes que hacer que crezcan brotes de un árbol muerto.

– Eso es verdad, sí -dijo Hagar-. Ya estás otra vez en forma.

Siguieron caminando.

Bondegatan, 18:30

Flora estaba sentada enfrente del ordenador cuando sus progenitores volvieron a casa. Había entrado en un chat de discusión cristiano y había defendido un punto de vista satánico en el tema de los zombis, también les había contado que en su parroquia en Falköping ahora celebraban misas negras con el propósito de acelerar la llegada de Belcebú. Lo más divertido fue al principio, cuando los otros todavía pensaban que era una devota de la iglesia pentecostal que había visto la luz o la oscuridad, cuando trataban de convencerla para que volviera al buen camino, pero ella había ido demasiado lejos y estaba perdiendo la credibilidad justo cuando se abrió la puerta de casa y Margareta gritó: