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Primer ministro: Disponemos de informes médicos que aseguran que el estado de los redivivos no es en absoluto tan crítico como se creía en un primer momento. Muchos de los tratamientos que se pusieron en funcionamiento al principio se han mostrado innecesarios.

Periodista: ¿Cómo pueden estar seguros?

[Pausa]

Primer ministro: En realidad, esas preguntas debería haberlas contestado Sten Bergwall, que era el coordinador de los traslados. Yo sólo puedo decir que tenemos garantías.

Periodista: ¿Lo de Sten Bergwall ha sido un suicidio?

Primer ministro: Sería indigno hacer especulaciones, y no pienso hacerlas.

Periodista: ¿No es ésta una medida bastante desesperada?

Primer ministro: Vaya. Ahí está usted de nuevo. ¿Qué espera que le responda a esa pregunta?

Periodista: ¿Por qué no se deja entrar allí a nadie?

Primer ministro: En breve, los familiares tendrán la posibilidad de visitar a sus redivivos. Esta medida ha tardado demasiado tiempo. Lamento que haya sido así.

Periodista: ¿Es ésta una resolución para evitar una moción de censura?

Primer ministro: [Suspira] Mi gobierno y yo somos capaces de tomar decisiones sin necesidad de recibir presiones más propias de la mafia. Ha sido imposible autorizar la entrada de visitas antes. Permitimos las visitas ahora que existe esa posibilidad.

CARTA HALLADA EN EL DESPACHO DE STEN BERGWALL

Constato con enorme tristeza que todo se va al garete. Yo no puedo responder por una decisión que, en el fondo, siento que es errónea. Una decisión que va a conducir a una catástrofe.

Estoy cansado como no lo había estado nunca. Me tiembla la mano que sujeta el bolígrafo y me cuesta mucho pensar. Los pensamientos fluyen con dificultad.

¿Podríamos haber actuado de otra manera?

Los redivivos están siendo tratados como si fueran vegetales, sin voluntad ni pensamientos. Eso es un error. Son medusas. Su comportamiento está controlado por su entorno. Tienen voluntad, la de quienes piensan en ellos. Nadie quiere aceptar esto.

Deberíamos aislarlos totalmente. Deberíamos destruirlos. Quemarlos. En vez de eso ahora van a soltarlos. Exponerlos a los pensamientos incontrolados de la gente. Esto va a salir mal. Yo no quiero presenciarlo cuando ocurra.

Si mis piernas son capaces de llevarme hasta el metro, ahora me dirijo allí.

LUNCHEKOT, 12:30

el portavoz de prensa asegura que en estos momentos la situación en Heden se encuentra bajo control, y que los familiares que deseen visitar a sus redivivos podrán hacerlo desde mañana a las 12.00.

FRAGMENTO DE COSAS DEL CASTOR BRUNO (EN PROCESO DE EDICIÓN)

pero la luna se alejaba con cada piso que Bruno construía en la torre. Bruno alargó la pata y la posó en la luna. Él intentó determinar si era rugosa o lisa, pero sólo sintió aire. La luna se hallaba tan lejos como cuando empezó a edificar la torre.

(…)

La torre tenía ya catorce pisos y medía más que el árbol de mayor altura. Cuando Bruno se sentó en lo alto pudo divisar las montañas a lo lejos. Algo se movió en el lago, bajo sus pies. Abajo, al fondo, vio al Señor del Agua deslizándose alrededor de los postes de la torre. Bruno levantó las patas y cerró los ojos.

(…)

Por la noche Bruno vio que había dos lunas. Una arriba en el cielo y otra abajo en la superficie del agua. No podía alcanzar la de arriba y no se atrevía a coger la de abajo, pues era la luna del Señor del Agua.

17DE AGOSTO

Donde hay cadáveres, se congregan los buitres

All that we hope is, when we go

Our skin and our blood and our bones

Don't get in your way, making you ill

The way they did when we lived

MORRISSEY,

There is a place in hell

for me and my friends.

They'll never be good to you

Or bad to you

They'll never be anything

Anything at all

MARILYN MANSON,

Mechanical animals.

Svarvargatan, 07:30

Dosminutos antes de las 7:30 David ya estaba esperando en la entrada, al lado de la puerta. A y media en punto oyó que subía el ascensor, y después unos golpecitos sigilosos. Tanto disimulo era innecesario. Había oído que Magnus estaba despierto, pero un poco de secretismo era lo propio de un cumpleaños. Por lo menos a los nueve años.

Sture, el suegro de David, estaba en el rellano de la escalera con un cesto para gatos en la mano. Era raro ver a Sture vestido con algo que no fueran sus pantalones de carpintero y el jersey de abuelo, pero ahora llevaba una camisa de cuadros rojos y anaranjados, y unos pantalones de corte algo estrechos. Iba vestido.

– Sture, bienvenido.

– Sí. Hola.

Sture alzó el cesto ligeramente e hizo un gesto con la cabeza.

– Bien -dijo David-. Pasa, pasa.

Sture medía uno noventa de alto y era ancho de hombros, por lo que su presencia transformó un apartamento amplio de dos habitaciones en una celda holgada. Sture requería espacios amplios a su alrededor, árboles. Nada más cruzar la puerta hizo algo muy inesperado: dejó la cesta para gatos y abrazó a David.

No fue un abrazo para buscar consuelo ni para darlo, sino más bien la confirmación de un destino compartido. Como un apretón de manos. El recién llegado envolvió a David en un abrazo, lo retuvo así cinco segundos y luego lo soltó. David no tuvo tiempo de decidir si apoyar o no la mejilla en su pecho. Sólo cuando Sture le soltó se dio cuenta de que había sido agradable.

– Sí -afirmó Sture-. Es así.

David asintió sin saber muy bien qué responder. Abrió un poco la tapa del cesto. Había un conejillo gris agazapado en el fondo, mirando a la pared, junto con unas hojas de lechuga en un rincón y un montón de bolitas negras en el otro. El tufillo agrio que sabía que pronto iba a impregnar el apartamento llegó hasta su nariz.

Sture cogió al animal entre las manos; parecía estar en un nido en esas manos tan grandes.

– ¿Tienes la jaula?

– Mi madre la traerá -respondió David.

Sture acarició las orejas del conejo. Tenía la nariz más roja que la última vez que lo había visto, y bajo la piel de las mejillas corría una red de vasos capilares. David percibía un olor a whisky, probablemente de la noche anterior. Sture no se sentaría bebido al volante de ninguna de las maneras.

– ¿Te apetece un café?

– No me vendría mal, gracias.

Se sentaron a la mesa de la cocina. El conejo aún descansaba en las manos de Sture, seguro y confiado. Movía el hociquillo como tratando de comprender su nuevo destino. Sture tomaba su café con el azucarillo a la vieja usanza, y no sin ciertas dificultades al tener una mano ocupada. Estuvieron un rato en silencio. David oía a su hijo removerse en la cama. Seguramente tenía ganas de hacer pis, pero no quería salir de su habitación y romper la magia del momento.

– Eva está mucho mejor -comentó David-. Mucho mejor. Hablé con ellos ayer y dicen que… se han producido progresos enormes.