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– Sal un momento -le pidió.

Flora lo hizo encantada. El apartamento olía a desayuno y a pan tostado, como un recordatorio aciago de una felicidad inexistente. Además Flora fumaba casi exclusivamente cuando estaba con Maja, y ahora le apetecía echarse un pitillo.

Deambularon sin rumbo por las calles mientras Maja se fumaba el primer cigarrillo de la mañana y Flora daba un par de caladas.

– Nosotros hemos estado hablando de hacer algo en Heden -dijo su amiga mientras le pasaba el cigarrillo.

– ¿Nosotros?

– Sí, en el partido.

Maja pertenecía a una facción de Ung Vänster, las nuevas generaciones del Partido Comunista; eran sobre todo chicas, y les gustaba dárselas de originales. Cuando el periódico Café celebró su décimo aniversario en el barco Patricia, arrojaron diez cubos de cola de empapelar en el muelle delante de la plataforma de acceso y colocaron un carteclass="underline" «¡PRECAUCIÓN! ¡ESPERMA!». Los invitados tuvieron que vadear aquella plasta grisácea hasta que con grandes dificultades consiguieron limpiarla.

– ¿El qué? -preguntó Flora, devolviéndole el cigarrillo sin fumar. Ya había tenido suficiente.

– Pero… lo que están haciendo es una locura -exclamó Maja, apartando ostensiblemente la mirada de una chica que iba en plan súper Buffy con pantalones blancos de lino y que estaba dando su paseo matinal con un perro de adorno-. Primero les utilizan como conejillos de Indias y ahora van a encerrarlos en un gueto de mierda.

– Es verdad -dijo Flora-. Pero ¿cuál es, exactamente, la alternativa?

– ¿La alternativa? No importa nada cuál sea la alternativa. Eso está mal. Hay que criticar a la sociedad…

– … por cómo trata a los más débiles -añadió Flora-. Sí, eso ya lo sé, pero…

Maja agitó la mano del cigarrillo con irritación.

– Nunca ha existido un grupo más débil que los muertos. -Se echó a reír-. ¿Cuándo ha sido la última vez que oíste que los muertos hicieran valer sus derechos, eh? Están indefensos y el poder puede hacer con ellos lo que quiera. Y es lo que van a hacer. ¿Leíste lo que escribió en Dn esa vieja filósofa o lo que fuera?

– Sí -contestó Flora-. A mí también me parece que está mal, llevas razón, tranquilízate, pero me pregunto…

– Las preguntas puede hacérselas uno después. Se identifica el fallo y se hace algo al respecto. Tan pronto como aparece algo nuevo el tema es quién tiene poder para aprovecharse de ello. Imagínate que consiguen un remedio contra la muerte, de acuerdo. ¿Para qué crees que van a usarlo? ¿Para que la población de África viva eternamente? No lo creo. Primero dejarán morir de sida a todos los negros, después ya veremos qué podemos hacer con África. Date cuenta de que la propagación del virus en principio está controlada por industrias farmacéuticas estadounidenses. -Maja meneó la cabeza-. Me apostaría algo a que también vendrán a meter las narices en Heden.

– Yo había pensado ir allí cuando abran -dijo Flora.

– ¿Adónde? ¿A Heden? Te acompaño.

– No creo que te dejen pasar. Sólo son los allegados los que…

– Ahí lo tienes, una cosa como ésa. ¿Cómo puedes demostrar que eres allegado, eh?

– No sé.

Maja apagó el cigarrillo dándole vueltas entre el índice y el pulgar. Se detuvo, ladeó la cabeza y se quedó mirando a Flora con los ojos entornados.

– ¿Y a qué vas tú allí?

– No sé. Es sólo que… que tengo que ir allí. Debo ver qué pasa.

– A ti te interesa mucho todo esto de la muerte.

– ¿Y no nos interesa a todos en realidad?

Maja se quedó mirándola y al cabo de un par de segundos dijo:

– No.

– Te digo yo que sí.

– No.

Flora se encogió de hombros.

– No sabes lo que dices, la verdad.

Maja sonrió burlona y lanzó la colilla describiendo un arco hacia un contenedor de basura. Y acertó, por increíble que pudiera parecer. Flora aplaudió y Maja le puso la mano encima del hombro.

– ¿Sabes lo que eres?

Flora negó con la cabeza.

– No.

– Un poco pretenciosa. Eso es bueno.

Siguieron dando vueltas y charlando otro par de horas. Después se despidieron, y Flora cogió el metro en dirección a Tensta.

TäbyKyrkby,09:30

– Debemos aprovechar la ocasión de predicar cuando se va a juntar tanta gente.

– ¿Crees que va a escucharnos alguien?

– Estoy convencido de ello.

– ¿Cómo van a oírnos?

– Habrá altavoces.

– ¿Crees que nos van a dejar usarlos?

– Vamos a ver: cuando Jesús expulsó a los mercaderes del templo, ¿creéis que les pidió permiso? ¿Les dijo acaso: «Perdonadme, quería volcaros un poco las mesas»?

Las demás se rieron y Mattias cruzó los brazos sobre el pecho, satisfecho. Elvy estaba con la cabeza apoyada en el marco de la puerta de la cocina mirándolos allí sentados mientras discutían la estrategia del día. Ella no participaba. Los últimos días había luchado contra un agotamiento fruto de la falta de sueño, y esa falta de sueño surgía de las dudas.

Permanecía despierta por las noches, luchando por mantener viva su visión, por evitar que palideciera y se convirtiera en una imagen entre tantas. Tratando de comprender.

«Su única salvación es acercarse a mí…».

Después del relativo éxito de la primera tarde, la pesca de almas había ido peor. Pasado el primer impacto, la gente estaba menos dispuesta a entregarse a la causa cuando se vio que, pese a todo, la sociedad era capaz de manejar la situación. Elvy sólo había participado el primer día, el segundo se sintió demasiado cansada.

– ¿Qué crees tú, Elvy?

La cara redonda e infantil de Mattias se volvió hacia ella. A Elvy le llevó un par de segundos entender qué le estaba preguntando. Siete pares de ojos se le quedaron mirando. Mattias era el único hombre del grupo. Aparte de él, estaban Hagar, Greta, la vecina y la otra mujer que llegó la primera tarde -Elvy no recordaba su nombre-, además de dos hermanas, Ingegerd y Esmeralda, que eran amigas de la mujer de la cual no recordaba el nombre. Ésos eran los que se habían dado cita para el desayuno. Otros simpatizantes se unirían más tarde al grupo.

– Yo creo… -dijo Elvy-. Yo creo… No sé lo que creo.

Mattias frunció el entrecejo. Respuesta equivocada. Elvy se frotó distraída la cicatriz de la frente.

– Podéis decidir vosotros lo que creáis que va a ser mejor, y entonces… y entonces, pues hacemos eso. Yo voy a tener que ir a acostarme.

Mattias consiguió darle alcance delante de la puerta del dormitorio. Le puso la mano en el hombro, suavemente.

– Elvy. Ésta estu creencia,tu aparición. Por ella estamos aquí.

– Sí. Lo sé.

– ¿Es que ya no crees en ella?

– Sí. Es sólo que… no me siento realmente con fuerzas.

Mattias se acarició la mejilla con la mano deslizando su mirada sobre el rostro de Elvy. De la herida a los ojos, de los ojos a la herida.

– Yo creo en ti. Creo que tienes una misión y que es importante.

Ella asintió.

– Sí. Es sólo que… no sé muy bien lo que es.

– Tú acuéstate, que nosotros organizaremos esto. Salimos dentro de una hora. ¿Has visto las octavillas?

– Sí. -Mattias se quedó callado, esperando algo más. Elvy añadió-: Han quedado muy bonitas.

Entró en el dormitorio y cerró la puerta. Se metió debajo de la colcha sin desvestirse y se arropó con ella hasta la nariz. Pasó la mirada por la habitación. No había cambiado nada. Se puso las manos delante de los ojos, a unos centímetros.