La mitad del rostro ya no estaba cubierto por un vendaje. Lo habían sustituido por una gruesa malla tubular que sujetaba el apósito de gasa y resaltaba aún más las secuelas del accidente. La chaquetilla azul del hospital se hundía en un lado del pecho. De la cabeza le salían unos cuantos cables conectados a la máquina colocada sobre la mesilla. La cama estaba levantada en la posición para sentarse y Eva mantenía las dos manos sobre la manta del hospital; su único ojo miraba hacia la puerta por la que habían entrado.
David y Magnus se acercaron despacio, David notó que Magnus estaba tenso y alerta. El ojo de Eva ya no ofrecía aquel aspecto que tenía cuando él la vio en el hospitaclass="underline" la película gris había desaparecido totalmente y se diría que el ojo estaba casi completamente sano. Casi. Sin embargo, ella parecía haber adelgazado muchos kilos durante los últimos días; la mejilla sana había perdido su redondez y ahora aparecía hundida en el hueco de la boca. Cuando levantó las comisuras de los labios tratando de esbozar una sonrisa, lo que le salió fue más bien una mueca.
– David -dijo ella-. Magnus. Mi niño.
La voz conservaba algo de su carácter silbante, y David la hubiera reconocido inmediatamente como la voz de Eva. Magnus se detuvo. David retiró la mano de su hombro y se acercó a la cama. No se atrevió a abrazarla por miedo a hacerle daño en algún sitio, por eso se limitó a sentarse en el borde de la cama y ponerle las manos en los hombros.
– Hola, cariño -le dijo-. Ya estamos aquí.
Se mordió los labios para no echarse a llorar y le hizo un gesto a Magnus para que se acercara hasta la cama; éste lo hizo, vacilante. Sture también se acercó, detrás de Magnus. El ojo de Eva se deslizó sobre ellos.
– Queridos míos -dijo ella-. Mi familia.
Se quedaron un momento en silencio. Había tanto que decir que resultaba imposible contar nada. Roy se acercó con las manos entrelazadas sobre el estómago como para mostrar que él no pensaba hacer nada, y señaló con la cabeza hacia la máquina.
– Bueno, yo controlo el EEG -dijo él-. No es nada peligroso. Sólo para que…
Se apartó de nuevo hacia atrás, y dejó otra frase inacabada flotando en el aire. David miró hacia el aparato, donde se veían unas cuantas líneas casi rectas flotando en el vacío de una pantalla negra, sólo interrumpidas por alguna elevación aislada.
«¿Tiene que ser así?».
David volvió a mirar a Eva, cuyo ojo permanecía en actitud expectante, tranquila, no resultaba amenazador. Sin embargo, David sintió un escalofrío. Tardó un par de segundos en darse cuenta de lo que era: dentro de su cabeza sentía a Magnus, a Sture, a Baltasar y a Roy en una mezcla caótica, pero no le llegaba nada de Eva.
Él la miró directamente al ojo y pensó: «Querida, mi amor, ¿dónde estás?», pero no obtuvo respuesta. Cuando se concentró, pudo percibir una débil imagen: la sombra de lo que Eva significaba para él, pero procedía totalmente de sus recuerdos, no de la persona que tenía delante. Le cogió la mano a Eva con cuidado. Parecía fría, pese a que debía de estar a la misma temperatura que la habitación.
– Hoy es el cumpleaños de Magnus -le dijo-. No ha tenido tarta de crepes. Yo no sabía cómo se hacía, así que compré una hecha.
– Felicidades, mi querido Magnus -dijo Eva.
David vio que su hijo acababa de tomar una decisión, yendo en contra de lo que realmente sentía: el niño se acercó a la cama con Baltasar en las manos.
– Me han regalado un conejo. Se llama Baltasar.
– Es muy bonito -dijo Eva.
Magnus soltó a Baltasar en la cama y el conejo dio unos tímidos saltos, se colocó entre las delgadas piernas de Eva y olisqueó las pelusas de la manta. Eva parecía no advertir su presencia.
– Se llama Baltasar -repitió Magnus.
– Es un bonito nombre.
– No puede dormir en mi cama, ¿verdad?
David abrió la boca para responder que no, pero se dio cuenta de que la pregunta iba dirigida a Eva y se quedó callado. Como constatando el hecho, Eva respondió:
– No puede dormir en tu cama.
– ¿Por qué no?
– Magnus… -David le puso la mano en el hombro-. No sigas.
– Entonces, ¿puede?
– Luego hablaremos de eso.
Magnus arrugó el entrecejo y miró a Eva. Roy carraspeó, y avanzó un poco.
– Esto -dijo-, hay una pequeña cosa que me gustaría preguntaros.
David le acarició la mano a Eva con el dedo, se levantó y se alejó un poco de la cama siguiendo a Roy, y le cedió su sitio a Sture. Antes de levantarse, echó un vistazo a la pantalla del EEG y vio que las elevaciones eran ahora un poco más grandes, un poco más seguidas.
Cuando se alejaron de la cama, David le preguntó:
– ¿A qué te refieres? ¿A que está como…? -David no fue capaz de decir como un robot, pero eso era lo que sentía.
Eva contestaba a todas las preguntas, decía cosas completamente razonables, pero lo hacía de forma mecánica, como si se tratara de un comportamiento aprendido.
Roy asintió.
– No sé -dijo él-. Seguro que mejorará. Como te digo, ha hecho unos progresos enormes y… -No terminó la frase, sino que empezó otra nueva-: Lo que me pregunto es lo del pescador. ¿Te dice a ti algo?
– ¿El pescador?
– Sí. Cada vez que le pregunto algo acerca de ella misma, siempre acaba con ese Pescador. Es algo que le da miedo.
Sture se levantó de la cama y se acercó a ellos.
– ¿De qué estáis hablando?
– De un pescador -dijo David-. Es algo que dice Eva, pero nosotros no sabemos qué es.
Sture se volvió hacia la cama, donde Magnus le estaba diciendo algo a Eva mientras le señalaba a Baltasar, que había saltado encima de su estómago.
– Yo sé qué es -contestó, y tomó aire-. ¿Habla de ello? -Roy asintió y Sture repuso-: ¿Ah, sí? Bien, eso sucedió cuando ella era pequeña, sabéis. Ella tenía siete años y… sí, se puede decir que la culpa fue mía por no haber estado más pendiente de ella. Estuvo a punto de ahogarse. Le faltó muy poco. Se salvó por los pelos. Si mi mujer no hubiera sabido lo que había que hacer en esos casos, pues… -Sture sacudía la cabeza sólo de pensarlo-. Bueno, de todos modos, cuando conseguimos… revivirla, pues…
– ¡Papá! ¡Papá!
David oyó el grito de Magnus en su mente un segundo antes de que llegara a sus oídos. No, el grito venía de Baltasar, y al mismo tiempo que el aullido desgarrado de Magnus moría entre las paredes, se oyó otro que sonaba más como el de un pájaro, y luego un frágil crujido.
David se abalanzó hacia la cama, pero ya era demasiado tarde.
El cuerpo de Baltasar yacía entre las piernas de Eva, pero ella sostenía en la mano la cabeza y se la llevaba hacia el ojo para poder observarla. La rediviva le daba vueltas a la diminuta cabeza del conejo en la que aún temblaba el hocico y los ojos, fijos, miraban aterrados. En sus rodillas se agitaban las patas del cuerpo descabezado y un hilillo de sangre se deslizaba a lo largo de un pliegue de la manta y se escurría hasta el suelo.
Las patas de Baltasar dieron una última sacudida y se quedaron inmóviles. El ojo de Eva estudiaba de cerca el del conejo; eran dos charcos negros reflejándose el uno en el otro.
– ¡Te odio, te odio! -gritó Magnus, y le pegó a su madre en el brazo y en el hombro; se le trabaron en los brazos los cables que ella tenía fijados a la cabeza y éstos se soltaron.
David alcanzó a captar un atisbo de las líneas del EEG antes de que desaparecieran: curvas compactas y puntiagudas. Agarró a Magnus por detrás, le inmovilizó los brazos en un fuerte abrazo y le sacó del apartamento mientras le susurraba palabras de consuelo sin que surtieran ningún efecto.