– No encontré mi camisa verde.
– ¿Cuál?
– La única verde que tengo. La clarita.
– ¿Te fijaste si está para planchar?
– ¿Dónde?
– Donde se guarda la ropa para planchar -remató ella con fingida inocencia.
Lucio la miró fastidiado y salió de la habitación sin saludar, mientras Mercedes disfrutaba de su pequeña maldad. Se desplomó boca arriba, las piernas y los brazos abiertos, como crucificada al colchón. La cama devolvió un quejido metálico. Pensó que ya era hora de ajustar los tornillos que unían el respaldo al somier. Pero lo haría más tarde, mañana, o la semana entrante.
De: Diana
Para: Granuja
Enviado: lunes, 14 de julio de 2003, 08:11
Asunto: Hoy me siento…
…rara. Es raro que me sienta rara porque soy una persona común y nunca me pasan cosas maravillosas. Como a mi hermana. A ella, sí. Pero, bueno, hoy me levanté rara y chau. Usted, ¿cómo anda? ¿Se le arregló aquel problema con la exportación? Parecía preocupado. ¿Sabe que cuando me contaba me daban ganas de abrazarlo? A mí me pasa que cada tanto necesito un abrazo. Pero no cualquiera, eh.
Un abrazo especial. Ahora, por ejemplo. Daría cualquier cosa por un abrazo.
Diana
De: Granuja
Para: Diana
Enviado: lunes, 14 de julio de 2003, 08:17
Asunto: ese abrazo
Pero si lo que yo quiero es abrazarte y vos no me dejas. Que esta pasando? Por que tan triste? No me contas nada. Nada, Diana. Aunque me atrevería a adivinar muchas cosas que estan siendo cada vez mas obvias. Pero lo unico que esta claro es que no sos feliz. Y tambien se que sos una buena persona. Tengo olfato para eso. Desde el principio me pareciste linda gente. Estoy seguro de que tenes miedo de lastimar a otros, me equivoco? Dejame ser tu amigo. Dejame ayudar. Dejame darte ese abrazo. Te estoy queriendo mucho.
G.
VI
Mercedes llegó antes y pidió un cóctel de frutas. Se entretuvo adivinando intimidades. En un rincón, a salvo de la escasa luz, una pareja de edades desparejas hablaba por encima de la mesa con las cabezas tan juntas que no dejaban lugar a dudas. Tenían las manos enlazadas y la mirada fija en los ojos del otro. Y sonreían, todo el tiempo sonreían con un dejo de idiotez.
– Estos son nuevitos -calculó y buscó cualquier distracción que la salvara de caer en el abismo de la envidia.
El mozo trajo el cóctel. Mercedes agradeció sin mirarlo, pero apenas se retiró lo observó con atención.
– Buen culo -pensó. La divertía descubrirse calibrando las curvas masculinas.
Diana la sorprendió desde atrás.
– ¿Qué mirabas?
Intercambiaron un beso de costado para no estropear el maquillaje. Se evaluaron con la velocidad que da el entrenamiento de la eterna competencia. En el fondo de aquella primera reacción superficial, sin embargo, había cariño.
– Muy mona, Diana. Ese pañuelo te queda… -juntó los dedos de una mano y se besó las yemas como un cocinero italiano dando el visto bueno a la pasta.
– Igualmente, señora. Usted también se ha venido muy linda.
– ¿Qué tomás?
– Otro como el tuyo.
– ¿Pedimos algo para acompañar?
– Livianito. Estoy cuidándome. Te robo de lo que pidas.
– Mucha dieta, mucha pinta. ¿En qué andás?
– ¿Yo? ¿Por qué?
– Porque hacía años que no te veía cuidarte.
– Ya era hora, ¿no?
– ¡Por supuesto! Me parece genial, pero a tu amiga, ¿no vas a contarle?
Diana sonrió con picardía. Se ajustó un aro.
– Gaby te manda cariños.
Mercedes frunció la boca para manifestar que entendía aquella evasiva.
– ¿Cómo la encontraste?
– Un poco más gordita, enigmática.
– ¿Y eso?
– Fue un regreso a lo loco, como todo lo de ella. No me preocupé demasiado, al principio. Vos sabés que es una atolondrada. Hablamos bastante y me contó cosas que…
Mercedes se puso en actitud de escucha, como quien está a punto de asistir a la mayor de las revelaciones, pero Diana, en lugar de sentir hospitalidad en la atención de la otra, previó la cuota de morbo que hay en toda inquietud por una historia ajena.
– Nada importante, pero me gustaría verla más contenta.
– ¿Se queda? -insistió Mercedes.
– Dice que hace un trámite y se vuelve. Aunque, vos la conoces, en un tris cambia de idea.
– ¿Y la beca?
– Ah, eso marcha bien. Ha hecho buenos contactos. Parece que hay una posibilidad de que viaje a Estados Unidos. La quieren en una Universidad de Arizona. Lógico. Es joven, inteligente…
– Soltera, sin hijos -completó Mercedes con la suspicacia de quien entiende más allá de las palabras. Observó el efecto que esta apreciación produjo en su amiga.
Diana se refugió en la contemplación de la pareja que se prodigaba arrumacos en el rincón oscuro. Él le torneaba el pelo y le decía algo que ella respondía con un pie por debajo de la mesa. Sonreían, bobalicones, y el mundo se pulverizaba afuera. Mercedes los miró y ambas compartieron por unos segundos la deleitosa indiscreción de meterse en un mundo al que no habían sido convidadas.
– Lindo.
– ¡Pff! Por lo que les va a durar -dijo Mercedes con todo el desprecio que rescató de su sensibilidad lastimada-. No tengo que decirte cómo funciona esto, ¿no? Al principio, puras mieles. Pero después llega un momento en que… -volvió a mirarlos; esta vez, con pena- esa luz se apaga.
– Parece que sí -contestó Diana, aunque hubiera querido decir otra cosa-. ¿Cómo va Lucio?
– Divino. Divino inútil, al santo botón.
– ¡Mercedes! ¡No hables así!
Mercedes sintió el llamado de atención y torció la conversación de la mejor forma posible, que es hablando de otros.
– Bueno, pero me contabas de Gabriela.
– ¿Sabes qué pensaba? Le vendría bien conocer a un hombre. ¡Ojo! No hablo de relaciones formales, pero un tipo cama afuera, que la haga sentir bien… -mientras hablaba, Diana volaba hasta su amante cibernético.
Mercedes aprovechó la distracción para estudiarla y confirmar sus sospechas. De pronto, abrió desmesuradamente los ojos y casi gritó:
– ¡Bruno! ¿Te acordás de Bruno?
Diana puso cara de no entender, pero Mercedes ya se deshacía en explicaciones como si hubiera estado tramando aquello por años.
– Es un amoroso, buena gente. No es un dios que digamos, no, pero… -midió las palabras- tampoco está mal.
– Lo conozco de nombre, nada más. Pero, sos una chiflada.
– Y, ¿por qué no?
– Porque esas cosas no se fuerzan.
– Pero si no vamos a meterle a tu hermana en la cama. Lo único que vamos a hacer es presentarlos. Pensá. ¿Cuántas probabilidades hay de que se conozcan? Cero. O sea, nosotras les torcemos un poco el destino, los cruzamos, ¿se entiende? Y después, si enganchan o no, Dios dirá.
Ahora Diana estaba seria y seguía con atención a su amiga.
– Pero Bruno es casado, ¿no?
– Era, nena, era. Divorciándose y con un bajón de novela.
– No, Mercedes, ni lo sueñes. Gaby no necesita ser paño de lágrimas.
– ¿De qué hablas? La depre es porque los trámites del divorcio están enloqueciéndolo, nada más. Por otra parte, haberse librado de la mujer fue lo mejor que hizo. El drama no viene por ahí. Hace tiempo que anda a los tumbos; ha salido con varias, pero no cuaja. Lo sé porque Lucio es muy amigo. Él dice que lo que pasa es que Bruno es un tipo fino y está harto de que lo quieran cazar. Gaby me parece ideal. Sobre todo, si tiene planes de volver a Lima.