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Tatiana se enjugó los ojos con la sábana. Bruscamente, volvió a bajarla hasta sus hombros. Sabía que había estado descuidando su deber. Sólo que… En fin, si al menos él hubiese dicho que la máquina no le importaba, siempre y cuando ella lo acompañara… Pero era esperar demasiado. Bond tenía razón. El debía realizar su trabajo. Y lo mismo debía hacer ella.

Lo miró con serenidad.

– La llevaré conmigo. No tenga miedo. Pero no volvamos a mencionar el tema. Y ahora escúcheme. -Se sentó más erguida contra las almohadas-. Debemos marcharnos esta noche. -Recordó la lección aprendida-. Es la única oportunidad que tendremos. Esta noche estaré de servicio a partir de las seis de la tarde. Me encontraré sola en la oficina y podré coger la Spektor.

Los ojos de Bond se entrecerraron. Su mente trabajaba a toda velocidad considerando los problemas que habría que afrontar. Dónde esconder a la muchacha. Cómo sacarla en el primer avión una vez que se hubiese descubierto la desaparición. Sería una cuestión arriesgada. Ellos no se detendrían ante nada para recuperarlas a ella y a la Spektor. Bloqueos de las carreteras que llevaban al aeropuerto. Una bomba en el avión. Cualquier cosa.

– Eso es fantástico, Tania. -La voz de Bond era ligera-. La mantendremos escondida y cogeremos el primer avión que salga mañana por la mañana.

– No sea tonto. -A Tatiana le habían advertido que en esta parte de su papel habría algunas cosas difíciles-. Cogeremos el tren. El Orient Express. Sale a las nueve de esta noche. ¿Piensa que no he estado reflexionando sobre eso? No permaneceré en Estambul un minuto más de lo estrictamente necesario. Al amanecer habremos pasado la frontera. Usted debe conseguir los billetes y un pasaporte. Yo lo acompañaré como su esposa. -Alzó los ojos hacia él, con expresión de felicidad-. Eso me gustará. Iremos en uno de esos coches-cama sobre los que he leído. Tienen que ser muy cómodos. Como una pequeña casa rodante. Durante el día charlaremos y leeremos, y por la noche usted se quedará de guardia en la puerta de nuestra casa.

– ¡Que me aspen si haré eso! -respondió Bond-. Pero, mire, Tania. Lo que está proponiéndome es una locura. Sin duda nos darán alcance en algún punto del recorrido. En ese tren tardaremos cuatro días y cinco noches en llegar a Londres. Tenemos que pensar otra cosa.

– Ni hablar -replicó la muchacha, sin más-. No aceptaré marcharme de ninguna otra manera. Si usted es inteligente, ¿cómo van a descubrirlo?

¡Oh, Dios!, pensó Tatiana. ¿Por qué habían insistido en ese tren? Pero se habían mostrado terminantes. Era un buen lugar para el amor, habían dicho. Dispondría de cuatro días para lograr enamorarlo. Luego, cuando llegaran a Londres, no le complicarían la vida. El la protegería. Por el contrario, si viajaban a Londres en avión, la meterían en prisión en cuanto llegara. Los cuatro días de viaje eran esenciales. Y le habían advertido que tendrían hombres en el tren para asegurarse de que no se bajaba a medio recorrido. Así que habría de tener cuidado y obedecer las órdenes. ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! Y sin embargo, ahora anhelaba pasar esos cuatro días con él en la pequeña casita rodante. ¡Qué curioso! Antes, obligarla a ello, había sido un deber. Ahora constituía su más apasionado deseo.

Observó el pensativo rostro de Bond. Deseó tenderle una mano y tranquilizarlo respecto a que nada malo sucedería; que esto no era más que una inofensiva konspiratsia para hacerla llegar a Inglaterra; que ningún mal podría sobrevenirles a ninguno de los dos, porque no era ése el objetivo del plan.

– Bueno, yo continúo pensando que es una locura -respondió Bond, al tiempo que se preguntaba cuál sería la reacción de M-. Pero supongo que podría funcionar. Ya tengo el pasaporte. Necesitaré un visado yugoslavo. -La miró con severidad-. No piense que voy a llevarla en la parte del tren que atraviesa Bulgaria, o pensaré que quiere secuestrarme.

– Pues es verdad -le aseguró Tatiana, con una risilla-. Secuestrarlo es exactamente lo que quiero hacer.

– Ahora, cállese, Tania. Tenemos que solucionar todos los detalles. Conseguiré los billetes y haré que uno de nuestros hombres nos acompañe. Por si acaso. Es un buen hombre. Le gustará. Su nombre será Caroline Somerset. No lo olvide. ¿Cómo va a llegar hasta el tren?

– Karolin Siomerset. -Mentalmente, la muchacha le dio vueltas al nombre-. Es un nombre bonito. Y usted es el señor Siomerset. -Rió con alegría-. Es divertido. No se preocupe por mí. Llegaré al tren justo antes de que se marche. Sale de la estación Sirkeci. Sé dónde está. Eso es todo, pues. Y no nos preocupemos más. ¿Sí?

– Suponga que pierde el valor. Suponga que la descubren. -De pronto, Bond se sintió preocupado por la confianza que manifestaba la muchacha. ¿Cómo podía estar tan segura? Un repentino escalofrío de sospecha le recorrió la columna vertebral.

– Antes de verlo estaba asustada. Ahora, ya no. -Tatiana intentó convencerse de que era la verdad. En algún sentido, casi lo era-. Ahora, no perderé el valor, como dice usted. Y no pueden descubrirme. Dejaré mis cosas en el hotel y llevaré a la oficina el bolso que llevo siempre. No puedo dejar aquí mi abrigo de piel. Le tengo demasiado cariño. Pero hoy es domingo, y eso será una excusa para ir con él a la oficina. Esta noche, a las ocho y media, saldré y tomaré un taxi hasta la estación. Y ahora, debe dejar de poner esa cara de preocupación. -Impulsivamente, porque tenía que hacerlo, tendió una mano hacia él-. Dígame que está contento.

Bond se acercó al borde de la cama. Tomó la mano de ella y la miró a los ojos. «¡Dios! -pensó-. Espero estar haciendo lo correcto. Espero que este plan descabellado salga bien. ¿Es un fraude, esta muchacha maravillosa? ¿Es sincera? ¿Es real?» Los ojos nada le decían, excepto que la joven era feliz, que quería que él la amase, que se sentía sorprendida ante lo que le sucedía. La otra mano de Tatiana ascendió, le rodeó el cuello y lo atrajo ardientemente hacia ella. Al principio, los labios de Tatiana temblaron bajo los de él y luego, al invadirla la pasión, la boca se rindió a un beso infinito.

Bond se tendió en la cama. Mientras su boca no dejaba de besarla, su mano se deslizó hasta el pecho izquierdo de la muchacha y lo rodeó, sintiendo el pezón duro de deseo bajo sus dedos. La mano se deslizó hacia abajo, a través del vientre plano. Las piernas de ella se movieron con languidez. Gimió suavemente y su boca se apartó de los labios de Bond. En el extremo de los párpados cerrados, las largas pestañas se agitaron como susurrantes alas de pájaro.

Bond cogió el borde superior de la sábana, la retiró completamente y la dejó caer por los pies de la enorme cama. Ella no llevaba nada puesto, excepto la cinta negra en torno al cuello y unas medias de seda negra sujetas por encima de las rodillas. Los brazos se alzaron en busca de Bond.

Por encima de ambos, y sin que ellos lo supieran, detrás del falso espejo de marco dorado que había en la pared, sobre la cabecera de la cama, dos fotógrafos de SMERSH permanecían sentados muy juntos en el estrecho cabinet de voyeur, al igual que, antes que ellos, tantos amigos del propietario se habían apostado allí en una de las noches de luna de miel de cualquier pareja alojada en esa habitación especial del Kristal Palas.

Y los visores ópticos contemplaban fríamente el arabesco apasionado que los dos cuerpos formaban y deshacían, y volvían a formar, y el mecanismo de relojería de las cámaras cinematográficas zumbaba suavemente, sin descanso, mientras la respiración salía agitada por la boca de los dos hombres, y el sudor de excitación bajaba por sus rostros hinchados hasta los cuellos de mala calidad.

Capítulo 21

El Orient Express

Los trenes de lujo están desapareciendo prácticamente en todos los países de Europa, uno a uno; sin embargo, tres veces a la semana, el Orient Express retruena soberbiamente por los más de dos mil kilómetros de rutilantes vías férreas que unen Estambul y París.