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– ¿Tú crees? -Volvió hacia él sus enormes ojos azules-. Pero lo que dijo de su estómago y de la jefa de tu Estado… Eso ha sido una grosería para con tu reina. En Rusia, decir algo semejante sería considerado de muy malos modales.

Aún estaban discutiendo cuando el tren rechinó hasta detenerse en la estación de Alexandrópolis, recalentada por el sol y plagada de moscas. Bond abrió la puerta que daba al corredor y el sol entró atravesando un pálido mar espejado que se unía, casi sin horizonte, a un cielo del mismo color que la bandera griega.

Almorzaron con el pesado estuche bajo la mesa, entre los pies de Bond. Kerim se hizo amigo de la joven con rapidez. El hombre de la MGB que llevaba el nombre de Benz evitó el coche restaurante. Lo vieron en el andén, comprando bocadillos y cerveza en un bar ambulante. Kerim sugirió que le pidieran que completara el grupo de cuatro necesarios para jugar una partida de bridge. De repente, Bond se sintió muy cansado, y su cansancio le hizo sentir que estaban convirtiendo aquel peligroso viaje en una comida campestre. Tatiana reparó en su silencio. Se levantó y dijo que tenía que descansar. Cuando salían del coche restaurante, oyeron que Kerim pedía alegremente coñac y cigarros.

– Ahora serás tú quien duerma -declaró Tatiana con firmeza, una vez de regreso en el compartimento. Bajó la cortinilla y dejó fuera la dura luz de la tarde y los interminables campos de maíz, tabaco y girasoles que se marchitaban. El compartimento se transformó en una caverna subterránea color verde oscuro. Bond trabó la puerta con una cuña, le entregó su arma a Tatiana, se tendió con la cabeza sobre el regazo de ella y se durmió de inmediato.

El largo tren serpenteaba por el norte de Grecia, al pie de las montañas Ródope. Pasaron por Xanthi, Drama y Serrai, y luego entraron en las tierras altas de Macedonia; las vías giraron hacia el sur en dirección a Salónica.

Ya había oscurecido cuando Bond despertó en el suave lecho del regazo de ella. De inmediato, como si hubiese estado esperando ese momento, Tatiana le tomó el rostro entre las manos, lo miró a los ojos y dijo, con tono de urgencia:

– Duschka, ¿durante cuánto tiempo disfrutaremos de esto?

– Durante mucho tiempo. -Los pensamientos de Bond estaban aún cargados de sueño.

– Pero, ¿cuánto tiempo?

Bond alzó la mirada hacia los hermosos ojos preocupados. Se sacudió el sueño que le inundaba la mente. Era imposible ver más allá de los siguientes tres días de tren, más allá de la llegada a Londres. Había que enfrentarse con el hecho de que esta muchacha era una agente enemiga. Los sentimientos de él carecerían de interés para los interrogadores del Servicio y de los ministerios. Habría otros servicios de inteligencia que también querrían saber lo que la joven tenía que contarles acerca del aparato para el que había trabajado. Probablemente, al llegar a Dover la llevarían a «La Jaula», aquella casa privada y bien guardada cercana a Guilford, donde la instalarían en una habitación cómoda, pero, eso sí, bien pertrechada de micrófonos. Y los eficientes hombres vestidos de paisano entrarían uno a uno, se sentarían y hablarían con ella, y el magnetófono giraría en la habitación de abajo, y las grabaciones serían transcritas y examinadas en busca de diminutas partículas de hechos nuevos… y, por supuesto, de las contradicciones en las que pudieran sorprenderla. Tal vez introducirían un cebo, una agradable joven rusa que se compadecería de Tatiana por el tratamiento que le dispensaban y que le sugeriría formas de escapar, de convertirse en doble agente, de hacerles llegar información «inofensiva» a sus padres. Eso podría prolongarse durante semanas o meses. Entre tanto, a Bond lo mantendrían diplomáticamente alejado de ella, a menos que los interrogadores pensaran que él podría extraerle más secretos valiéndose de los sentimientos existentes entre ambos. ¿Y luego qué? ¿El cambio de nombre, la oferta de una nueva vida en Canadá, las mil libras esterlinas al año que le pagarían de los fondos secretos? ¿Y dónde estaría él cuando ella saliera de todo el proceso? Tal vez en la otra punta del mundo. O, si aún se encontraba en Londres, ¿cuánto de lo que sentía la muchacha por él habría sobrevivido a las inclemencias de la máquina inquisitorial? ¿Hasta qué punto odiaría o despreciaría a los ingleses después de pasar por todo eso? Y, ya que estaba en ello, ¿cuánto de su propia ardiente llama habría sobrevivido hasta entonces?

– Duschka -repitió Tatiana con impaciencia-. ¿Cuánto tiempo?

– Todo el tiempo posible. Eso dependerá de nosotros. Interferirá mucha gente. Nos separarán. No será siempre como ahora, en una habitación pequeña. Dentro de pocos días tendremos que salir al mundo. No será fácil. Sería una tontería decirte otra cosa.

El rostro de Tatiana se relajó. Le dedicó una sonrisa a Bond.

– Tienes razón. No te haré más preguntas tontas. Pero no debemos desperdiciar ni un solo día más de los que nos quedan.

Ella le alzó la cabeza, se puso de pie y se tendió junto a él.

Una hora más tarde, cuando Bond se encontraba de pie en el corredor, Darko Kerim apareció de pronto a su lado. Examinó el rostro del inglés.

– No debe dormir tanto -comentó con tono socarrón-. Se ha perdido el histórico paisaje del norte de Grecia. Y ha llegado la hora del premier service.

– Sólo piensa en la comida -replicó Bond. Señaló hacia atrás con un gesto de la cabeza-. ¿Qué hay de nuestro amigo?

– No se ha movido. El revisor ha estado vigilando por mí. Ese hombre acabará siendo el revisor más rico de la compañía de coches-cama. Quinientos dólares por los documentos de Goldfarb, y ahora cien más por día de trabajo hasta el final del viaje. -Kerim rió entre dientes-. Le he dicho incluso que puede que reciba una medalla por los servicios prestados a Turquía. Cree que vamos tras una banda de contrabandistas. Siempre utilizan este tren para entrar opio turco en París. No está sorprendido, sólo complacido de que le estén pagando tan bien por sus servicios. Y ahora, ¿ha averiguado algo más de esa princesa rusa que tiene ahí dentro? Todavía me siento inquieto. Las cosas están demasiado tranquilas. Es posible que esos dos hombres que hemos dejado atrás se dirigieran bastante inocentemente hacia Berlín, como dice la muchacha. Este Benz puede que se quede encerrado en su compartimento porque tiene miedo de nosotros. El viaje marcha bien. Sin embargo, sin embargo… -Kerim sacudió la cabeza-. Estos rusos son grandes jugadores de ajedrez. Cuando desean llevar a cabo un plan, lo ejecutan brillantemente. Planean la partida hasta en su más mínimo detalle, previenen los gambitos del enemigo. Cada uno es previsto y contrarrestado. En el fondo -la expresión del rostro de Kerim reflejado en la ventanilla era sombría-, tengo la sensación de que usted, yo y esa muchacha somos peones sobre un enorme tablero… y que nos permiten realizar nuestros movimientos porque no interfieren en la partida rusa.

– Pero ¿cuál es el objetivo del plan? -Bond miró hacia la oscuridad. Le habló a su reflejo en el cristal-. ¿Qué pueden querer conseguir? Siempre volvemos a lo mismo. Por supuesto que todos nos hemos olido algún tipo de conspiración. Y puede que la muchacha ni siquiera sepa que está involucrada en ella. Sé que me oculta algo, pero creo que se trata sólo de algún pequeño secreto que ella piensa que carece de importancia. Dice que me lo contará todo cuando lleguemos a Londres. ¿Todo? ¿Qué decir con eso? Sólo insiste en que debo tener fe… que no hay ningún peligro. Debe admitir, Darko -prosiguió al tiempo que alzaba la vista, en busca de confirmación, hasta los astutos ojos que se movían con lentitud-, que ella se ha mantenido a la altura de su historia.

En los ojos de Kerim no había ni pizca de entusiasmo. No dijo nada.