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– Nos sentimos interesados -comentó con tono evasivo-. Luego vino la operación. Nuestra jefe de operaciones es todo un personaje. Yo diría que ha matado a más personas que nadie en el mundo, o determinado su muerte. Sí, es una mujer. Se llama Klebb. Rosa Klebb. Una auténtica puerca. Pero sin duda conoce todos los trucos.

Rosa Klebb. ¡Así que en la dirección de SMERSH había una mujer! ¡Si pudiera lograr sobrevivir a esto e ir por ella! Los dedos de la mano derecha de Bond se engarfiaron apenas.

La voz inexpresiva continuó.

– Bueno, pues ella encontró a esta muchacha, Romanova. La entrenó para la misión. Por cierto, ¿qué tal era en la cama? ¿Bastante buena?

¡No! Bond no podía creerlo. Puede que la primera noche fuera una representación. Pero, ¿las siguientes? No. Las siguientes habían sido reales. Aprovechó la oportunidad para encogerse de hombros. Fue un encogimiento exagerado. Para que el hombre se acostumbrara al movimiento.

– Bueno. Yo personalmente no estoy interesado en ese tipo de cosas. Pero ellos tomaron algunas bonitas fotografías de ustedes dos. -Nash se dio unos golpecitos en un bolsillo de la chaqueta-. Todo un rollo de 16 milímetros. Las dejaré en el bolso de ella. Quedarán bien en los periódicos. -Nash profirió una carcajada; era una risa áspera, metálica-. Tendrán que censurar algunas de las partes más jugosas, por supuesto.

El cambio de habitaciones en el hotel. La suite nupcial. El enorme espejo detrás de la cama. ¡Qué bien encajaba todo! Bond sintió que tenía las manos mojadas de sudor. Se las secó en los pantalones.

– Quieto, viejo. Ha estado a punto de conseguirlo. Le dije que no se moviera, ¿recuerda?

Bond volvió a posar las manos encima del libro que tenía sobre el regazo. ¿Hasta qué punto podría llevar estos pequeños movimientos? ¿Hasta dónde le permitiría llegar?

– Continúe con la historia -pidió-. ¿Sabía la muchacha que estaban tomando esas fotografías? ¿Sabía que SMERSH estaba implicado en esto?

Nash profirió un bufido.

– Por supuesto que no sabía nada de las fotografías. Rosa no se fiaba ni un pelo de ella. Demasiado emotiva. Pero de esa parte yo no sé mucho. Todos trabajábamos por separado. No la he visto hasta hoy. Sólo sé lo que he oído por casualidad. Sí, claro que la muchacha sabía que estaba trabajando para SMERSH. Le dijeron que tenía que llegar a Londres y espiar un poco por ahí.

«La estúpida tonta», pensó Bond. ¿Por qué diablos no le había dicho que SMERSH estaba involucrado? Debía de tener miedo incluso de pronunciar el nombre. Habría pensado que él la encerraría o algo parecido. Siempre había afirmado que se lo contaría todo cuando llegara a Inglaterra. Que él debía tener fe, que no debía temer nada. ¡Fe! Cuando ni siquiera ella tenía la más remota idea de lo que estaba sucediendo. En fin. Pobre criatura. A ella la habían engañado tanto como a él. Pero cualquier indicio habría bastado… le habría salvado la vida a Kerim, por ejemplo. ¿Y qué decir de la vida de ella y de la suya propia?

– Luego hubo que librarse de ese turco de ustedes. Calculo que eso requirió un poco de trabajo. Era duro de pelar. Supongo que fue su banda la que voló nuestro centro de Estambul ayer por la tarde. Eso va a crear un poco de pánico.

– Es una lástima.

– A mí no me preocupa, viejo. Mi parte del trabajo va a ser fácil. -Nash echó una mirada rápida a su reloj de pulsera-. Dentro de unos veinte minutos entraremos en el túnel de Simplón. Quieren que lo haga allí. Más dramatismo para los periódicos. Una bala para usted, cuando entremos en el túnel. Sólo una en el corazón. El ruido del paso por el túnel ayudará en caso de que sea usted un moribundo ruidoso, que sufra estertores y cosas de ésas. Y luego, con su arma, una en la nuca de ella, y la muchacha saldrá por la ventanilla. Luego otra para usted con su propia arma. Con su mano cogiéndola, por supuesto. Mucha pólvora en su camisa. Suicidio. Es lo que parecerá a primera vista. Pero en su corazón encontrarán dos balas. Eso se descubrirá más tarde. ¡Más misterio! Volverán a registrar el túnel. ¿Quién era el hombre rubio? Encontrarán la película en el bolso de ella, y en el bolsillo de usted habrá una larga carta de amor escrita por la muchacha, un poquitín amenazadora. Es buena. La escribió SMERSH. En la carta le dice que entregará la película a los periódicos, a menos que se case usted con ella. Que usted prometió casarse si ella robaba la Spektor… -Nash hizo una pausa y añadió un paréntesis-.

Y ya que estamos, viejo, la Spektor es un cazabobos. Cuando sus expertos en criptografía comiencen a manipularla, hará volar a todos hacia la gloria. No es un mal dividendo añadido. -Nash rió entre dientes, de forma mecánica-. Y luego la carta continúa diciendo que lo único que ella tiene para ofrecerle es la máquina y su cuerpo… y habla de todo lo relativo a su cuerpo y lo que usted hizo con él. ¡Esa parte es caliente! ¿Correcto? Así que, ¿cómo aparecerá la noticia en los periódicos, en los de izquierdas, que recibirán aviso para que acudan al tren? Viejo, la historia lo tiene todo. El Orient Express, una hermosa espía rusa asesinada en el túnel de Simplón, fotografías cochinas, una máquina descifradora secreta. Un apuesto espía británico, con su carrera arruinada, la asesina y se suicida. ¡Sexo, espías, tren de lujo, el señor y la señora Somerset…! ¡Viejo, dará que hablar durante meses! ¡Y ahora hablan del caso Khoklov! Este asunto lo superará con creces. ¡Y vaya hurgonazo en el ojo del famoso servicio de Inteligencia británico! El mejor de sus hombres, el famoso James Bond. ¡Qué desastre! ¡Y luego estalla la máquina descifradora! ¿Qué va a pensar de usted su jefe? ¿Qué va a pensar el público? ¿Y el gobierno? ¿Y los estadounidenses? ¡Y luego hablan de seguridad! Se habrán acabado los secretos atómicos que les pasaban los yanquis. -Nash hizo una pausa para permitir que Bond asimilara todo lo dicho. Con un toque de orgullo, añadió-: ¡Viejo, esto va a ser la noticia del siglo!

Sí, pensó Bond. Sí. En eso tenía toda la razón. Los franceses le darían a la noticia un impulso tal, que no habría forma de frenarla. No les importaría hasta dónde tuvieran que llegar con las fotografías y todo lo demás. No habría una sola prensa en todo el mundo que no fuera a recoger la noticia. ¡Y la Spektor! ¿Tendrían los empleados de M, o los del Deuxiéme, la prudencia necesaria para pensar que se trataba de un cazabobos? ¿A cuántos de los mejores criptógrafos del mundo se llevaría por delante? ¡Dios, tenía que salir de aquel atolladero! Pero, ¿cómo?

La parte superior del ejemplar de Guerra y paz que tenía Nash bostezaba ante él. Veamos. Cuando el tren entrara en el túnel, habría mucho ruido. Y de inmediato, el amortiguado chasquido y la bala. Los ojos de Bond sondearon la violeta oscuridad, midiendo la densidad de la sombra que había en su rincón, bajo el techo formado por la litera superior, recordando la posición exacta de su maletín sobre el piso, calculando lo que haría Nash después de haber disparado.

– Corrió un cierto riesgo cuando dio por sentado que yo le permitiría formar equipo conmigo cuando nos dio alcance en Trieste -dijo-. ¿Y cómo conocía la contraseña del mes?

– Parece que no se da cuenta de cómo están las cosas, viejo -respondió el otro con paciencia-. SMERSH es bueno, realmente bueno. No existe nada mejor. Conocemos sus códigos del mes para cada año. Si alguien de su compañía se hubiera fijado en estas cosas, si hubiera reparado en la pauta que siguen, como sucede con los de mi compañía, usted se daría cuenta de que cada mes de enero pierden ustedes uno de sus agentes menores en alguna parte, tal vez en Tokio, quizá en Timbuctú. SMERSH sencillamente selecciona uno y lo apresa. Luego le hacen cantar las contraseñas para todo el año. Y cualquier otra cosa que sepa, por supuesto. Pero es la contraseña lo que les interesa. Luego la transmiten a todos los centros. Es tan fácil como soplar y hacer botellas, viejo.

Bond se clavó las uñas en las palmas de las manos.