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Entonces comenzó un año de semirreclusión en el que Grant se dedicó a mantenerse en forma y a aprender ruso, mientras la gente iba y venía a su alrededor: interrogadores, informadores, médicos. Entre tanto, los espías soviéticos en Inglaterra e Irlanda del Norte habían investigado su pasado de forma minuciosa.

Al final de ese año, a Grant le concedieron un certificado de salud política tan limpio como pueda conseguir cualquier extranjero en Rusia. Los espías habían confirmado su historia. Los informadores ingleses y estadounidenses dijeron que sentía un desinterés absoluto por la política o las costumbres sociales de cualquier país del mundo, y los médicos y psicólogos se mostraron de acuerdo en que era un maníaco depresivo en estado avanzado, cuyos períodos coincidían con la luna llena. Añadieron también que Grant era un narcisista y un asexuado, y que su tolerancia al dolor era elevada. Estas peculiaridades aparte, su salud física era soberbia y, aunque su nivel educativo era espantosamente bajo, era por naturaleza tan astuto como un zorro. Todos estuvieron de acuerdo en que Grant era un miembro extremadamente peligroso de la sociedad, y que debía mantenérselo apartado.

Cuando llegó el informe a las manos del jefe de personal del MGB, éste estaba a punto de escribir «Mátenlo», en el margen, cuando tuvo otra idea.

En la URSS hay que llevar a cabo una gran cantidad de asesinatos, no porque el ruso medio sea un ser cruel, aunque algunas de sus etnias se encuentran entre los pueblos más crueles del mundo, sino como un instrumento de política gubernamental. Las personas que actúan en contra del Estado son enemigos del Estado, y el Estado no tiene espacio para los enemigos. Hay demasiado que hacer para dedicarles una parte del precioso tiempo y, si se convierten en una molestia persistente, acaban muertos. En un país con una población de 200.000.000 de habitantes, uno puede matar a varios miles de ellos sin echarlos en falta. Si, como sucedió durante las dos purgas más grandes, había que matar a un millón de personas en un año, tampoco eso constituía una pérdida grave. El problema serio era la escasez de verdugos. Los verdugos tienen una «vida» corta. Se cansan del trabajo. El alma enferma a causa del mismo. Después de diez, veinte, cien estertores de muerte, el ser humano, por subhumano que pueda ser, adquiere, tal vez por osmosis con la muerte misma, un germen de muerte que entra en su cuerpo y lo devora como un cancro. Se apoderan de él la melancolía y la bebida, y una horrenda lasitud que nubla los ojos, ralentiza los movimientos y destruye la precisión. Cuando el jefe ve estos signos, no le queda otra alternativa que la de ejecutar al verdugo y buscar otro.

El jefe de personal del MGB era consciente de este problema y de la constante búsqueda, no sólo del asesino refinado, sino también del carnicero común. Y allí tenía por fin a un hombre que parecía ser un experto en ambas formas de matar, dedicado a su oficio y, si debía creerse en los médicos, destinado a ello sin lugar a dudas.

El jefe de personal escribió una corta nota mordaz en los documentos de Grant, los clasificó como «SMERSH Otdyel II» y los arrojó en su bandeja de salida.

La sección 2 de SMERSH, a cargo de Operaciones y Ejecuciones, asumió la custodia del cuerpo de Donovan Grant, cambió su nombre por el de Granitski y lo inscribió en sus libros.

Los dos años siguientes fueron duros para Grant. Tuvo que volver a la escuela, y a una escuela que le hacía anhelar los astillados pupitres del cobertizo de chapa de zinc, colmado del olor de los niños y el zumbido adormecedor de las moscardas, que había sido su única concepción de lo que era la escuela. Ahora, en la Escuela de Inteligencia para Extranjeros de las afueras de Leningrado, apretado entre las filas de alemanes, che- cos, polacos, bálticos, chinos y negros, todos con rostros serios y concentrados, y bolígrafos que corrían por las libretas de notas, luchaba con asignaturas que eran un puro galimatías para él.

Había cursos de «Conocimientos de Política General», que incluían la historia de los movimientos obreros, del Partido Comunista y de las Fuerzas Industriales del mundo, y las enseñanzas de Marx, Lenin y Stalin, todos salpicados de nombres extranjeros que apenas era capaz de escribir. Había lecciones sobre «El enemigo de clase contra el que luchamos», con conferencias sobre Capitalismo y Fascismo; semanas dedicadas a «Táctica, Agitación y Propaganda», y más semanas centradas en el problema de las minorías poblacionales, de las razas coloniales, los negros, los judíos. Cada mes concluía con exámenes en los que Grant se sentaba y escribía estupideces analfabetas, entremezcladas con fragmentos de olvidada historia inglesa y consignas comunistas mal escritas, e inevitablemente, en una ocasión, le rompieron lo que había escrito delante de toda la clase.

Pero resistió, y cuando llegaron a «Asignaturas Técnicas» las cosas le fueron mejor. Era rápido en comprender los rudimentos de Códigos y Criptografía, porque quería entenderlos. Era bueno en Comunicaciones, y de inmediato comprendió el enredo de contactos, fusibles, mensajeros y apartados de correo, y obtuvo notas excelentes en Trabajo de Campo, en el cual cada estudiante tenía que planear y llevar a cabo falsas misiones en los suburbios y el campo que rodeaba Leningrado. Por último, cuando llegó el momento del examen de Vigilancia, Discreción, «La seguridad primero», Presencia de Ánimo, Coraje y Serenidad, obtuvo las mejores notas de toda la clase.

Al final del año, el informe enviado a SMERSH concluía lo siguiente: «Valor político nulo. Valor operacional excelente», lira precisamente lo que quería oír Otdyel II.

El año siguiente lo pasó, con sólo otros dos estudiantes extranjeros entre varios centenares de rusos, en la Escuela para el Terror y Maniobras de Distracción Estratégica, situada en Kuchino, en las afueras de Moscú. Allí, Grant superó triunfante los cursos de judo, boxeo, atletismo, fotografía y radio, bajo la supervisión general del famoso coronel Arkady Fotoyev, padre del moderno espionaje soviético, y completó su instrucción en armas pequeñas en manos del teniente coronel Nikolai Godlovsky, el campeón soviético de tiro con rifle.

En dos ocasiones durante este año, y sin previo aviso, un coche del MGB acudió a buscarlo en la noche de luna llena y lo llevó a una de las cárceles de Moscú. Allí, con una capucha negra sobre la cabeza, se le permitió llevar a cabo ejecuciones con diversas armas: la soga, el hacha, el subfusil ametrallador. Antes, durante y después de estas acciones, se le hicieron electrocardiogramas, se le tomó la presión sanguínea y lo sometieron a otras varias pruebas médicas, pero los propósitos y hallazgos de las mismas no le fueron comunicados a él.

Fue un buen año y Grant tenía la sensación, muy correcta, de que estaban satisfechos con él.

En 1949 y 1950, a Grant se le permitió salir en pequeñas operaciones con los Grupos Móviles o Avanposts, que se llevaban a cabo en los países satélites. Se trataba de apaleamientos y simples asesinatos de espías rusos y empleados de Inteligencia sospechosos de traición u otras aberraciones. Grant ejecutaba estos cometidos de forma limpia, precisa y sin llamar la atención, y aunque lo vigilaban de modo constante y minucioso, jamás manifestó la más leve desviación de las normas que se le exigían, ni tampoco ninguna debilidad de carácter o de destreza técnica. Puede que habría sido diferente si le hubiesen pedido que matara cuando llevaba a cabo un trabajo en solitario durante el período de luna llena; pero sus superiores, que se daban cuenta de que durante ese período él se hallaría fuera del control de ellos, o del suyo propio, escogían fechas sin riesgo para las operaciones en las cuales intervenía. El período de plenilunio quedaba reservado exclusivamente para carnicerías en las prisiones y, de vez en cuando, se las programaba como recompensa por haber realizado con éxito alguna operación a sangre fría.