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Los ojos de la mujer continuaban fijos en Bond. Se movió apenas, cambiando el peso de un lado al otro. Fuera de la vista de Bond, y sin que lo advirtiera Mathis que continuaba examinando el rostro de la rusa, la punta de una de las lustrosas botas presionó bajo el empeine de la otra. En la punta apareció un centímetro de fina hoja de cuchillo. Al igual que las agujas de hacer punto, el acero tenía el mismo color azul sucio.

Los dos hombres reaparecieron y depositaron el gran cesto cuadrado junto a Mathis.

– Cójanla -dijo Mathis. Le hizo una leve reverencia a la mujer-. Ha sido un honor.

– Au revoir, Rosa -dijo Bond.

Los ojos amarillos se encendieron brevemente.

– Adiós, señor Bond.

La bota, con su diminuta lengua de acero, salió disparada.

Bond sintió un agudo dolor en la pantorrilla derecha. Sólo fue el tipo de dolor que uno sentiría a causa de un puntapié. Dio un respingo y retrocedió. Los dos hombres aferraron a Rosa Klebb por los brazos.

Mathis se echó a reír.

– Mi pobre James -dijo-. Puede contarse con SMERSH para decir la última palabra.

La lengua de sucio acero se había retirado al interior de la bota. Lo que ahora levantaban en peso para meter en la cesta era sólo un bulto de mujer inofensiva.

Mathis observó cómo ajustaban la tapa. Se volvió hacia Bond.

– Ha concluido un buen día de trabajo, amigo mío -comentó-. Pero parece cansado. Regrese a la embajada y repose, porque esta noche tenemos que cenar juntos. La mejor cena de París. Y buscaré a la muchacha más adorable para acompañar esa cena.

El entumecimiento estaba subiendo por el cuerpo de Bond. Sentía mucho frío. Alzó una mano para apartarse el mechón de pelo que le caía sobre la ceja derecha. No tenía tacto en los dedos. Le parecía que eran tan grandes como pepinos. La mano cayó pesadamente a su lado.

Respirar se volvió una tarea difícil. Bond inspiró hasta la máxima capacidad de sus pulmones. Apretó la mandíbula y cerró a medias los ojos, como suele hacer la gente cuando quiere ocultar que está borracha. A través de las pestañas, observó la cesta que era llevada hacia la puerta. Se forzó en abrir los ojos. Desesperado, enfocó a Mathis.

– No necesitaré una muchacha, René -dijo con voz espesa.

Ahora tenía que abrir la boca para poder respirar. La mano volvió a ascender hasta su rostro frío. Tuvo la impresión de que Mathis avanzaba hacia él.

Bond sintió que las piernas comenzaban a doblársele.

– Ya tengo a la más adorable… -dijo, o creyó decir.

Giró lentamente sobre los talones y cayó cuan largo era sobre el piso color vino tinto.

Ian Fleming

Ian Fleming nació en Londres en 1908. Se educó en Eton y en la academia militar de Sandhurst. Cursó estudios universitarios en Munich y en Ginebra. Trabajó en la agencia de noticias Reuters y, al comenzar la segunda guerra mundial, se alistó en la Inteligencia Naval, donde sirvió con el grado de capitán de fragata. En 1945, al acabar la guerra, se hizo construir una casa, Golderieye, en Jamaica, donde se instalaba todos los inviernos. Fue en ella donde creó a su agente secreto James Bond. Casino Royale, la primera novela en que aparece el personaje, fue terminada de escribir la víspera de su boda con Anne Rothermere en 1952 y publicada en 1953. Fleming escribió otras dos novelas, Chitty Chitty Bang Bang y The Diamond Smugglers, no ambientadas en el mundo de los servicios secretos.

La salud de Fleming comenzó a deteriorarse a finales de los años 50. Murió en 1964, a la edad de 56 años.

***

1. Presidente del Consejo de ministros entre junio de 1954 y febrero de 1955. {N. de la t.)