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Uno de los teléfonos del escritorio sonó suavemente. El hombre avanzó con pasos contenidos y precisos hasta la silla alta que había detrás del escritorio. Se sentó en ella y cogió el receptor del teléfono rotulado en blanco con las letras V. Ch. listas letras son la sigla de Vysoko-chastoty, o Alta Frecuencia. Sólo unos cincuenta oficiales supremos están conectados al panel de control de V. Ch., y son todos ministros de Estado o jefes de secciones selectas. La controla una pequeña centralita telefónica del interior del Kremlin, operada por oficiales profesionales de seguridad. Ni siquiera ellos pueden escuchar las conversaciones que se mantienen a través de la misma, pero cada palabra que se dice queda automáticamente grabada.

– ¿Sí?

– Serov al habla. ¿Qué acción se ha emprendido desde la reunión del Presidium de esta mañana?

– Tengo una reunión aquí mismo dentro de pocos minutos, camarada general… el RUMID [8], el GRU [9] y, por supuesto, el MGB. Después de eso, si se decide emprender la acción, me reuniré con los jefes de Operaciones y de Planificación. En caso de que se decida por la liquidación, he tomado la precaución de traer a Moscú al especialista necesario. Esta vez supervisaré personalmente los preparativos. No nos interesa otro asunto Khoklov.3

– Bien sabe el diablo que no. Telefonéeme después de la primera reunión. Deseo informar al Presidium mañana por la mañana.

– Desde luego, camarada general.

El general G. colgó el receptor y pulsó un botón que había debajo de su escritorio. Al mismo tiempo, encendió el magnetófono. Su ayudante de campo, un capitán del MGB, entró en la sala.

– ¿Han llegado ya?

– Sí, camarada general.

– Hágalos pasar.

Al cabo de pocos minutos traspasaron la puerta seis hombres, cinco de ellos vestidos con uniforme, y sin echarle apenas una mirada al hombre que se encontraba detrás del escritorio, ocuparon sus sillas ante la mesa de conferencias. Se trataba de tres oficiales superiores, jefes de sus departamentos respectivos, y todos iban acompañados de un ayudante de campo. En la Unión Soviética, ningún hombre acude solo a una conferencia. Por su propia protección y para tranquilidad de su departamento, inevitablemente se hace acompañar de un testigo para que dicho departamento pueda tener versiones independientes de lo que sucedió en la conferencia y, por encima de todo, de lo que dijo en su nombre. Resulta importante en el caso de que haya una investigación subsecuente. En la conferencia no se toman notas y las decisiones les son comunicadas oralmente a los diferentes departamentos.

Al otro lado de la mesa se encontraba el teniente general Slavin, jefe del GRU, el departamento de Inteligencia del Estado Mayor del Ejército, con un coronel a su lado. Al extremo se encontraba sentado el teniente general Vozdvishensky del RU- MID, el departamento de Inteligencia del Ministerio del Exterior, con un hombre de mediana edad vestido de paisano. De espaldas a la puerta, se hallaba el coronel de Seguridad del Estado, Nikitin, jefe de Inteligencia del MGB, el servicio secreto soviético, con un comandante a su lado.

– Buenas noches, camaradas.

Un cortés y prudente murmullo se elevó entre los oficiales. Cada uno sabía, y pensaba que era el único en saberlo, que en la habitación había micrófonos; y cada uno, sin decírselo a su ayudante de campo, había decidido pronunciar las mínimas palabras posibles de acuerdo con la buena disciplina y las necesidades del Estado.

– Fumemos. -El general G. sacó un paquete de cigarrillos Moskwa-Volga y encendió uno con un mechero Zippo estadounidense. Se oyeron chasquidos de encendedores en torno a la mesa. El general G. aplastó el tubo de cartón que remataba su cigarrillo, de modo que quedó casi plano, y lo sujetó entre los dientes al lado derecho de la boca. Estiró los labios hacia atrás, dejando los dientes a la vista, y comenzó a hablar con frases cortas y explosivas que salían con una especie de siseo entre los dientes y el cigarrillo inclinado hacia arriba.

– Camaradas, nos hemos reunido por orden del camarada general Serov. El general Serov, en nombre del Presidium, me ha ordenado que ponga en conocimiento de ustedes ciertos asuntos de política de Estado. Tenemos, pues, que conferenciar y aconsejar una línea de acción que sea acorde con esta política y la refuerce. Debemos llegar a una decisión lo antes posible. Pero nuestra decisión será de una importancia suprema para el listado. Deberá ser, por lo tanto, una decisión correcta.

El general G. hizo una pausa para permitir que los presentes se hicieran cargo del significado de sus palabras. Con lentitud, examinó uno a uno los rostros de los tres oficiales superiores que se encontraban ante la mesa. Sus ojos le devolvieron miradas imperturbables. Por dentro, estos hombres tremendamente importantes se sentían inquietos. Estaban a punto de tni- iar a través de la puerta del infierno. Estaban a punto de entelarse de un secreto de Estado, el conocimiento del cual podría, en el futuro, tener las más peligrosas consecuencias para ellos. Sentados en la silenciosa sala, se sentían bañados por la espantosa incandescencia que irradia del centro de todos los poderes en la Unión Soviética: el Presidium Supremo.

La última ceniza cayó del extremo del cigarrillo del general G. sobre su casaca. Él se la sacudió y arrojó la boquilla a la papelera de documentos secretos descartados que había junto a su escritorio. Encendió otro cigarrillo y volvió a hablar con el mismo entre los dientes.

– El consejo que debemos dar tiene relación con un notable acto de terrorismo que debe llevarse a cabo en territorio enemigo dentro de tres meses.

Seis pares de ojos inexpresivos estaban clavados en el jefe de SMERSH, esperando.

– Camaradas -el general G. se repantigó en su silla y su voz se volvió explosiva-, la política exterior de la URSS ha entrado en una nueva etapa. Hasta ahora, era una política «dura»… una política -se permitió la broma a costa del nombre de Stalin- de acero. Esta política, por eficaz que fuera, había creado tensiones en Occidente, sobre todo en los Estados Unidos, que estaban volviéndose peligrosos. Los estadounidenses son un pueblo impredecible. Son histéricos. Los informes de nuestra Inteligencia comenzaron a señalar que estábamos empujando a los Estados Unidos al borde de un ataque atómico sorpresa contra la U.R.S.S. Ustedes han leído esos informes y saben que digo la verdad. No queremos una guerra semejante. Si debe haber una guerra, seremos nosotros quienes escojamos el momento. Ciertos grupos estadounidenses poderosos, sobre todo el grupo del Pentágono liderado por el almirante Radford, contaron con el propio éxito de nuestra política «dura» como ayuda a sus violentos planes. Así pues, se decidió que había llegado la hora de cambiar nuestros métodos, al tiempo que conservábamos los objetivos. Se creó una política nueva: una política «dura-blanda». Ginebra fue el comienzo de esta política. Nos mostramos «blandos». China amenaza las islas de Quemoy y Matsu. Nos mostramos «duros». Abrimos nuestras fronteras a muchísimos periodistas, actores y artistas, aunque sabíamos que muchos de ellos eran espías. Nuestros líderes ríen y cuentan chistes en las recepciones de Moscú. En medio de los chistes nosotros lanzamos la bomba de prueba más grande de todos los tiempos. Los camaradas Bulganin, Krus- chov y el camarada general Serov -el general incluyó cuidado- sámente los nombres para que quedaran grabados- visitan la In dia y Oriente e injurian a los ingleses. A su regreso, mantienen conversaciones amistosas con el embajador británico acerca de la próxima visita de buena voluntad que harán a Londres. Y así nos comportamos en los demás ámbitos: la caricia y el garrote, la sonrisa y el ceño fruncido. Y Occidente está confundido. Las tensiones se relajan antes de tener tiempo de consolidarse. Las reacciones de nuestros enemigos son torpes; su estrategia, desorganizada. ¡Entre tanto, el pueblo llano ríe de nuestros chistes, vitorea a nuestros equipos de fútbol y babea de deleite cuando ponemos en libertad a unos cuantos prisioneros de guerra a los que ya no deseamos alimentar!

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[8] Departamento de Inteligencia del Ministerio del Exterior.

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[9] Departamento de Información del Estado Mayor de! Ejército.