Выбрать главу

La señora Annesley sonrió al oír las palabras del caballero y le hizo una reverencia, antes de volver a clavar sus brillantes ojos en él.

– Recibo su gratitud con alegría, señor Darcy. La señorita Darcy es la jovencita más encantadora que he tenido el placer de conocer y no tengo duda alguna de que se convertirá en una noble mujer. Por favor, desista de interrogarla, como ha dicho, pero ofrézcale su tiempo y su amor. Ella florecerá y ahí usted lo descubrirá todo.

– Que sea como usted dice, señora. -Darcy inclinó la cabeza para indicar que la entrevista había llegado a su fin.

La dama respondió de igual manera y dio media vuelta para marcharse, pero se detuvo casi al llegar a la puerta y se volvió de nuevo hacia el caballero.

– Perdóneme, señor Darcy.

– ¿Sí, señora Annesley?

– ¿Desea usted que Trafalgar deambule libremente por la casa ahora que está de vuelta?

– Ésa es mi costumbre, señora Annesley; aunque, por lo general, permanece a mi lado. -Darcy miró alrededor del estudio, pero el sabueso no estaba por ninguna parte-. ¿Acaba usted de abrir la puerta?

– No, señor Darcy, ya estaba abierta. Creo que Trafalgar se impacientó un poco con nuestra conversación.

Más allá de la puerta se oyó un agudo aullido, seguido del golpeteo de unas patas sobre el suelo de madera de las escaleras y luego por el corredor.

– ¡Retroceda, señora Annesley! -le advirtió Darcy justo en el momento en que Trafalgar doblaba la esquina y entraba disparado por la puerta. Al ver a su amo, el perro disminuyó la velocidad y se le acercó con un trotecito suave, esquivándolo y parándose luego detrás de sus piernas-. ¿Y ahora qué has hecho, monstruo? -Darcy suspiró. Trafalgar lamió delicadamente su chuleta, mientras el cocinero llegaba sin aliento hasta la puerta del estudio.

Toda intención de poner a prueba el consejo de la señora Annesley quedó postergada hasta nueva orden, pues Darcy tuvo que dedicar el resto de su primera semana en casa a atender asuntos de la propiedad. Al haber estado ausente durante la cosecha anual, tenía mucho trabajo por delante para concentrarse en las condiciones de las numerosas granjas e intereses de Pemberley. Su administrador estaba ansioso por presentarle los informes y reclamaba su atención para detallarle la exitosa aplicación durante la temporada de los principios de la Nueva agricultura del señor Young. Darcy nunca había formado parte del grupo de terratenientes que se contentaban sólo con ver las cuentas; así que pasó más de una tarde inspeccionando las tierras y discutiendo con trabajadores y arrendatarios sobre los resultados del trabajo de la estación. Luego, claro estaba la señora Reynolds, con quien tenía que hablar sobre la administración la casa, y Reynolds, con quien tenía que discutir acerca de la servidumbre y los gastos de la mansión, y una cantidad de empleados que había que entrevistar para los preparativos de la recuperación de la tradicional celebración de Navidad en Pemberley, y los arreglos que había que hacer para la visita de sus tíos, los Fitzwilliam.

El sábado por la noche Darcy estaba exhausto y la cabeza le daba vueltas, llena de datos, cifras y los innumerables detalles que necesitaba tener en cuenta para tomar las decisiones que llevarían a Pemberley y a su gente hacia un próspero futuro. Después de la última cita con el administrador de las caballerizas, Fletcher se le adelantó y le preparó, convenientemente, un baño relajante, tras lo cual lo ayudó a vestirse cómoda pero correctamente para cenar con su hermana. Cenaron en medio de un clima de tranquilidad, pero la seguridad y la sencilla elegancia con la cual Georgiana se comportó en la cena provocaron que Darcy se hiciera más preguntas, que clamaban por salir por encima de todas las demás que también esperaban solución. Georgiana advirtió su distracción, pues era tan grande que Darcy apenas contribuyó con unas pocas sílabas a la conversación. Con una amorosa sonrisa en el rostro, asumió la responsabilidad de dirigir la charla y lo entretuvo con relatos sobre acontecimientos ocurridos en Pemberley durante su ausencia, hasta que, al notar su fatiga, le ofreció con dulzura tocar un poco para él al final de la cena.

Sentado en el diván del salón de música, con los ojos cerrados, Darcy pensó durante un instante en la seguridad que su hermana había demostrado en la mesa y en ese rasgo tan femenino de preocuparse por su bienestar. El amable interés de Georgiana por su estado de ánimo y la necesidad de tener un poco de diversión parecía una evidencia más de la eficacia de esa fuerza sobre la cual la señora Annesley sólo le había dado unas ligeras pinceladas. Hizo un fugaz intento por analizar un poco el asunto, antes de rendirse a la música y permitir que ésta invadiera su espíritu como un bálsamo consolador. No pasó mucho tiempo antes de darse cuenta de que se estaba abandonando en ese estadio seductor que se apodera de las personas cuando bajan la guardia y quedan atrapadas entre la vigilia y el sueño. Demasiado cansado para alejarse de los límites de ese mundo, Darcy dejó que la música envolviera sus agotados sentidos y comenzara a jugarle bromas. La figura sentada al piano pareció transformarse de manera curiosa, desvaneciéndose una de las personas más cercanas a su corazón para convertirse en otra que le era más querida, pero cuya evocación no se permitía en momentos de mayor lucidez. Sin embargo, en ese momento, esa tierna intimidad parecía razonable, y el caballero saludó su aparición con una lánguida sonrisa y un suspiro profundo.

La alegría que le produjo el hecho de sentir la presencia de Elizabeth en su casa, la tranquilidad con que ella estaba sentada al piano tocando para él y esa sensación de soledad acompañada hizo cosquillear su cuerpo con los mismos efectos de un buen brandy.

Darcy estaba seguro de que si movía un poco el pie, tropezaría con la cesta de bordar, y que si tenía la energía para deslizar la mano a lo largo del diván, encontraría su chal perfumado de lavanda, colgando despreocupadamente del respaldo. Con los ojos todavía cerrados, Darcy giró la cabeza y tomó aire lentamente. Sí. Volvió a sonreír; podía percibir el recuerdo de ella flotando hacia él desde los pliegues sedosos del chal.

La música siguió surgiendo de la mano de Elizabeth, deslizándose suavemente hacia él y buscando todos los lugares vacíos, para llenarlos con una sensación de nostalgia por lo que sólo ella podía brindarle.

– Elizabeth -dijo suspirando y en voz baja, al tiempo que reconocía el poder que ella ejercía sobre él. La música vaciló y luego continuó la íntima exploración de las emociones de Darcy. Él sabía que estaba hechizado, tal como había estado en casa de sir William y durante el baile de Netherfield. Lo sabía, pero en lugar de rechazar esa sensación, la saludó con una alegría que ahora sabía que se reflejaba también en los ojos de ella. Estaban paseando por el invernadero, el Edén de sus padres, rebosante de flores, mientras ella le susurraba algo al oído y él tenía que inclinarse.

– Fitzwilliam. -Oír su nombre en labios de Elizabeth, tan cerca de su oído que el aliento de la muchacha le acarició la mejilla, fue la sensación más agradable. La forma en que su sangre pareció deslizarse mas rápido por las venas al oír la voz de Elizabeth lo ayudó a reunir el valor para buscar su mano.