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– Elizabeth -murmuró Darcy, devolviéndole el susurro con el mismo sentimiento.

– ¿Fitzwilliam? -La pregunta que resonó en el aire no era la que él estaba esperando, y aquél tampoco era el timbre de la muchacha-. ¿Hermano?

Darcy abrió los ojos de repente, mientras recuperaba la consciencia con un sobresalto y regresaba a la realidad de ver a Georgiana sentada en el borde del diván, tratando valerosamente de reprimir un torbellino de risas que amenazaban con esparcirse por encima de unos dedos fuertemente apretados contra los labios. Darcy parpadeó varias veces al verla, sin comprender que lo que había sentido de manera tan real, tanto que su corazón aún seguía palpitando con fuerza, había sido sólo un sueño. Miró con desesperación a su lado en el diván, pero allí no había ningún chal ni tampoco una cesta de bordar a sus pies.

– Hermano, ¿qué es lo que buscas? ¿Puedo ayudarte? -Georgiana logró calmarse, pero la risa todavía jugueteaba en sus ojos y tenía el labio inferior apretado, por la gracia que le causaba ver el estado de su hermano.

Darcy la miró con repentino horror. ¿Qué había dicho mientras estaba soñando? ¿Cómo había permitido que sucediera algo semejante? Una vaga sensación de calidez se apoderó de su cuerpo, al recordar la fuerza de la tentación que había soportado hasta que la fatiga había derribado sus defensas. Pero si quería recuperar lo que había perdido, debía atacar enseguida. No obstante, la réplica murió antes de llegar a sus labios, mientras observaba a su hermana bajo una nueva luz. ¿Cuándo se había atrevido Georgiana a reírse de esa manera? ¿Cuándo había sido la última vez que él se había portado con ella como un hermano y no como un padre-guardián?

La mirada de asombro de Darcy fue demasiado para Georgiana, que ya no pudo contener más la risa y estalló en una carcajada que hizo aparecer lágrimas en sus ojos. Cuando Darcy esbozó una sonrisa de arrepentimiento como respuesta, Georgiana se desplomó contra el respaldo del diván.

– ¡Ay, Fitzwilliam! -logró decir finalmente-. Te ruego que me perdones, pero ¡nunca te había visto así!

– Sí, bueno… creo que me he quedado dormido -dijo Darcy con incomodidad, enderezándose y abandonando la traicionera posición que había propiciado su indiscreción.

– Profundamente dormido… y estabas soñando, me imagino -respondió ella, mirándolo intensamente con ojos brillantes a causa de las lágrimas. Luego añadió con voz suave-: ¿Me contarás ahora alguna cosa sobre la señorita Elizabeth Bennet, hermano?

Darcy examinó el rostro sinceró y serio de su hermana durante unos instantes, antes de desviar la mirada. Cuéntaselo, lo instó una voz interior. En realidad, ¿qué puedes decir? Discutimos, establecimos una tregua y bailamos y volvimos a discutir. ¡Fin! Darcy volvió a mirar el rostro esperanzado de su hermana y enseguida abandonó la idea de ofrecerle un relato tan insulso. No serviría de nada y tampoco era completamente cierto.

– ¿Cómo es ella, hermano? ¿Me gustaría conocerla? -La sonrisa de Georgiana se volvió un poco melancólica mientras lo presionaba.

Darcy sintió que su reticencia se disipaba y su corazón se ensanchaba al contemplarla.

– Son muchas preguntas, querida -murmuró mientras agarraba su mano-. ¿De verdad quieres que responda a todas?

Georgiana movió la mano dentro de la de Darcy y le dio un apretón.

– He tratado de respetar tus deseos de privacidad, Fitzwilliam, y no presionarte. Pero te veo distraído con tanta frecuencia. A veces tienes una mirada que noto que estás pensando en ella. -Georgiana se sonrojó al ver que él se sobresaltaba-. Al menos, eso creo.

– ¿Distraído? ¿A qué te refieres? Estoy seguro de que estás equivocada -negó rápidamente Darcy, pero no logró disuadirla.

– ¿Acaso no estabas soñando ahora mismo con la señorita Elizabeth?

Darcy sabía que estaba atrapado. Georgiana le estaba pidiendo que confiara en ella, le pedía que la pusiera a prueba. Ese cambio en su hermana despertó al mismo tiempo su admiración y su alarma. Esa nueva actitud tan madura era más de lo que había deseado; pero no podía entenderla ni lograba decidirse a interrogarla al respecto. Tampoco podía, por miedo a la fragilidad de su recién adquirida seguridad, negarle la solicitud de algo que claramente podía brindarle. Sin duda era un jaque mate. ¿Y cómo podía no ser sincero con este tesoro que le había sido confiado por el cielo y por su padre?

Darcy respiró hondo para calmarse.

– Te diré lo que quieres saber hasta donde me lo permiten mis conocimientos. -Levantó una mano en señal de advertencia al ver la sonrisa de su hermana. Pero te advierto que todo el asunto te va a parecer más bien decepcionante. No soy un «romántico». Aunque no pretendo afirmar que conozco la manera de pensar de la dama en cuestión, estoy seguro de que ella estaría de acuerdo en eso. -Hizo una pausa para ver el efecto que había tenido su advertencia, pero el hoyuelo de la mejilla de Georgiana se hizo más profundo. Así que suspiró con resignación-. ¿Por dónde quieres que empiece?

– ¡Cuéntame cómo es ella! La señorita Elizabeth Bennet debe ser una dama muy especial para haberse ganado tu admiración. -Georgiana se acomodó en el diván, aguardando la respuesta de Darcy, de la misma forma que solía esperar las historias que él le leía cuando niña.

– La señorita Elizabeth Bennet es… -Darcy frunció el ceño mientras pensaba. Nunca había tratado de describirla. Ella no pertenecía propiamente a ninguno de los grupos de mujeres que había conocido. Ella era… ¡Elizabeth!-. La señorita Elizabeth Bennet es una mujer que desafía las clasificaciones tradicionales de la sociedad. -Volvió a fruncir el ceño-. Es decir, es una mujer inusual. Pero -se apresuró a añadir-: no debes imaginarte que es un adefesio, o una de esas espantosas mujeres poco convencionales. -Sonrió para sus adentros-. Uno de sus vecinos, un squire, se refirió a ella como una mujer de «buen sentido poco común, todo envuelto en un paquete tan hermoso como podría desearse». Esa descripción no le hace justicia, pero no está lejos de ser acertada.

– ¿Entonces es bonita? ¿Hermosa? -insistió Georgiana.

¿Ella, una belleza? Antes estaría dispuesto a afirmar que su madre es muy ingeniosa. Darcy se estremeció al recordar sus imprudentes palabras y se preguntó cómo era posible que alguna vez hubiera pensado semejante cosa.

– No me pareció así al comienzo, pero eso se debe a que su figura no tiene el corte clásico y yo no tuve inteligencia suficiente para apreciarla. -Darcy descubrió que se animaba a hablar mientras se concentraba en responderle a su hermana con la verdad-. Sin embargo, a medida que fui conociéndola, me pareció muy agradable. ¡Muy agradable, de verdad! Creo que lo que primero atrajo mi atención fueron sus ojos. Son muy expresivos y, cuando levanta las cejas, dicen muchas cosas a aquellos que pueden…

Una risita interrumpió su soliloquio.

– Perdóname, hermano -se disculpó Georgiana de corazón-. Por favor, sigue.

– Ella es hermosa, sí. Eso es lo que pienso, en todo caso -concluyó Darcy bruscamente-. ¿Qué más quieres saber?

– ¿Es amable además de hermosa? -La voz de Georgiana tembló un poco.

Consciente de la inquietud de su hermana, Darcy se sintió agradecido al pensar su respuesta.

La señorita Elizabeth Bennet es una joven muy inteligente y decidida -admitió-, pero también es una mujer muy tierna. Nunca desfalleció en sus atenciones para con su hermana, cuando se puso enferma en Netherfield. La señorita Bennet no recibió ningún cuidado ni atención que no realizara la propia señorita Elizabeth. -Al recordar otras escenas, Darcy continuó-: La vi tranquilizar a militares viejos y gruñones y llenar de seguridad a chiquillas tímidas y a jóvenes campesinos casi al mismo tiempo. -Se rió al recordar los acontecimientos de aquella velada y luego se puso serio-. Pero debo decir que ella no tolera a los tontos ni adula a aquellos que pueden ser o no sus superiores. Es amable, desde luego, pero sabe mantener la dignidad. ¡Mi propia experiencia es testimonio de ello!