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– Entonces -dijo Georgiana alargando la palabra-, ¿catalogas a la señorita Bennet sólo como un bonito rostro que te incitó?

– No, querida. -Darcy se movió con incomodidad y se ruborizó al pensar en el significado de lo que su hermana estaba a punto de sugerir-. No es eso lo que estoy tratando de decir y seguir discutiendo sobre el asunto sería una falta de delicadeza. -Miró a la muchacha, y al notar su insatisfacción por la manera en que él se había apresurado a responder a su pregunta, continuó-: Al menos yo no pienso en ella en términos de «sólo» esto o aquello, como tú sugieres. -Le devolvió a su hermana la sonrisa de triunfo-. Admiro su inteligencia, su gracia y también su compasión. Me gusta la manera como me mira a los ojos y me dice exactamente lo que está pensando o lo que quiere que yo crea que está pensando. A veces es difícil distinguir.

– Y la echas de menos, eso ya lo sé. Sin embargo, ¿no estás preparado para llamarlo amor? -insistió Georgiana.

– No me atrevo y no lo haré -contestó él de manera tajante-. ¿Con qué propósito? -preguntó al ver el gesto de desacuerdo de su hermana-. ¡Ya te expliqué todas las razones por las cuales, tanto para Elizabeth como para mí, esa declaración sería inútil!

– Pero -insistió Georgiana- ¿estarías dispuesto, ante Dios, de serle fiel sólo a ella?

Darcy abrió los ojos al oír aquella pregunta tan directa, pero rápidamente la imagen de su rostro fue reemplazada por imágenes de su propia creación, que él había tratado de dejar a un lado, aunque no había conseguido alejar. ¿Dispuesto? Darcy se llevó la mano al bolsillo del chaleco y sacó los sedosos hilos anudados. Jugando con ellos entre los dedos, los contó: tres verdes, dos amarillos, uno azul, uno rosado y uno lavanda, unidos por un bonito y gracioso nudo.

Si sus hermosos ojos se dignaran a mirarlo de verdad, de la manera en que él se imaginaba… Darcy casi se abandona a aquel pensamiento, pero, de repente, la imagen que tenía ante él se convirtió en otra muy distinta, devolviéndolo enseguida a la realidad.

– ¡Bingley! -gruñó, sorprendiendo a su hermana.

– ¿El señor Bingley? -repitió Georgiana, y el sonido de su voz trajo a Darcy de nuevo a lo que le rodeaba-. ¿Acaso el señor Bingley también ama a Elizabeth?

– No, no -replicó Darcy de manera tajante-. Pero sí juega un importante papel en este asunto, el cual no puedo divulgar -dijo y luego, anticipándose a la reacción de su hermana, continuó-: Y no, Elizabeth tampoco cree estar enamorada de él. Me temo que tendrás que contentarte con eso, querida, y yo tendré que encontrar la felicidad en otro lugar, independientemente de mis inclinaciones. -Volvió a guardarse los hilos en el bolsillo y se levantó del diván-. Ahora, ¿practicamos el dueto? -Le ofreció la mano a su hermana y ésta la tomó, agradecida. Tras acompañarla hasta el piano, Darcy le acercó el taburete y volvió a tomar su violín.

– Fitzwilliam, ¿te molestaría que yo incluyera esto en mis oraciones? -La tierna preocupación de Georgiana lo conmovió profundamente, y aunque no podía entender el giro que había dado la vida de aquella muchacha, no era inmune al amor con el que ella la expresaba.

– No, preciosa, no me molesta en absoluto. -Se inclinó y la besó en la mejilla-. Los hombres estamos notoriamente mal preparados para dirigir los asuntos del corazón. -Se incorporó y volvió a ponerse el violín bajo la barbilla, antes de añadir-: Pero sería una negligencia de mi parte no recordarte que no vivimos en la era de los milagros y que eso es lo único que podría resolver este asunto.

* * *

– Richard, ¡qué alegría verte! -Darcy estrechó la mano de su primo y lo invitó a entrar en el vestíbulo de Pemberley, lejos de la ventisca-. ¿El viaje ha sido horrible? ¿Cómo está mi tía?

– Lo suficientemente bien, Fitzwilliam, como para contestar por sí misma -fue la respuesta que se oyó desde atrás del voluminoso abrigo del coronel-. Sí, ha sido horrible, como suelen ser siempre los viajes en esta época del año. -La cara flemática de lady Matlock apareció finalmente detrás del hombro de su hijo-. Pero eso no significa que lamentemos haber venido. Pasar la Navidad en Pemberley es algo por lo que vale la pena enfrentarse a cualquier desafío que nos presente el tiempo. -Darcy dio un paso hacia ella, se inclinó ante su mano y luego estampó un beso de saludo sobre la mejilla de su tía-. Vaya, querido -le dijo ella con afecto-, es maravilloso volver a verte. Tu tío y yo llevamos años sin verte. -Lady Matlock tiró de las cintas de su sombrero y lo depositó con elegancia sobre los brazos de uno de los numerosos criados que se apresuraban a descargar los carruajes que habían transportado a la familia del conde y sus sirvientes.

– Estuve en el campo -contestó Darcy-, visitando la propiedad que ha adquirido un amigo recientemente, señora.

– Y la cacería fue buena -le dijo su tía, mientras se quitaba los guantes-. Sí, sí, he oído esa historia varias veces.

– Así es. -Darcy sonrió como respuesta y dio media vuelta para saludar a su tío-. Bienvenido, milord.

– ¡Darcy! -El conde de Matlock y el dueño de Pemberley intercambiaron reverencias, antes de que su tío estrechara la mano de Darcy y le diera un buen apretón-. Tu tía tiene razón. -Se volvió ligeramente hacia su esposa-. Como siempre, querida. -Ella hizo una reverencia como respuesta a aquella asombrosa declaración, al tiempo que el conde le hacía un guiño a su sobrino-. No hemos tenido el placer de verte durante la mayor parte del otoño. Ahora, si es verdad que una buena cacería te impidió ir a visitarnos, entonces, como cabeza de esta familia, debo insistir en mi derecho de saber dónde queda ese paraíso.

– A su debido tiempo, padre -interrumpió su hijo más joven-. ¡Brrr! Está haciendo tanto frío como en… ¡Ah, huelo algo por ahí! Fitz, ¿tienes algo para calentar la sangre de un pobre hombre? Mi hermano estaría feliz de tomarse algo ardiente ahora, ¿no es así, Alex?

Lord Alexander Fitzwilliam, vizconde D'Arcy, le lanzó a su hermano una mirada de furia, antes de inclinarse ante su primo.

– No le hagas caso, Darcy. Mandamos al menor al ejército, y todavía no ha aprendido a comportarse como un caballero.

– ¡Si yo sólo estaba velando por tus intereses, hermano!

– ¡Richard, no me conviertas en excusa de tus malos modales! -replicó D'Arcy.

– Como ves, Fitzwilliam, tus primos todavía no pueden pasar más de media hora en el mismo carruaje sin pelearse como cuando eran niños. -Lady Matlock les lanzó una mirada de censura a sus hijos, que la sobrepasaban bastante en estatura-. Pero ¿dónde está Georgiana?

Darcy le ofreció el brazo a su tía.

– Os está esperando en el salón amarillo, entre la multitud de platos que juzgó apropiados para daros la bienvenida, señora. -Miró por encima del hombro a sus primos y a su tío y añadió-: Incluyendo algunos tés y cafés «ardientes» que, si deseáis, yo estaré encantado de complementar con algo más fuerte.

Después de oír esto último, la expresión del coronel sufrió una gloriosa transformación.

– Entonces, ¡condúcenos hacia allí, Fitz! ¡No debemos hacer esperar a mi prima! -Darcy se rió y acompañó a su tía y a sus parientes escaleras arriba. Entraron en un salón pintado de un color amarillo limón muy pálido, adornado con un hermoso friso de yeso color crema compuesto por ramos de viñas y rosas entrelazados. La chimenea presentaba la misma decoración y sus extremos se levantaban para enmarcar un magnífico espejo que captaba y reflejaba la amplitud del salón y los delicados candelabros de oro y cristal. Diseñado por la difunta lady Ann, el salón tenía la espléndida capacidad de proyectar una gran calidez en las estaciones frías y una refrescante atmósfera en el verano, y por eso era uno de los lugares de reunión favoritos de la mansión. Decorado con los adornos navideños, el efecto del salón fue inmediato sobre los visitantes, y cuando Georgiana avanzó hacia la puerta para saludar a su familia, parecía un ángel en medio de aquella festiva decoración.