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El reverendo continuó:

– Con ese fin, «Conoceos a vosotros mismos», como dice el filósofo, y conducíos con prudencia, de acuerdo con el consejo del apóstol Santiago sobre la utilidad de las buenas obras y, ciertamente, cumpliendo con vuestro deber. Pero siempre, queridos feligreses, de manera moderada, tal y como corresponde a los seres racionales. Palabra de Dios. Amén.

El reverendo cerró la Biblia sobre sus notas, pero Darcy no pudo cerrar tan fácilmente la rabia y la indignación que lo estremecían. Todo su ser exigía acción, pero no se podía mover para aliviar esa necesidad, ni sabía qué acción podría satisfacer sus exigencias.

El coro se puso de pie para empezar a cantar y el murmullo de sus movimientos acompasados, sumado a las triunfales notas del órgano, despertó a Richard. Se sentó recto y parpadeó, como un búho, mirando a su primo.

– ¿Me he perdido algo? -Bostezó mientras se levantaba.

– Lo mismo de siempre -contestó Darcy, girando la cabeza, pues con una simple ojeada, su primo se daría cuenta de que algo andaba mal. Aprovechando el ritual de Richard para despejarse de su somnolencia, Darcy recogió lentamente su sombrero y su libro de plegarias. Necesitaba distraerse. Con estudiada despreocupación, se volvió hacia su primo y dijo-: Excepto cuando su excelencia, el duque de Cumberland, salió corriendo por el pasillo y confesó haber asesinado a su ayuda de cámara.

– ¡Cumberland! -Richard abrió los ojos como platos y dio media vuelta, cuando se detuvo y miró a Darcy-. ¡Así que Cumberland! Mal hecho, Fitz, aprovecharte de un pobre soldado agotado por los servicios prestados a…

– ¡A las damas de Londres, para salvarlas de los horrores de un minuto de aburrimiento! -resopló Darcy-. Sí, tienes toda mi compasión Richard.

Éste se rió y salió al pasillo.

– ¿Te importaría que hoy estirara mis piernas debajo de la mesa de tu comedor, Fitz? Su señoría, el conde de Matlock, y el resto de la familia partieron para Matlock la semana pasada y yo necesito con urgencia una tranquila comida lejos de las tropas. Me parece que me estoy haciendo demasiado viejo para embarcarme en travesuras todo el tiempo. -Suspiró-. Creo que la felicidad no es más que estar establecido y gozar de tranquilidad. En realidad, eso está empezando a parecerme muy atractivo.

– «Establecido y tranquilo». Así has pasado la mayor parte de los servicios de esta mañana -dijo Darcy, esbozando una sonrisa mientras su primo comenzaba a protestar-, pero no te reprenderé por eso.

– Además tu dijiste que «ha sido lo mismo de siempre».

– Sí, en líneas generales -replicó Darcy, arrastrando las palabras-. Pero mejor dime el nombre de la «muy atractiva» dama con quien aspiras a establecerte y gozar de tranquilidad.

– Bueno, Fitz, ¿acaso he mencionado alguna dama? -El rubor que cubrió el cuello de Richard pareció contradecir el tono indiferente de su pregunta.

– Primo, siempre ha habido una dama. -En ese momento ya habían llegado a la puerta de la iglesia y Darcy saludó al reverendo con un gesto más serio de lo habitual. Cuando salieron del atrio, el cochero de Darcy, Harry, que los estaba esperando, hizo avanzar el carruaje, que se deslizó hacia la acera.

– ¡Qué tiempo más espantoso! -Richard se estremeció mientras esperaba a que Harry abriera la portezuela-. Espero que no tengamos todo el invierno así. Me alegra que mi padre y mi madre se hayan marchado a casa. -Se subió al coche detrás de Darcy y rápidamente se echó sobre las piernas una de las mantas del carruaje-. A propósito, Fitz -dijo, entrecerrando los ojos mientras miraba a su primo y el coche arrancaba-, ¿ése es el nudo de Fletcher que humilló a Brummell en casa de lady Melbourne? Enséñale a tu pobre primo cómo se hace. El roquefort, ¿no es así?

– El roquet, Richard -replicó Darcy-. ¿Tú también? ¡No, por favor!

– ¿Fitz? Fitz, no creo que hayas oído ni una palabra de lo que acabo de decirte. -El coronel Richard Fitzwilliam bajó el vaso de oporto que su primo le había ofrecido después del almuerzo y se unió a él en la ventana-. Y creo que fue muy brillante, si me permites decirlo.

– Te equivocas en las dos cosas, Richard -contestó Darcy secamente, mirando todavía por la ventana.

– ¿En las dos cosas? -Su primo se recostó contra el marco de la ventana para mirar mejor su rostro.

Darcy se giró hacia él, con una sonrisa condescendiente.

– He oído cada palabra y no fue nada inteligente. Tal vez entretenido, pero nada que se pudiera calificar de brillante. -Darcy levantó su propio vaso y terminó el contenido, mientras esperaba la reacción de Richard a su ataque.

– Bueno, entonces, debo sentirme halagado de que tú me consideres «entretenido», teniendo en cuenta que eres muy exigente, primo. -Richard hizo una pausa y, enarcando una ceja, miró a Darcy con suspicacia-. Pero tienes que admitir que no me estabas prestando toda tu atención y que hoy no te has portado como siempre. ¿Hay algo que quieras decirme?

Darcy miró a su primo con incomodidad, mientras renegaba mentalmente de su aguda capacidad de observación. Nunca había podido esconderle nada a Richard durante mucho tiempo; su primo lo conocía demasiado bien. Tal vez había llegado el momento de hablar de sus preocupaciones. Respirando profundamente, Darcy se volvió hacia el acogedor refugio de su biblioteca.

– He recibido varias cartas de Georgiana en el último mes.

– ¡Georgiana! -La risa burlona de Richard se convirtió en un gesto de consternación-. Entonces, ¿no ha habido ningún cambio?

– ¡Al contrario! -Darcy fue directo al meollo del asunto-. Ha habido un cambio muy notorio y, aunque me alegro mucho de ello y estoy agradecido al cielo, no logro entenderlo totalmente.

Su primo se enderezó.

– ¿Un cambio notorio, dices? ¿En qué sentido?

– Georgiana ha dejado atrás su melancolía y nos ruega que la perdonemos por causarnos tanta preocupación. Me dice que debo, sí, debo -repitió Darcy al ver la mirada de incredulidad de Richard- olvidar todo el asunto, y que ella ya no lo recuerda sino como una lección aprendida. -Su primo soltó una exclamación-. ¡Y eso no es todo! Me cuenta que ha empezado a visitar a nuestros arrendatarios, como hacía mi madre.

– ¿Será posible? -Richard negó con la cabeza-. La última vez que estuvimos juntos no podía mirarme ni alzar la voz más allá de un murmullo.

– ¡Todavía hay más, Richard! Su última carta era muy afectuosa, y aunque no lo creas, me ofrecía consejo a mí sobre un asunto acerca del cual le había escrito. -Darcy se dirigió a su escritorio, mientras su primo reflexionaba en medio de un silencio cargado de asombro. Abrió un cajón, sacó una hoja y se la entregó-. Y luego, cuando regresé a Londres, Hinchcliffe me mostró esto.

– «La Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias… cien libras al año» -leyó Richard-. Fitz, ¿me estás gastando una broma? Porque se trata de una broma de pésimo gusto.

– No estoy bromeando, te lo aseguro. -Darcy tomó otra vez la carta y miró a su primo a los ojos-. ¿Qué te parece todo esto, Richard?

Este buscó su vaso de oporto y se bebió el resto del contenido de un solo trago.

– No lo sé. ¡Parece increíble! -Miró a Darcy-. Dices que su carta era «muy afectuosa». Entonces, ¿parecía contenta?

– ¿Contenta? -Darcy reflexionó sobre la palabra y luego negó con la cabeza-. No, yo no diría eso. ¿Conforme? ¿Madura? -Miró a su primo sin encontrar la palabra exacta-. En todo caso, me reuniré con ella en Pemberley dentro de pocos días y pretendo mantenerla a mi lado. -Hizo una pausa-. Voy a traerla conmigo a la ciudad en enero.