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– ¡Mi querida niña! -exclamó lady Matlock, antes incluso de que Georgiana se hubiese levantado de hacer su reverencia-. ¡Pero qué milagro es éste! ¡Te has convertido en toda una damita mientras tu hermano te tenía sepultada en el campo! -Se zafó del brazo de Darcy y avanzó hacia su sobrina. Tomando las manos de Georgiana entre las suyas, lady Matlock se dirigió a su sobrino-: Fitzwilliam, ¿por qué tu hermana no ha estado en Londres?

– ¡Señora! -protestó Darcy-. Sólo tiene dieciséis años.

– ¡Dieciséis! ¡Sólo dieciséis! Bueno, está bien; pero esto no debe continuar. No es bueno que una joven damita no sepa nada de Londres y de la vida social antes de su primera temporada. ¿En qué estás pensando, Fitzwilliam?

– Tía, por favor… no debes enfadarte con mi hermano -intervino rápidamente Georgiana-. He sido yo la que quiso quedarse tranquila en Pemberley. -Sonrió al ver la mirada de desaprobación de su tía-. Pero él ha insistido mucho en que lo acompañe de regreso a Londres después de Navidad.

– Así debe ser, querida. -Lady Matlock le dirigió una sonrisa de simpatía a su sobrino-. Aunque, a tu edad, Darcy, no me sorprende que hayas tenido poco tiempo u ocasión de acompañar a una jovencita y estar al mismo tiempo detrás de tu primo.

– ¡Madre! -objetó Fitzwilliam.

Lady Matlock ignoró a su hijo menor.

– Debes llevármela cuando tu tío y yo regresemos a la ciudad. Hay que presentársela a la prometida de D'Arcy lo más pronto posible.

La reacción de los dos hermanos ante el anuncio de su tía fue exactamente lo que la dama deseaba.

– ¿Prometida? -preguntaron al unísono Darcy y Georgiana, fijando la mirada en su primo, que recibió las felicitaciones con una sonrisa forzada.

– ¡Oh, Alex, me alegro por ti! -continuó Georgiana.

– Sí, bueno… claro, tenéis razón -contestó D'Arcy y luego le lanzó a su hermano una mirada de advertencia, antes de añadir-: Lady Felicia es exactamente lo que deseaba para ser mi vizcondesa.

– La hija de lord Lowden, marqués de Chelmsford -informó lord Matlock-, es intachable, un gran honor para su familia, y muy pronto también para la nuestra. Una unión excelente.

Darcy miró a su primo fijamente, mientras le estrechaba la mano. Lady Felicia Lowden era, según había tenido ocasión de comprobar, todo lo que su tío había dicho y mucho más. De hecho, había sido la reina de la última temporada social, alabada por su belleza, su conversación, su linaje y su fortuna. Darcy había formado parte del grupo de caballeros a los cuales la dama había favorecido con su atención y la había acompañado a la ópera y a varios bailes, pero pronto se dio cuenta de que lady Felicia necesitaba más admiración de la que un solo hombre podía prodigar. Al no ser uno de esos hombres que aspiran a formar parte de una corte, le cedió su lugar a aquellos que sí estaban felices de hacerlo, aunque no dejó de lamentarlo un poco. De acuerdo con los estrictos estándares de la sociedad, lady Felicia era un premio; sin embargo, Richard no parecía muy complacido con el éxito de su hermano. Intrigado por lo que percibió, Darcy le hizo un gesto con las cejas a Fitzwilliam, pero sólo recibió una sonrisita como respuesta.

En otro momento, entonces, se prometió para sus adentros, y se unió a su hermana para desempeñar los deberes de anfitrión. En realidad, encontró que el peso de esas obligaciones no era excesivamente pesado, puesto que Georgiana asumió el papel de anfitriona con una sonrisa tímida pero decidida. A decir verdad, su única contribución fue ofrecerles a los hombres de la familia la licorera de cristal que contenía el brandy y participar en su conversación. Ocasionalmente sentía sobre él los ojos de su hermana, que parecían hacerle una pregunta, y entonces se acercaba. Pero durante la mayor parte del tiempo, una sonrisa de su parte era todo lo que ella necesitaba para sentirse segura. Notó que Fitzwilliam miraba a Georgiana en repetidas ocasiones, hasta que la curiosidad finalmente lo venció. Con admirable discreción, se abrió paso hasta el diván donde ella conversaba con su madre y se sentó cautelosamente en el asiento de al lado. Cuando se volvió a reunir por fin con los otros miembros de su mismo sexo, tenía el aire de un hombre que se ha enfrentado a un enigma inesperado.

El deseo de Darcy de tener una entrevista privada con su primo se cumplió antes de lo esperado cuando, a la mañana siguiente, durante el desayuno que normalmente tomaba solo, el rostro de Fitzwilliam apareció por encima de su periódico.

– ¡Richard! Es un poco temprano para ti, ¿no es así? -Darcy bajó el periódico, señaló las bandejas humeantes que había sobre la mesita auxiliar y añadió-: Por favor, ¡sírvete lo que quieras! -Luego volvió a concentrarse en la lectura, mientras Fitzwilliam se arrastraba hasta la mesa. Su primo procedió a servirse una taza de la fuerte variedad de café que le gustaba a Darcy y, tras tomar un panecillo dulce de una delicada bandeja de porcelana, se sentó junto a él, dejándose caer en la silla que estaba a su derecha, con un bostezo y un suspiro.

– Parece que el reposo es un privilegio del que sólo gozan los justos -comentó Darcy de manera seca tras el tercer bostezo de Fitzwilliam. Dobló su periódico y lo dejó a un lado, al tiempo que el coronel lo fulminaba con la mirada por encima de su taza de café.

– Y a juzgar por tus palabras, supongo que no crees que yo sea uno de esos privilegiados -replicó con sarcasmo-. Puedes tener razón, al menos cuando se trata de mi hermano. Siempre me ha gustado mortificarlo. -Se recostó en la silla en actitud reflexiva-. Pienso que lo que alimenta esa perversa inclinación de mi carácter a lanzarle cuanto dardo se me ocurre es su eterno estado de apesadumbrada indignación.

– ¿Acaso lo culpas a él por tu comportamiento? -Darcy negó con la cabeza en señal de desaprobación, llevándose a los labios su propia taza-. ¡Richard!

– ¡En absoluto, Fitz! Sólo me remito a la bien conocida verdad universal de que toda acción tiene su equivalente en sentido contrario. Y como estoy seguro de ser el equivalente de Alex, excepto por el hecho de que él es el mayor… -Se sentó con la espalda recta y echó los hombros hacia atrás-. Siento que mi inclinación está justificada, aunque no sea justa. ¡Es un asunto de simple física, primo! -El coronel mordió su panecillo, totalmente satisfecho de su teoría, al parecer sin percatarse de que su primo casi se atraganta con el último sorbo de café.

Darcy puso la taza sobre la mesa y tomó su servilleta.

– Richard, ese es un sofisma absurdo y… -dijo con voz ahogada.

– Háblame de Georgiana -lo interrumpió Fitzwilliam en voz baja, pero con cierta autoridad.

Darcy apretó la servilleta contra los labios con el ceño fruncido debido a su estado de perplejidad.

– No sé por dónde empezar, Richard, porque yo mismo estoy todavía intrigado.

– Parecía perfectamente tranquila ayer, mientras conversaba con mi familia con toda comodidad. Apenas puedo creer que se trate de la misma niña que, hace tan sólo unos pocos meses, no era capaz de levantar la vista más a allá de los botones de mi chaleco. -Fitzwilliam le dio un sorbo a su café con gesto meditativo-. ¿Cómo la encontraste cuando volviste?

Darcy se inclinó hacia delante.

– Al principio la situación fue un poco tensa entre nosotros, y yo lo malinterpreté como una continuación de su melancolía, pero es tal como dices. ¡No es la misma niña, Richard! Ciertamente no es la misma desde Ramsgate y, me atrevo a decir, que ya no es la misma de antes.