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– ¿Qué? -Riéndose, Georgiana levantó la vista para mirar la cara de su primo y luego la de su hermano.

– Tu hermano parece estar muy asombrado por algo -dijo Fitzwilliam arrastrando las palabras-. Si fuera yo, diría que es por ese atractivo sombrero. Pero conociendo a Darcy, probablemente estaba reflexionando sobre alguna gran cuestión y tú, mi querida niña, sólo estabas en el camino de su mirada. -Darcy recompensó a su primo con una mirada gélida y el ceño fruncido, antes de salir al pasillo.

– ¡Caramba! ¡Debe ser realmente una cuestión muy importante! -insistió Fitzwilliam-. Ahora bien, ¿qué podrá ser?

– ¡Richard, ya basta! -le ordenó Darcy en voz baja.

– Pienso que no es una cuestión. No, esa expresión tan autoritaria indica que es algo más mundano que la filosofía.

– ¡Filosofía! -exclamó D'Arcy, que se reunió con ellos en el pasillo-. ¿Acaso acabo de oír a Richard pronunciando las palabras «pensar» y «filosofía» casi en la misma frase? Darcy, debes llamar al obispo, porque con toda seguridad acaba de ocurrir un milagro entre estas paredes. ¡Gracias al cielo, mi hermano acaba de pensar!

– Ése es uno de mis talentos, Alex -replicó Fitzwilliam-. Me sorprende que no lo supieras, pero estoy seguro de que lady Felicia te mantendrá mejor informado. -El comentario sarcástico de Fitzwilliam hizo que D'Arcy se pusiera rígido y comenzara a mirar intermitentemente a Darcy y a su hermano, con la mandíbula apretada.

– ¡Vete al diablo! -siseó D'Arcy. Luego les dio la espalda y salió rápidamente de la iglesia, ignorando las múltiples demostraciones de respeto que le ofrecían los que estaban a su alrededor.

Furioso, Darcy se volvió hacia su otro primo y le dijo de manera cortante:

– Te agradeceré que mantengas tus peleas en privado, Richard, y no las hagas públicas para que todo el mundo las vea y mi hermana las oiga.

Conteniéndose al oír el tono de Darcy, Fitzwilliam echó los hombros hacia atrás y se preparó para recibir el ataque sorpresa de una fuerza que hasta ahora consideraba aliada, cuando los ojos grandes y consternados de Georgiana se encontraron con los suyos.

– Mil excusas, Georgiana -dijo, ruborizándose por el sentimiento de culpa-. Me dejé llevar… después de una enorme provocación, debo añadir. -Miró a Darcy y luego se volvió de nuevo hacia la muchacha y dijo-: Pero no he debido sucumbir con tanta facilidad al aguijón de Alex. Te ruego que me perdones, prima.

– Estás perdonado, primo -respondió suavemente Georgiana-, pero me temo que el primo Alex está muy molesto y tal vez sería mejor que buscaras su perdón y no el mío.

Después de que una amable sonrisa remplazara la expresión de enojo de su rostro, Fitzwilliam tomó suavemente la mano de Georgiana y le estampó un beso sobre los dedos enguantados, mientras confesaba:

– Tienes mucha razón, mi querida niña, y haré lo que dices. Darcy, confío en que tú me perdones. -Le hizo una ligera inclinación a su primo y tomó el mismo camino que su hermano había seguido hacia la puerta.

Los dos hermanos se quedaron observándolo un momento y luego se miraron el uno al otro, mientras Darcy le ofrecía el brazo a Georgiana. Ella lo tomó con elegancia y juntos avanzaron hacia las antiguas puertas de la iglesia.

– Estoy aterrado por el comportamiento de nuestros primos y no puedo entender cómo pueden olvidarse de que están en tu presencia, Georgiana. ¡Pero debo decir que has actuado a la perfección! -Darcy casi suelta una carcajada-. Rara vez había visto a Richard tan arrepentido en un lapso de tiempo tan corto. ¡Ése sí que ha sido un milagro!

– ¿Milagro? -A Georgiana se le asomó el hoyuelo al oír el elogio de Darcy-. Te agradezco el cumplido, pero ya sea dentro de estas santas paredes o fuera, no puedo atribuirme semejante mérito.

– El hecho de que lo digas te honra -contestó él en voz baja. Ya habían salido de la iglesia y estaban llegando al carruaje. Darcy le dio la mano a Georgiana y se subió detrás de ella. Tras asegurarse de que su hermana estaba bien acomodada y darle al cochero la señal de salida, se recostó contra los cojines. El coche arrancó lentamente, mientras James maniobraba para conducir a los caballos por el sendero que bajaba de Church Hill y a través de las estrechas callecitas de Lambton. Minutos después estaban cruzando el antiguo puente de piedra sobre el Ere y se acercaban a la entrada de Pemberley.

Aunque Georgiana miraba por la ventanilla del carruaje, Darcy podía ver la expresión de su delicada barbilla bajo el borde del sombrero. La observó en silencio, mientras ella iba ensimismada en sus pensamientos. Alcanzó a oír varias veces pequeños suspiros que él no debía haber escuchado, pero que le hicieron tomar la decisión de esperar hasta que ella quisiera hablar.

Por fin la muchacha se giró hacia él, con actitud vacilante.

– Fitzwilliam, ¿recuerdas las palabras de la liturgia de esta mañana?

– ¿Cuáles, querida? -Darcy la miró con seriedad.

– La oración acerca de la gracia y la clemencia de nuestro Señor en la parte que Él nos permite dirigir. -La voz le tembló un poco y Darcy se dio cuenta de que Georgiana parecía muy emocionada.

– Sí, las recuerdo -respondió.

– Cuando dijiste que había hecho que el primo Richard se sintiera arrepentido, eso no fue obra mía. Eso es… clemencia. Estoy segura de que la motivación de su arrepentimiento fue la clemencia del perdón, que se da tan libremente como se recibe. -Georgiana tembló de tal manera al terminar la frase que Darcy se quitó el abrigo de viaje y lo colocó sobre los hombros de su hermana. Luego, tomando sus manos, las frotó entre las suyas.

– Pero, Georgiana, la clemencia tiene su propio poder. Está por encima de la «autoridad del cetro», si hemos de creer a Shakespeare, y tiene más efecto que «la corona de un monarca sobre su trono». Es…

– «… dos veces bendita» -citó Georgiana-. «Bendice al que la concede y al que la recibe». Fitzwilliam, sólo dio a Richard lo que yo he recibido, y por eso me siento tan agradecida como él.

Darcy soltó un pesado suspiro y metió las manos de Georgiana debajo de la manta del coche, como solía hacerlo cuando ella era una niña.

– Quisiera hacerte una pregunta. El pasaje de esta mañana que decía, «Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento…». ¿Es eso lo que has estado tratando de decirme? ¿Que tu recuperación de… de todo se debe a…? -No pudo seguir hablando porque le faltaron las palabras.

– ¿Se debe a la clemencia divina? -completó Georgiana con ternura-. Sí, mi querido hermano, exactamente eso. -El coche redujo la marcha para tomar la curva del sendero que conducía hasta la puerta, pero la disminución del golpeteo no animó a ninguno de los dos ocupantes del vehículo a seguir hablando. En lugar de eso, cada uno miró al otro en medio de un silencio reflexivo que ninguno de los dos pudo romper.

Cuando todos se reunieron finalmente en la mansión y Darcy les rogó a sus tíos que se sentaran a la mesa para disfrutar de la estupenda comida que su cocinero tenía el orgullo de ofrecerles a los invitados de Pemberley, era evidente que los hijos del conde habían arreglado sus diferencias. La conversación entre los dos y las miradas que intercambiaban eran una muestra de tolerancia mutua que llamó la atención de todos los que estaban sentados a la mesa e hizo que su padre enarcara las cejas de vez en cuando a medida que la comida avanzaba.

– Darcy, por favor pídele al lacayo que me traiga un vaso de soda y agua, porque me temo que esta demostración de civismo y urbanidad me va a resultar indigesta -pidió finalmente el conde de Matlock, después de observar otro amable intercambio entre los dos hermanos.

– ¡Padre! -exclamó Fitzwilliam-. Yo diría que tu digestión va a mejorar, ahora que Alex y yo hemos declarado una «tregua».