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– ¿Una tregua? -El conde de Matlock miró a su alrededor para ver si alguno de los presentes era consciente de la forma en que su hijo pequeño había explicado este nuevo acuerdo-. D'Arcy, ¿qué dices tú?

– Es tal como dice Richard, su señoría -respondió enseguida D'Arcy y bebió un sorbo de vino-. Al menos de momento. -Colocó la copa sobre la mesa con delicada precisión, al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa traviesa.

– Entonces que el momento presente se extienda por toda la eternidad -suspiró lady Matlock-, porque eso es precisamente lo que yo deseo. Me ofrezco como testigo de tu tregua, Alex. -Miró a su hijo de manera penetrante y luego a Richard-. ¡Richard, si mantenéis los términos del acuerdo al menos hasta el día de Reyes, no quiero otro regalo de Navidad!

Los dos hijos tuvieron la elegancia de ruborizarse, pero fue Fitzwilliam quien se puso de pie y tomó la mano de su madre entre las suyas, antes de decir:

– Será como tú desees, madre. Para hacer honor a la época en que estamos y honrarte a ti, los hombres de nuestra familia descansarán en medio de la alegría.

Darcy miró con disimulo a Georgiana, para ver su reacción ante la inesperada escena que se desarrollaba ante ellos. Con lágrimas en los ojos, la muchacha observó cómo Richard se inclinaba ante la mano de su madre y le estampaba un afectuoso beso. Cuando Alex se unió a ellos desde el otro lado y se inclinó para besar la mejilla de su madre, Georgiana cerró los ojos. Darcy la observó mientras ella recitaba en silencio lo que supuso era una plegaria de agradecimiento y luego vio cómo la lágrima, que hasta entonces había contenido, se deslizaba solitaria por su mejilla. Pero antes de que ella pudiera darse cuenta de que él la observaba, desvió la mirada.

La cena transcurrió en un ambiente tan alegre que los caballeros prefirieron prescindir del brandy y el tabaco para quedarse con las damas y disfrutar del entretenimiento que les habían prometido. Georgiana se levantó, acercándose a su tía, que todavía estaba muy conmovida por la reconciliación de sus hijos. Lady Matlock tomó el brazo de su sobrina con tanta alegría que la jovencita se olvidó por un momento de todos los años que parecía haber ganado debido al sufrimiento y su corazón saltó de alegría mientras conducía a su tía por el corredor.

Darcy se sintió feliz y muy aliviado al ver aquella especie de regreso de su hermana a la infancia, y siguió con la mirada a las dos mujeres que se dirigían al salón de música. Pero en lugar de seguirlas a ellas o a D'Arcy, decidió esperar a su tío. Al dar media vuelta para ver si el conde estaba listo, vio que estaba concentrado en un emotivo diálogo con su hijo menor, y se estrechaban fuertemente las manos. Salió entonces sigilosamente del comedor para esperarlos en el pasillo, mientras sentía un ataque de nostalgia que lo oprimía en su interior y lo dejaba sin aire. Todavía no estaba bien. El dolor por la muerte de su padre, fallecido hacía cinco años, aún se apoderaba de él y lo golpeaba de tal forma que podía arrancarle lágrimas si no se controlaba enseguida.

Enderezó los hombros y comenzó a avanzar hacia el salón de música. El hecho de regresar a las deliciosas tradiciones navideñas de Pemberley había sido al mismo tiempo un bálsamo y una prueba para su equilibrio. Casi todo le recordaba de alguna manera sus recientes pérdidas y las responsabilidades actuales, que sólo podía olvidar cuando se dejaba atrapar por la alegría de la época, o cuando se permitía perderse en los recuerdos más inmediatos de sus perturbadoras conversaciones con la señorita Elizabeth Bennet. Darcy había revivido los momentos de su baile en Netherfield docenas de veces, y se había obligado a recordar cada una de las palabras de la muchacha y los matices de su actitud. Desde luego, no había olvidado la sensación de la mano de ella entre las suyas y la dulzura de su esbelta figura pasando a su alrededor durante el baile. Ni tampoco la inexplicable sensación de intimidad que había experimentado al compartir el libro de plegarias con ella y oír el coro de sus voces unidas recitando los salmos.

Pero estos recuerdos placenteros e inquietantes no habían sido suficientes. Como había deducido su hermana, era cierto que él había adquirido el hábito de imaginar que Elizabeth estaba allí, a su lado. ¿Le agradarían sus tíos? Los jardines y el parque de Pemberley eran universalmente admirados, pero ¿le gustarían a Elizabeth? Se había llegado a sorprender examinando minuciosamente una pieza de plata y preguntándose si su intrincada decoración sería del gusto de Elizabeth. ¿Y qué pensaría ella de aquella incomprensible evolución de su hermana? Cuando su imaginación trajo nuevamente a Elizabeth a su lado y puso su mano sobre su brazo, Darcy admitió por fin que estaba necesitando desesperadamente el consuelo de alguien más. Bajó la vista y la vio, mientras lo miraba con las cejas levantadas y una sonrisa burlona en los labios. Sí, ella podría sacarlo de aquel estado tan circunspecto. Pero ¿dónde podría encontrar otra mujer semejante?

El sonido de una risa femenina y una risita masculina atravesó sus pensamientos, desvaneciendo aquella ilusión. Dobló la esquina y entró en el salón para reunirse con sus familiares. D'Arcy estaba susurrando al oído de Georgiana algo que volvió a hacerla estallar en risas, mientras lady Matlock los miraba con aprobación.

– ¡No! ¡No puedes estar contándome toda la verdad, Alex!

– Pregúntale a mi padre si lo dudas, prima -contestó D'Arcy con una sonrisita de superioridad-, porque tu hermano jamás lo admitirá.

– ¿Admitir qué, Alex? -preguntó Darcy mientras se servía un vaso de vino.

– Que una vez te escapaste durante la víspera de Navidad para unirte a los mimos de Derbyshire, justo antes de que actuaran en Lambton. -Darcy frunció el ceño-. Tenías diez años, creo, y cuando desapareciste, todos estábamos en la iglesia de St. Lawrence, en el servicio religioso.

– ¡Hermano, eso no puede ser cierto! -Georgiana lo miró con asombro.

Darcy asintió lentamente, mientras el vino despertaba su paladar.

– Es cierto, pero sólo tenía diez años; y puedes estar segura de que nuestro padre me hizo ver con claridad cuán inapropiada había sido esa aventura.

– Pero nuestro tío…

– Ah, tu padre se vio obligado a llamar al mío para que le ayudara a rescatar a tu hermano de un altercado con algunos de los actores más jóvenes, que lo superaban en número -completó D'Arcy alegremente.

– ¡Alex! -Darcy miró a su primo con desaprobación-. Esto no es una conversación apropiada…

– ¡Pero es muy interesante! -se oyó decir a Fitzwilliam desde la puerta-. Recuerdo el caso bastante bien y recuerdo haberte lanzado unos cuantos gritos de aliento desde la ventanilla del coche. ¡Oh, fue una adorable pelea, una adorable pelea! -Levantó su vaso para brindar por Darcy, mientras que D'Arcy y el conde lo imitaban-. ¡Que nunca se diga que tú no eres un valiente hasta el final, Fitz! Uno contra tres, ¿no es cierto?

Darcy inclinó la cabeza.

– Eran cuatro… y lo admito sólo porque me gusta la exactitud. -Se volvió hacia Georgiana-. Fue una tontería increíble y sólo me sentí orgulloso durante unos pocos minutos, antes de que papá me hiciera entrar en razón.

– ¡Que hiciera entrar en razón a su trasero! -apostilló Fitzwilliam-. Recuerdo verte de pie durante la cena de Navidad de ese año y sentirme profundamente agradecido de no estar en tu lugar.

– ¿Escuchamos un poco de música? -Mientras que todos los jóvenes presentes recordaban situaciones similares con sus propios padres, Darcy aprovechó la pausa que se produjo en la conversación para cambiar el tema. Durante la siguiente media hora, Darcy y su hermana deleitaron a sus invitados con los duetos que habían preparado. Lady Matlock se sentó luego al gran arpa y tocó composiciones que conmovieron a todo el mundo en la medida en que les recordaron navidades pasadas y la presencia de seres queridos ya fallecidos.