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Cuando terminó, Fitzwilliam la acompañó a sentarse nuevamente en su sitio y se dirigió al resto de la familia:

– No creo poseer ningún talento musical ni he practicado para prepararme, pero voy a tocaros algo… y cantad conmigo si recordáis la letra. -Se sentó frente al piano y tocó la primera tecla.

All hail to the days that merit more praise

Than all the rest of the year,

And welcome the nights that double delights

As well for the poor as the peer!

Good fortune attend each merry man's friend

That doth but the best that he may,

Forgetting old wrongs with carols and songs

To drive the cold winter away.

La contribución de Fitzwilliam a la velada fue aclamada por un coro de risas y luego su hermano, su padre y su primo se dejaron tentar y se unieron a él junto al instrumento.

'Tis ill for a mind to anger inclined

To think of small injuries now,

If wrath be to seek, do no lend her your cheek

Nor let her inhabit thy brow.

Cross out of thy books malevolent looks,

Both beauty and youth's decay,

And wholly consort with mirth and sport

To drive the cold winter away.

This time of the year is spent in good cheer

And neighbors together do meet,

To sit by the fire, with friendly desire,

Each other in love to greet.

Old grudges forgot are put in the pot,

All sorrows aside the lay;

The old and the young doth carol this song,

To drive the cold winter away.

When Christmas's tide comes in like a bride,

With holly and ivy clad,

Twelve days in the year much mirth and good cheer

In every household is had.

The country guise is then to devise

Some gambols of Christmas play,

Whereat the young men do the best that the can

To drive the cold winter away [1].

Al terminar la canción, el improvisado cuarteto hizo múltiples reverencias a su público, en medio de risas y aclamaciones. Pero cuando Darcy se levantó después de hacer otra inclinación, le pareció ver esa figura nupcial sobre la cual acababa de cantar, radiante con su vestido de novia, cruzando la puerta del salón de música. Y el adorable rostro que se veía bajo el ramo de acebo y hiedra era el de Elizabeth.

5

Un hombre honorable

Cuando las ruedas alcanzaron la carretera que conducía a Londres, el carruaje abandonó su infernal balanceo y adoptó un vaivén más suave, permitiendo que sus dos ocupantes aliviaran el tedio del viaje con los libros que habían metido en sus maletas. Después de pasar media hora absortos cada uno en su propia lectura, Darcy le lanzó una mirada a su hermana. Georgiana se estaba mordiendo el labio inferior y el gesto de su frente parecía confirmar el aire de profunda concentración en las palabras que tenía ante ella. Darcy atenuó su suspiro y volvió a concentrarse en su lectura, pero ésta ya no pudo absorberlo tanto como antes. De manera distraída, tomó los delicados hilos del marcador de páginas que reposaba sobre su rodilla y se los enredó entre los dedos, mientras pasaba revista a la forma en que se habían desarrollado las fiestas, ya terminadas.

De acuerdo con sus deseos, la tradición navideña de Pemberley se había llevado a cabo con una majestuosidad que colmó las expectativas de sus vecinos. La víspera del día de Navidad, los salones abiertos al público se prepararon para recibir la visita de todos los que quisieran ver la mansión engalanada con el esplendor de las celebraciones navideñas. Los visitantes fueron guiados en grupos por los criados de la casa, que mostraban el aspecto y la decoración de cada salón con el orgullo de un propietario. Al final del recorrido, a cada grupo se le ofrecía sidra caliente y algunos dulces. En el exterior había juegos y puestos de castañas asadas, trineos y una pista de patinaje sobre el lago congelado; todo esto acompañado de grupos itinerantes de músicos o cantantes. Más tarde se contrataron todos los carruajes y transportes posibles para llevar a la gente desde Pemberley hasta la celebración religiosa en la iglesia de St. Lawrence para luego traerlos de vuelta al baile de los criados y los arrendatarios, que se realizó en el granero más grande de la propiedad. Allí la generosidad de Pemberley siguió manifestándose en una gran fiesta, con bebidas y música, que duró hasta medianoche. Todos los niños regresaron a su casa con una manzana agridulce, un puñado de nueces y un par de calcetines de lana gruesa, mientras que sus padres se llevaban a los labios la brillante media corona que habían recibido, en señal de agradecimiento con el Creador por haberlos destinado a Pemberley.

La diversión dentro de la mansión fue sólo un poco más moderada que la del exterior, pues, con la ayuda de su tía, Darcy ofreció un pequeño baile y una cena para la burguesía local. Él mismo abrió el baile con lady Matlock primero y luego con Georgiana, pero haciendo gala de sus obligaciones como anfitrión, cambió luego el centro de la pista de baile por la periferia y la tarea de reencontrarse con los vecinos y sus preocupaciones. Como Wellesley se encontraba en sus cuarteles de invierno, las revueltas de los tejedores contra la industria textil de la región y el poco éxito que habían tenido los que habían sido enviados a controlarlos parecían ser la principal preocupación de la mayor parte de los caballeros presentes. También se escucharon duras críticas, muy similares a las que Darcy había oído en su club de Londres, contra cierto joven miembro de la nobleza de Escocia, por su apoyo a los radicales y el impresionante efecto que tenía sobre las damas.

La paz entre los primos Fitzwilliam duró toda la estancia, y sólo se vio perturbada ocasionalmente por los audaces comentarios sarcásticos que se lanzaban el uno al otro. Sin embargo, el hecho de tener que contener los ataques mutuos pareció animarlos a hacer un esfuerzo conjunto para molestarlo a él, pensó Darcy con un poco de resentimiento. El conde de Matlock y lady Matlock habían sido unos huéspedes encantadores. Además, la insistencia de su tía en ayudarle con Georgiana en la ciudad había sido un interesante ofrecimiento, y Darcy había descubierto un renovado respeto por ellos, que se centraba en su manera de ser y no en la relación que tenían con él.

Todo había salido bien, muy bien, considerando los temores con los que había llegado a la mansión. Darcy volvió a mirar a Georgiana mientras jugueteaba con los hilos y entrecerró los ojos con disgusto. ¡Tal vez las diversiones de la ciudad la despegaran de ese condenado librito! Darcy nunca se había imaginado que se encontraría en la situación de querer que su hermana se limitara a leer novelas, en lugar de dedicarse a cumplir con el requisito de que los miembros del sexo débil cultivaran su mente mediante amplias lecturas.

Georgiana abrió todos los regalos de Darcy con dulces exclamaciones de gratitud y el placer con que los recibió coincidió con el gusto que él sintió al dárselos. Lo que más apreció fueron los libros y la música, porque ella era una Darcy, a pesar de todo lo que había cambiado. Su hermana acogió la nueva novela de María Edgeworth con gratitud y su tía sonrió al verla. D'Arcy resopló con incredulidad al ver The Scottish Chiefs (Los jefes o caudillos escoceses), pues no creía que su joven prima pudiera concentrase en un libro tan voluminoso y se ofreció a contarle una sinopsis. Al oír eso, Richard le aconsejó no aceptar ese ofrecimiento, pues dudaba que «su hermano hubiese podido mantener la atención en una sola cosa durante tanto tiempo». El regalo de su tía, la nueva novela de un autor desconocido, apenas salió de su envoltorio cuando su tía lo tomó para hojearlo y luego le rogó a Georgiana que se lo prestara cuando lo terminara.

– Es sobre una viuda y sus tres hijas, que quedan desamparadas en el mundo y a cargo de un hijastro malvado y su odiosa mujer, querida. Estoy casi segura de que está basado en una historia real. ¿No recuerdas el escándalo, milord?

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[1] Canción tradicional navideña del siglo XVIII, titulada «In Praise of Christmas» o «Drive the Cold Winter Away», de autor anónimo, según algunos, pero atribuida por otros a Tom Durfey, cuya letra dice: «Todos saludan los días que merecen más elogios / que el resto del año, / y le dan la bienvenida a las noches en que se doblan las delicias / tanto para los pobres como para los nobles. / La buena suerte ayuda al amigo del hombre feliz / que hace lo mejor que puede / y olvida los viejos errores con canciones y melodías / para alejar el frío invierno. // Porque no es conveniente para un alma inclinarse hacia la rabia / ni pensar ahora en viejas heridas. / Si la rabia te busca, no le prestes tu mejilla / ni permitas que ocupe tu frente. / Tacha de tus libros las miradas malévolas, / que dañan tanto la belleza como la juventud, / y asóciate plenamente con la dicha y la alegría / para alejar el frío invierno. // Esta época del año transcurre en medio de la armonía / y los vecinos se reúnen, / para sentarse alrededor del fuego, con un sentimiento de amistad, / y saludar a cada uno con amor. / Los viejos rencores se olvidan, / todas las penas se hacen a un lado; / los viejos y los jóvenes cantan esta canción, / para alejar al frío invierno. // Cuando la marea de la Navidad llega como una novia, / con su vestido de acebo y hiedra, / en cada casa gozamos durante doce días al año / de dicha y alegría. / La apariencia del campo tiene entonces que diseñar / algunos juegos de Navidad, / en los cuales los jóvenes hagan su mejor esfuerzo / para alejar el frío invierno». (N. de la T.)