Выбрать главу

– No, no lo recuerdo, querida -respondió el conde de Matlock, mientras examinaba el título del lomo-, pero espero que el «Sentido» sea elogiado y la «Sensibilidad» condenada, querida.

Entonces se encendió un animado debate entre los Fitzwilliam, acerca de los méritos del sentido en oposición a la sensibilidad a la hora de abrirse camino en el mundo. Y mientras estaban distraídos en eso, Georgiana abrió su último regalo. Darcy se sorprendió al verlo, pues no recordaba haber comprado nada más. Cuando el papel cayó al suelo, lo recordó: era el libro que había usado como excusa para zafarse de la fascinación de «Poodle» Byng por el nudo de Fletcher.

– Georgiana -comenzó a decir Darcy-, perdóname, pero eso no se suponía que…

– ¡Fitzwilliam! ¡Ay, cuánto te lo agradezco! -exclamó Georgiana con voz suave, acercándose para darle un beso en la mejilla, con el libro abrazado contra su pecho-. Es exactamente lo que deseaba.

– ¿En serio? -respondió Darcy-. Eso es asombroso, pues lo compré por error sin saber qué era. -Al oír eso, Georgiana lo miró de una manera extraña y giró el libro para que él viera el título-. A Practical View of the Prevailing Religious System [2] -comenzó a leer y luego la miró con escepticismo-. El título no me parece muy recomendable, Georgiana. No estoy seguro de que sea una lectura totalmente apropiada para alguien de tu edad.

– Por favor, Fitzwilliam -suplicó ella-, sé que tengo que aceptar tus recomendaciones, pero te ruego que me permitas quedarme con este libro. Su autor es uno de los miembros más respetados del Parlamento. Así que no creo que sea totalmente inapropiado, ¿o sí? -Al oír eso, Darcy supo que ella había ganado, si no por el argumento sí por la manera como se plegó a su voluntad en el asunto. Así que accedió. Desde entonces, el libro se había convertido en el compañero permanente de su hermana.

Tras volver a organizar los hilos una vez más sobre su rodilla, Darcy volvió a tomar su libro. Las diversiones y las actividades interesantes de Londres eran una gran distracción y comenzarían a reclamar la atención de Georgiana casi de inmediato. Darcy se aseguraría de ello.

– Señor Darcy, le ruego que me perdone, señor. -Witcher interceptó a su patrón en el vestíbulo, varios días después de su regreso a Londres.

– Sí, ¿qué ocurre, Witcher? -preguntó el caballero, después de deshacerse del bastón y el sombrero y quitarse los guantes para empezar a desabrocharse su abrigo. Aunque ya estaba bien entrada la tarde, los vientos de enero habían mantenido el día frío, tan frío que Darcy estaba considerando seriamente la posibilidad de cancelar la cita que Georgiana tenía para posar en casa de Lawrence. Hasta ahora sólo habían intentado unos pocos bocetos preliminares, y aunque Lawrence era de un carácter más serio que lo que se esperaba de un artista, Darcy sabía que no le iba a gustar un aplazamiento.

– Ha llegado una nota, señor, y el mensajero trae órdenes de esperar una respuesta sin importar la hora. -Witcher le hizo señas al lacayo para que recogiera el abrigo del patrón y tomara el resto de sus pertenencias-. La he colocado bajo el secante sobre su escritorio, en la biblioteca.

Alertado por las palabras de su mayordomo, Darcy asintió con la cabeza.

– Gracias, Witcher. Por favor, mándeme un poco de té fuerte e informe a la señorita Darcy de que ya he vuelto y que me reuniré con ella en media hora.

– Muy bien, señor. ¿Envío a un lacayo para que recoja la respuesta?

– No. -Darcy se quedó callado un momento. No sabía quién podía ser el remitente de la misiva. Así que, cuantas menos manos intervinieran en el asunto, mejor-. No -repitió-, por favor, venga usted mismo. Terminaré con ese asunto antes de subir a reunirme con la señorita Darcy.

– Sí, señor Darcy. -Witcher hizo una inclinación, mientras Darcy comenzaba a subir hacia el calor y la comodidad de la biblioteca de Erewile House. Ya llevaban una semana en la ciudad y, tal como esperaba, una vez que la aldaba fue instalada en su puesto de honor sobre la puerta, se vieron inundados de invitaciones. Aunque Georgiana todavía no había sido presentada oficialmente en sociedad, había suficientes actividades adaptadas para jovencitas en esa condición como para mantenerla ocupada desde el desayuno hasta el amanecer. Darcy la animaba a asistir a las que lograban sobrevivir a su juicioso examen y añadió, además, las sesiones con Lawrence para posar para el retrato, una visita a madame LaCoure para elegir los adornos que complementarían las telas que él había comprado y, por la noche, visitas al teatro.

Después de cerrar la puerta a su espalda, Darcy avanzó hacia el enorme escritorio tallado y, haciendo a un lado el secante, tomó la nota que era tan importante para el remitente que el mensajero todavía estaba sentado en su cocina esperando la respuesta. La llevó hasta la chimenea, donde la giró, mientras se dejaba acariciar por el calor del fuego después de su viaje de regreso del club. El papel no tenía ninguna marca y el sello no revelaba nada sobre la identidad de su autor. Darcy se encogió de hombros, se sentó en una de las sillas de cuero junto al fuego, rompió el sello y leyó:

Señor,

Ha ocurrido algo terrible que, me temo, ¡puede arruinar completamente nuestros planes! En este momento de absoluta desesperación, recurro nuevamente a usted, que con tanta pericia disipó el peligro en el pasado, para que acuda una vez más en ayuda de su amigo. En resumen, ¡la señorita Bennet está en la ciudad! Ha enviado una nota a la calle Aldford. ¿Qué debemos hacer, señor? B. no sabe nada todavía. Mi hermana y yo esperamos sus instrucciones.

Todo se hará como usted diga.

C.

Darcy sintió que una oleada de rabia le subía por el pecho. ¡Qué asunto tan inoportuno! Con una impetuosidad poco característica, se puso de pie, arrugó la nota y la arrojó a las llamas. ¿Acaso aquella enojosa situación nunca iba a tener fin? La molestia que le causaban las repetidas solicitudes de ayuda de la señorita Bingley fue seguida de cerca por un sentimiento de rabia que se extendió rápidamente a Bingley y su incapacidad para comportarse con la necesaria sensatez. Ésa había sido la causa de que estuvieran metidos en aquel enredo. El hecho de ver el apellido Bennet en la nota hizo que Darcy comenzara a preguntarse si la dama habría venido acompañada de su hermana, y entonces una desagradable sensación de inquietud embargó su corazón, dejándolo en un peligroso estado de turbación.

Se dirigió a grandes zancadas hasta su escritorio, sacó bruscamente una hoja y buscó afanosamente una pluma. Tras encontrar lo que necesitaba, se inclinó hacia delante y destapó el tintero. Pero, de repente, con la pluma en la mano e inclinado sobre el tintero, se detuvo. ¿Qué demonios iba a aconsejarle a la señorita Bingley? Miró de manera estúpida la pluma y el papel y se desplomó en el asiento. La relación entre los Bingley y la señorita Bennet tenía que acabar y de una manera tan definitiva que no dejara lugar a dudas para ninguna de las dos partes. Era la única manera de resolver el asunto de una vez por todas. Mordiéndose el labio inferior, Darcy trató de buscar la mejor manera de enfrentarse al asunto. Mientras pensaba e intentaba hilvanar algunas ideas, fue interrumpido por un golpe en la puerta.

– Sí, entre -ordenó con voz seca.

– ¿Qué? ¿Otra vez te he pillado entre tus libros? Esto sencillamente no funciona, Fitz, y yo soy el indicado para ponerle fin.

– ¡Dy! -Darcy levantó la cabeza al mismo tiempo que su amigo lord Dyfed Brougham entraba en la biblioteca, con un monóculo colgando de la mano-. ¿Qué le has hecho a Witcher, sinvergüenza? -rugió, entusiasmado, al verlo.

– ¿Qué le he hecho a Witcher? Nada, viejo amigo, a menos que sea un crimen haberle dado una moneda para que me dejara anunciarme por mí mismo y, ojalá, tener la posibilidad de atraparte en algo raro. A propósito, ¿te atrapé en algo? -Dy lo miró con una sonrisa de curiosidad.

вернуться

[2] Una perspectiva práctica del sistema religioso actual. (N. de la T.)