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– ¡No, nada! -Darcy tomó la hoja para volver a ponerla en su lugar, pero al ver la expresión de sospecha en la cara de su amigo, se detuvo y, haciéndole caso a un súbito ataque de inspiración, se corrigió-: En realidad, sí me has pillado en medio de algo. Me han pedido consejo en un asunto que está precisamente dentro tu especialidad.

– ¡De veras! ¿Mi especialidad, dices? Y, por favor, ¿qué campo del saber es ese? -Brougham se sentó en una silla cercana.

– Un asunto un poco delicado. Recuerdas a Bingley, ¿verdad?

Brougham asintió con la cabeza.

– Según recuerdo, tú estabas tratando de convencerlo de pastar en otros prados en relación con cierta jovencita. ¿Has tenido suerte?

– Suerte o razón, no sé cuál de las dos, pero el hecho es que Bingley había desistido antes de que yo partiera hacia Pemberley. -Darcy se puso a jugar con la pluma entre los dedos y frunció el ceño-. Pero creo que no exagero si digo que todavía siente una cierta debilidad por la dama en cuestión. Si vuelven a encontrarse pronto… -Darcy dejó inconclusa la frase mientras se imaginaba ese encuentro.

– ¡Pero no hay muchas posibilidades de que eso ocurra! La dama reside en Hertfordshire, ¿no es así?

– Por desgracia, acaba de llegar a la ciudad y desea visitar a las hermanas de Bingley. Y ahora ellas están aterradas y no saben cómo proceder. -Darcy fijó sus penetrantes ojos en su amigo-. ¿Qué sugieres, Dy?

Darcy le dio los últimos toques a la nota para la señorita Bingley y luego buscó cera en su escritorio para sellar la hoja doblada que contenía las instrucciones que había elaborado junto a Brougham. Mientras lo hacía, su amigo deambuló por la biblioteca, fijando su atención en un libro o en una revista en particular y llevándose ocasionalmente el monóculo al ojo para examinar con detenimiento lo que había encontrado.

– No tienes nada interesante aquí, Fitz.

Darcy levantó la vista de su tarea con sorpresa.

– Entonces no debes haber descubierto mi ejemplar del Sitio de Badajoz. Puedo prestártelo, si quieres. Está ahí, en la estantería de la derecha. Hatchard me lo envió tan pronto como fue publicado.

– ¿Dónde? Ah, sí. -Brougham volvió a levantar el monóculo para examinar el lomo del libro-. ¿Ya lo has leído?

– Sí, cuando estaba en Hertfordshire.

– Mmm -respondió su amigo, que seguía husmeando en la estantería-. Pensé que estabas tan ocupado alejando al joven Bingley de las adorables hermanas Bennet que no te había quedado mucho tiempo para leer. Vaya, ¿qué es esto? -Darcy se levantó alarmado, al ver que Brougham tenía en la mano un volumen totalmente distinto de aquel sobre el que estaban hablando y que de su mano colgaba una pequeña trenza de brillantes hilos.

– ¡Nada! -Darcy estiró la mano para agarrar los hilos, pero Brougham los quitó enseguida de su alcance, con una ceja levantada y una alegre expresión de burla.

– Eso no es cierto; con seguridad es algo, mi querido amigo, o si no…

– Un marcador de páginas. ¡Es un marcador de páginas! -insistió Darcy, agarrándolo del brazo. Brougham soltó una carcajada y le entregó los hilos, ofreciéndole también el libro en el que estaban guardados. Pero Darcy rechazó el libro, se enrolló rápidamente los hilos en un dedo y los guardó en el bolsillo de su chaleco, al tiempo que volvía a su escritorio-. Entonces, ¿quieres que te preste Badajoz? -preguntó, con la esperanza de distraer la atención de su amigo.

– No, ya lo he leído. -Brougham agitó el volumen que tenía todavía en la mano, antes de volver a ponerlo en la estantería-. Fuentes de Oñoro también, a pesar de ser tan insignificante -añadió bostezando-. Aunque yo no tenía el incentivo de un marcador como ése para sentirme atraído hacia sus páginas.

– ¿No crees que sean relatos fieles? -Darcy miró a su amigo con curiosidad.

– ¡Fitz! -Brougham giró el rostro hacia él con una expresión de auténtica desilusión-. ¡No es posible que te dejes engañar tan fácilmente!

– ¿Por qué? ¿Qué sabes tú? -preguntó Darcy con vivo interés.

– ¡Oh, nada! -contestó rápidamente Brougham, que pareció perder interés, al tiempo que la expresión de desilusión era reemplazada por una de burla-. Nada que no revele una cuidadosa lectura de la prosa absolutamente espantosa del libro. ¡El tipo no es más que un adulador! No debe de haber visto más que algunas escaramuzas, ¡y apuesto que ni eso! Probablemente obtuvo parte de la historia de los pobres diablos que sobrevivieron después de estar en el frente de batalla y se inventó el resto.

Un golpe en la puerta los interrumpió antes de que Darcy pudiese hacer alguna réplica a los interesantes comentarios de Brougham. Al abrirse, apareció Witcher.

– Señor Darcy. ¿Su carta?

– Sí, Witcher, aquí está. -El caballero la tomó del escritorio y la puso sobre la palma del viejo mayordomo-. Désela al mensajero y que se vaya, y esperemos que esto sea el final de este asunto. ¿Está listo el té?

– Sí, señor, está preparado. ¿Desea tomarlo aquí?

Darcy miró a Brougham.

– ¿Te gustaría ver a Georgiana, Dy?

– Será un gran placer -contestó su amigo de manera formal, pero al bajar la voz añadió-: Hace mucho tiempo.

– ¡Bien! Witcher, que lleven el té al salón. Nosotros subimos ahora. -Al mismo tiempo que Witcher se marchaba para organizado todo, los dos salieron al corredor; pero Darcy disminuyó la marcha cuando el hombre se perdió de vista-. La vas a encontrar muy cambiada, Dy -comenzó a decir.

– Eso me imagino -interrumpió Brougham-. ¡Han pasado casi siete años!

– ¡Siete! -exclamó Darcy-. ¿Tanto tiempo?

– ¡Desde la universidad! La última vez que la vi fue en esta casa, durante la recepción que ofreció tu padre con motivo de tu graduación. Él y Georgiana bajaron durante unos minutos. Creo que la salud del señor Darcy le impidió quedarse más tiempo.

– Sí. -Darcy asintió con la cabeza y frunció el entrecejo al recordar-. Fue la última vez que apareció en público. Yo no me enteré de su enfermedad hasta después de eso. No permitía que nadie hablara de ello, ni siquiera conmigo. -A grandes zancadas alcanzaron finalmente las puertas del salón-. Georgiana -llamó Darcy antes de que el criado que les abrió la puerta pudiera anunciarlos-, un viejo amigo ha venido a verte. ¿Puedes adivinar de quién se trata?

Darcy y Brougham se encontraron a Georgiana profundamente concentrada en una lección, porque al levantar la cabeza de los libros que ella y la señora Annesley tenían desplegados ante ellas, su expresión fue la de alguien que trata de reordenar sus pensamientos para atender un tema muy distinto de aquel en el que estaba absorto. Sonriendo por la intromisión de su hermano, Georgiana se levantó y le hizo una reverencia a su acompañante, pero Darcy no vio en sus ojos ningún indicio de que lo hubiese reconocido.

– Vamos, señorita Darcy, ¡no me diga que no me reconoce! -Brougham le hizo una elegante inclinación y, al levantarse, le dedicó su famosa sonrisa encantadora.

– ¿Mi… milord Brougham? -Georgiana volvió a inclinarse, confundida-. Por favor, perdóneme, no le he reconocido.

– ¡De inmediato! ¿Quién puede negarse a algo que pida la encantadora señorita Darcy? Pero me temo que acabamos de interrumpir una de sus clases. ¿Acaso su hermano la mantiene siempre entre libros como le sucede a él mismo? -Brougham pasó su monóculo por encima de los libros abiertos sobre la mesita baja-. ¡Debe usted echar de menos un poco de distracción!

– ¡Oh, no, milord! La señora Annesley y yo… disfrutamos… disfrutamos b-bastante de nuestras actividades -tartamudeó Georgiana.