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– Por favor no me trate usted de «milord», señorita Darcy -dijo Brougham con un suspiro-. ¡Eso me aburre mortalmente! Puede llamarme Brougham, como hace su hermano. -Se llevó el monóculo al ojo y la examinó desde la punta de los zapatos hasta los rizos que rodeaban su rostro-. Pero, Dios mío, ha crecido usted mucho, querida niña.

Georgiana se sonrojó, desconcertada por el curioso personaje que tenía ante ella, cuya cuidadosa apariencia y peculiares modales no se parecían en nada al joven serio que recordaba de la infancia. Dando un paso atrás, señaló a su dama de compañía.

– ¿Me permite presentarle a mi dama de compañía, la señora Annesley? Señora Annesley, lord Brougham, conde de Westmarch.

Brougham hizo una reverencia.

– Encantado, señora. Perdóneme por interrumpir su clase, ¿o se trataba más bien de una conversación privada?

– Milord. -La señora Annesley le hizo una reverencia-. Ninguna de las dos, señor. Más bien un estudio conjunto, pero que se puede dejar para otro momento sin problema.

– ¡Un estudio! -Los ojos de Brougham brillaron con interés-. Esperaba que la señorita Darcy fuese una alumna aventajada. Después de todo, su hermano y yo competimos hombro con hombro en la universidad. ¡Pero usted me deja pasmado, señora! -Se acercó a la mesa-. ¿Qué está usted estudiando, señorita Darcy?

Preocupado por la posibilidad de que Georgiana quedara expuesta al terrible sarcasmo de su amigo, si Brougham descubría el tema de estudio de su hermana, Darcy intervino.

– ¿Y desde cuándo te interesa tanto la educación femenina, Dy? -preguntó, mientras la señora Annesley, al ver su gesto, recogía rápidamente los libros y los colocaba en un montón.

– ¿Qué no daría un hombre por comprender la mente femenina, Fitz? -contestó Brougham, irguiéndose en una pose declamatoria a la vez que las damas recogían los volúmenes-. Es uno de los misterios originales de la creación, destinado, sin duda, a recordarnos a los hombres que, dentro de nuestra armadura de lógica y pasión marcial, todavía estamos incompletos sin la hembra de nuestra raza. ¿No es así, señorita Darcy?

Ocupada en ayudar a la señora Annesley a recoger los objetos de su estudio, Georgiana se sobresaltó de repente al oír que Brougham se dirigía a ella. En medio de su sorpresa, los libros que tenía en los brazos comenzaron a resbalar y el más pequeño se escapó de sus manos, aterrizando sobre el pie de Brougham.

– ¡Milord! -gritó Georgiana, uniéndose al involuntario aullido de dolor de Brougham, y enseguida se inclinó para recoger el travieso volumen.

– No es nada -dijo Brougham jadeando y mordiéndose el labio. Luego hizo un gesto con la mano para evitar que Georgiana se agachara a recoger el libro-. Por favor, permítame. Como recompensa por el golpe que acabo de recibir, exijo conocer el objeto de su estudio, aunque su hermano me saque a rastras.

Mientras Brougham se agachaba para recoger el libro, Witcher llegó con el té y en medio de la actividad que siguió, a Darcy le pareció que el libro había sido olvidado. La conversación giró hacia las últimas noticias y rumores que corrían en los más selectos salones y clubes de la ciudad, un tema que Brougham conocía detalladamente y que, con gusto, accedió a compartir con sus anfitriones. Darcy sabía que el domino de Dy en aquellos asuntos era indiscutible, pero cuando su invitado les contó que la señora Siddons estaba a punto de anunciar su retiro de los escenarios, Darcy intervino.

– Lleva años amenazando con retirarse, Dy -señaló Darcy con tono de burla-. ¿Por qué crees que es cierto esta vez?

– Porque lo oí de sus propios labios, Fitz, y ya vi el cartel que anuncia su última representación -contestó Brougham con un sentimiento de superioridad. Luego se volvió a Georgiana-. También he oído que usted, señorita Darcy, canta y toca maravillosamente. ¿Sería usted tan amable de honrarnos con un poco de música?

Darcy se levantó al ver que una sombra de reticencia nerviosa cruzaba por el rostro de su hermana y se colocó a su lado. Tomando su mano entre las suyas, le dijo:

– La pieza que has estado practicando con tanta dedicación… eso será perfecto. Y no tienes que cantar, si prefieres no hacerlo.

– Renunciaré a la canción, señorita Darcy, sólo si usted accede a tocar -insistió Brougham con suavidad, y sus ojos sonrientes trataron de transmitirle seguridad.

Tras inclinar la cabeza en señal de aceptación, Georgiana tomó la mano de Darcy y permitió que la acompañara al piano. Mientras ella organizaba sus partituras, él volvió a su puesto y miró a Brougham con una sonrisa de agradecimiento antes de sentarse. Georgiana nunca antes había tocado para nadie que no fuera de la familia. Y ya era hora de que lo hiciera, pensó Darcy. Su hermana colocó los dedos sobre las teclas. Sería presentada en sociedad dentro de un año y debía vencer su timidez, o sería ensombrecida por otras jovencitas con menos talento que ella. ¿Quién sino Dy habría tenido la temeridad y el tacto para convencerla de que tocara? En el transcurso de una hora, Brougham ya había dado dos muestras de su amistad. Darcy lo miró. La expresión de satisfacción que invadía el rostro de su amigo era todo lo que podía haber deseado para Georgiana. Aunque Brougham tenía la reputación de ser una persona frívola y banal, sus conocimientos en materia musical eran muy reconocidos y si él decía algo sobre las habilidades de Georgiana, sus palabras se extenderían rápidamente por los salones de la alta sociedad.

Volvió a mirar a su hermana. La tensión que había percibido en ella parecía haberse disipado a medida que sus dedos acariciaban las teclas y de pronto se le ocurrió que la pieza elegida no sonaba tan bien cuando practicaba en Pemberley. Tal vez debería comprar un nuevo instrumento. Al notar cierto movimiento con el rabillo del ojo, Darcy volvió a mirar a su amigo. Brougham tenía los ojos casi totalmente cerrados, reducidos a una fina ranura en su rostro, y levantaba lentamente algo que tenía al lado. Un frío estremecimiento de temor lo sacudió al ver que Dy giraba sigilosamente el libro que tenía en la mano para ver el título. Darcy sabía lo que su amigo iba a leer. Se trataba de aquel volumen que él había comprado de manera tan imprudente en Hatchard's y que se había convertido en el compañero inseparable de su hermana. Si Brougham lo reconocía, la catalogaría como una pobre «entusiasta», y a menos que Darcy pudiera influenciarlo, así quedaría clasificada Georgiana ante toda la sociedad, antes incluso de que tuviera oportunidad de hacer su primera reverencia.

Miró a su amigo con inquietud, conteniendo el aliento mientras esperaba ver una risita de desprecio o un resoplido de molesta desaprobación. Bajo la observación de Darcy, Dy se acercó el libro al chaleco y, después de mirar a su alrededor, examinó el lomo con atención. Durante un instante, el semblante de Brougham palideció. Frunció el ceño y volvió a mirar, como si no creyera lo que acababa de leer. Luego, sacudiendo ligeramente la cabeza, volvió a deslizar el libro hacia su escondite y miró a Georgiana con una curiosa intensidad, cuyo significado Darcy no pudo descifrar.

Su hermana llegó al final de su interpretación y las notas todavía resonaban con dulzura en el salón, cuando se levantó e hizo una inclinación mientras recibía el aplauso de su pequeña audiencia. Antes de que Darcy se pudiera poner de pie, Brougham ya estaba al lado de Georgiana, ofreciéndole su compañía para acompañarla hasta su sitio. Darcy la vio tomar el brazo de Dy con un poco de vacilación, sin levantar los ojos para mirarlo, y clavar más bien la mirada en él, en un gesto mudo que suplicaba su ayuda.

– ¡Fitz, tú has estado escondiendo un tesoro! -Brougham avanzó con ella a través del salón y la ayudó gentilmente a tomar asiento-. Señorita Darcy. Le hizo una reverencia antes de soltarle la mano-. Permítame decirle que es usted una jovencita sorprendente. -Después de incorporarse, se volvió hacia Darcy y dijo-: Viejo amigo, debo rogarte que me perdones. Esta noche tengo que ir a Holland House y mi ayuda de cámara me ha advertido que debo ponerme en sus manos más temprano de lo habitual. En consecuencia, he de marcharme. Señorita Darcy, señora Annesley. -Les hizo una reverencia, mientras Darcy se levantaba y lo acompañaba a la puerta.