Fletcher sacó una camisa almidonada de fino algodón y la deslizó por los brazos de Darcy hasta los hombros.
– Señor Darcy -murmuró, mostrándole el traje que había seleccionado para su aprobación.
– Sí -asintió Darcy-. Fletcher, ¿qué hay del corte? -El ayuda de cámara lo miró con cuidado, estiró la mano y le dio un delicado tirón al esparadrapo. Darcy hizo una mueca de dolor.
– Todavía está sangrando un poco, señor. Y no me gustaría verle la corbata manchada de sangre, mientras está en compañía de jóvenes damas. Gracias a Dios el corte está en la parte posterior de la barbilla. Creo que el cuello y el nudo ocultarán el esparadrapo totalmente.
– ¿El nudo? -le preguntó Darcy al ayuda de cámara-. ¿Qué tiene usted en mente para mí esta noche, Fletcher?
– Oh, esta noche será uno más bien sencillo, señor, yo… es decir, usted no querrá comenzar con una gran exhibición para no tener luego nada que mostrar.
– ¡Sin duda! -Darcy torció la boca, mientras Fletcher lo ayudaba a ponerse el traje, al tiempo que esbozaba su estrategia.
– Lamento no poder ser más específico, señor, pero acabamos de llegar -se disculpó-. Cuando haya descubierto los planes de su anfitrión para estos días y la identidad de los otros invitados, sabré exactamente cómo proceder.
Darcy decidió que la meticulosidad con que el ayuda de cámara se enfrentaba a sus deberes y el orgullo que sentía por su trabajo merecían un poco de franqueza de su parte.
– Hay un factor que debe usted tener en cuenta, Fletcher.
– ¿Sí, señor? -La expresión de Fletcher mostró claramente su convencimiento de que nada importante podía habérsele escapado a su juiciosa atención.
– He decidido que es hora de tomar esposa.
– ¿Esposa, señor? ¿De verdad, señor Darcy, esposa? -Una peculiar sonrisa cruzó el rostro de Fletcher-. Entonces, ¿están aquí, señor?
– ¿Quién está aquí? No he tenido el placer de conocer toda la lista de invitados de lord Sayre. ¿A quién se refiere, Fletcher? -preguntó Darcy, al oír la extraña respuesta de su ayuda de cámara.
Fletcher lo miró con desconcierto.
– Entonces, ¿por qué estamos aquí, señor?
– ¿Por qué? Para buscar una candidata apropiada… ¡eso es obvio! ¿Dónde más deberíamos estar?
Darcy observó a su ayuda de cámara con asombro. Fletcher abrió la boca para responder, pero luego la cerró antes de que se le escapara más de una sílaba ininteligible. El ayuda de cámara se puso colorado al decir con voz entrecortada:
– ¡En ninguna parte, señor! Es decir… aquí, supongo, señor. ¡Perdóneme, señor Darcy! -Luego le dio la espalda para rebuscar en un cajón que acababa de arreglar.
Darcy siguió vistiéndose, mirando de reojo los curiosos movimientos de su ayuda de cámara, hasta que sólo le quedó por hacer el nudo de la corbata de lazo.
– ¡Fletcher! -Se vio obligado a llamar-. Estoy listo para usted.
– Sí, señor. -El ayuda de cámara se le acercó con un regimiento de corbatas en los brazos, una clara indicación de su perturbación.
– Pensé que sería algo sencillo esta noche -dijo Darcy, señalando la carga de los brazos de Fletcher.
– Perdóneme, señor Darcy, pero de repente me he sentido mal. Esto es sólo una precaución. -Sacó la primera corbata, la puso alrededor del cuello de su patrón y comenzó a anudarla.
– ¡Mal, Fletcher! ¿Se pone usted enfermo cuando más lo necesito? -señaló Darcy con sarcasmo, dudando de que la causa del intrigante comportamiento de su ayuda de cámara fuera realmente una súbita enfermedad-. ¿Cómo voy a encontrar una esposa si no estoy bien vestido? ¡Dependo de usted, hombre!
En lugar de una sonrisa, la respuesta de Fletcher al comentario burlón de Darcy fue fruncir el ceño y preguntarle con una ceja enarcada:
– ¿Va usted a bailar esta noche, señor?
– No tengo ni idea. Supongo que lo descubriré durante la cena. ¿Por qué? -preguntó Darcy, esperando que Fletcher le contestara con una respuesta igual de ingeniosa a su comentario.
– Si va a haber baile, señor, yo evitaría la giga escocesa, si no, tal vez usted descubra después que la Zarabanda se convierte en una ocupación de por vida. Fletcher les dio un último tirón a las puntas de la Corbata-. Listo, señor, creo que ya está.
– ¿De verdad, Fletcher? -El caballero miró al ayuda de cámara-. ¿Y de cuál de las obras de Shakespeare ha extraído esa cita? No logro recordarla. -Fletcher abrió la puerta hacia el corredor y le hizo una reverencia para despedirlo, pero Darcy agarró la puerta y la mantuvo abierta antes de que su ayuda de cámara alcanzara a retirarse detrás de ella-. ¿De qué obra, Fletcher? -insistió Darcy.
Fletcher movió la barbilla y frunció todavía más el ceño; pero como Darcy no tenía intenciones de moverse hasta obtener una respuesta, esperó. Finalmente levantó la vista y miró a su patrón. Enderezando los hombros hacia atrás, dijo:
– Mucho ruido y pocas nueces, señor Darcy, y ¡ésa es mi opinión sobre el asunto… señor!
6
Cuando Darcy cruzó las puertas del comedor, que le abrieron con diligencia unos lacayos vestidos con uniforme de satén, los criados estaban en el proceso de retirar el segundo plato de la larga mesa alrededor de la cual estaban sentados los huéspedes de Sayre. La enorme mesa le pareció a Darcy tan larga y ancha como el puente levadizo por el que habían entrado en el castillo su carruaje y los caballos que lo tiraban. La superficie de la mesa relucía gracias a haberla frotado durante muchos años con cera, y el brillo reflejaba la luz de los pesados candelabros de brazos situados a intervalos regulares sobre ella.
El grupo allí reunido brillaba tanto como las llamas de los candelabros. Darcy contó rápidamente siete damas y un número igual de caballeros, incluido él, antes de presentarle sus respetos a Sayre. Los caballeros se levantaron para darle la bienvenida, mientras Sayre saludó su aparición con una demostración del auténtico buen humor por el cual era conocido cuando todos estaban en Cambridge.
– Tu puesto está allí, mi querido amigo, justo al lado de Bev, ahí. -Sayre señaló a su hermano menor, el honorable Beverley Trenholme-. Ya terminamos con los platos ligeros y estamos a punto de atacar lo que de verdad viene uno a buscar a la mesa. -Sayre le hizo un guiño a Darcy, pero lady Sayre lo reprendió enseguida.
– Caramba, milord, pensé que lo que un hombre venía a buscar a la mesa era la compañía de las damas. -Lady Sayre frunció los labios hasta hacer un perfecto puchero, mientras miraba a las otras mujeres del grupo-. Queridas, lamento comunicaros que hemos sido derrotadas por un trozo de lomo de ternera. -Las protestas de los caballeros se mezclaron con las risas de las damas, mientras Darcy avanzaba hacia su sitio. Cuando llegó a su puesto, descubrió con sorpresa entre los huéspedes a la prometida de su primo D'Arcy, lady Felicia, y a sus padres, el marqués y lady Chelmsford.
– Darcy -dijo el marqués de Chelmsford asintiendo, mientras el caballero se sentaba-, no sabía que usted había sido compañero de Sayre.
– Iba dos años atrás, su señoría -respondió Darcy, abriendo su servilleta para colocarla sobre las piernas. Chelmsford se limitó a carraspear al oír la respuesta, gesto que su hija cubrió delicadamente con una encantadora sonrisa dirigida a Darcy.
– Papá es primo segundo de lord Sayre, señor Darcy. -Lady Felicia posó delicadamente sus ojos azules sobre él-. Su señoría ha invitado a papá muchas veces, pero sólo esta última invitación llegó en un momento conveniente. Pero supongo, señor, que usted ha sido muy a menudo huésped de esta maravillosa mansión.
– No, milady, ésta es mi primera visita. -Al ver la mirada de sorpresa de lady Felicia, Darcy agregó-: Como en el caso de su familia, ésta es la primera vez que he podido aceptar la invitación. -El «Ah…» que lady Felicia pronunció en respuesta a aquella palabras estuvo acompañado de una mirada que sugería que ella entendía perfectamente las obligaciones de Darcy, y de la más dulce de las sonrisas, lo cual hizo que el caballero recordara de repente las numerosas veces en que habían bailado juntos. Una sensación de calidez muy agradable se apoderó de él.