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– ¿Conoce usted al resto de los caballeros? -preguntó lady Felicia.

Darcy miró alrededor de la mesa.

– Sí, todos los demás son de Cambridge. Conozco a Sayre desde Eton, y a su hermano, que iba un año detrás de mí. Lord Manning -dijo señalando al caballero que estaba dos puestos más allá- estaba en el mismo curso de Sayre; el señor Arthur Poole es un ano menor que ellos; y el vizconde Monmouth estaba en mi curso, un año antes. Pero de las damas sólo la conozco a usted y a lady Chelmsford. -Darcy sonrió, invitando a lady Felicia a instruirlo.

– Bueno, no estoy totalmente segura de que deba presentárselas -dijo ella con elegante coquetería-, porque así usted tendrá la libertad de sacarlas a bailar tarde o temprano. -Era evidente que lady Felicia recordaba sus bailes tan bien como él.

– Como usted diga -respondió Darcy. Lady Felicia recompensó la discreción de Darcy con una risita y se giró para señalar a la dama que estaba justo frente a Darcy, al otro lado de la enorme mesa.

– Ésa es la hermana viuda de mi madre, lady Beatrice Farnsworth. Su hija, mi prima, la señorita Judith Farnsworth, está sentada al lado del señor Poole. -Lady Felicia señaló a la joven de rizos castaños peinados à la grec-. Ahora, debe usted saber que lady Sayre es hermana de lord Manning. Pero es posible que no sepa que ellos tienen una hermana menor, la honorable señorita Arabella Avery, que está sentada junto a lord Monmouth. -Darcy asintió con la cabeza al localizar a la dama que, al notar su mirada, se sonrojó y clavó los ojos en el plato.

– En el otro extremo sólo queda lady Sylvanie Trenholme, la hermana de Sayre. -Los ojos de Darcy siguieron la elegante mano de lady Felicia hasta contemplar el rostro de una mujer que sólo podría describir como una princesa de las hadas, cuyo cabello negro y ojos grises establecían un perfecto contraste con la diosa dorada que él tenía a su lado.

– No sabía que Sayre tuviese una hermana -confesó Darcy con sorpresa, al tiempo que lady Felicia se volvía hacia él, tapándole totalmente la vista.

– Lo mismo que la mayoría de nosotros -respondió-. Ella es la hija de la segunda esposa del padre de Sayre y acaba de regresar del colegio y de una larga visita a los parientes de su madre en Irlanda, para venir a vivir al castillo de Norwycke. Aunque ya ha traspasado la edad acostumbrada, Sayre pretende presentarla en la corte durante esta temporada. A mí me parece muy simpática. -Lady Felicia bajó la mirada, mientras extendía la mano para tomar su copa de vino.

– ¿Cómo es eso, milady? -Darcy la miró con curiosidad. La lady Felicia que él conocía no era una persona a la que le preocuparan mucho los problemas de las otras jóvenes. Tal vez el compromiso con su primo había disminuido sus sentimientos de rivalidad.

– Se dice que Sayre quiere deshacerse de ella lo más pronto posible. Los dos hermanos no querían nada a su madrastra. -Lady Felicia soltó un delicado suspiro.

– ¡Darcy! -retumbó la voz de Monmouth a través de la mesa-. ¿Es cierto lo que dice Sayre?

– ¿Y qué dice, Tris? -Darcy desvió su atención de lady Felicia y le dirigió una sonrisa a su antiguo compañero.

Tristram Penniston, vizconde Monmouth, apoyó los codos sobre la mesa, frente a él.

– ¡Que el viejo George se ha alistado en un regimiento en algún lado! No lo creo, no creo ni una palabra.

La sonrisa de Darcy desapareció de su rostro.

– Me temo que tienes que creerlo. Es cierto. -Un grito de triunfo proveniente de Sayre lo hizo añadir-: ¡Espero que no hayas apostado a lo contrario!

– ¡Sí, lo ha hecho! -intervino Manning-. Traté de disuadirlo, recordándole la última vez que había apostado dinero por Wickham, pero ¿crees que me ha hecho caso?

– ¿A qué regimiento se ha unido, Darcy? -preguntó Poole. Hizo un gesto con el tenedor hacia su anfitrión-. ¡Sayre jura que debe ser un vistoso regimiento acuartelado en Londres sólo para George!

Darcy negó con la cabeza y frunció el ceño:

– No, es el regimiento número…, bajo las órdenes del coronel Forster, acuartelado en Hertfordshire.

– Nunca pensé que Wickham tuviera madera de soldado -dijo Monmouth, suspirando-. No tiene estómago para ese tipo de vida. Pensé que se inclinaría por el derecho. Veinte, ¿no es así, Sayre?

Darcy hizo una mueca.

– Lo intentó, pero descubrió que no le gustaba.

– ¿Quién no preferiría el rojo y el dorado al negro y una estúpida peluca? -comentó Trenholme-. Wickham sabe, como cualquier hombre, que a las damas les fascinan los uniformes. ¿No es así, señorita Avery? -preguntó con tono de burla.

La señorita Avery se puso colorada como un tomate al notar que todas las miradas de la mesa se concentraban en ella. Miró con desconsuelo a su hermano, cuyo único gesto de aliento fue fruncir el ceño con irritación.

– L-los u-uniformes son b-bonitos -tartamudeó con un gesto de impotencia.

– ¿Bonitos? ¡Bella! -El tono de desdén de Manning hizo que Darcy frunciera el ceño, mientras que otros dirigían su atención a la magnífica cubertería o a la cristalería-. ¡Por Dios, habla y deja de…!

– Pero si ella ya ha dado su opinión, milord, ¡y de manera muy acertada! -Lady Felicia sonrió con gentileza y miró los ojos húmedos de la jovencita-. Los uniformes son bonitos. -Luego miró a los demás y enarcó una ceja-. Hacen que un hombre vulgar se vea apuesto; que un tonto parezca inteligente; y que un tímido aparente ser valiente, sólo por el hecho de ponerse un uniforme… ¡Al menos, eso es lo que ellos piensan! -Un coro de negativas masculinas, mezcladas con risas entre dientes, levantaron el ánimo de la desventurada señorita Avery.

– ¿Y qué hace un uniforme por un hombre más talentoso, lady Felicia? -preguntó lady Sayre-. Supongo que opera un verdadero «milagro».

– Oh, mi querida lady Sayre. -Lady Felicia miró a su anfitriona-. Es bien sabido que un uniforme hace que un hombre apuesto se vea radiante; que un hombre inteligente parezca un genio; y que un hombre valiente adquiera aspecto de héroe tan pronto como su ordenanza se lo pone encima. -El coro de señores soltó un nuevo aullido, mientras que las damas recurrían a sus abanicos. Darcy sonrió con aprobación. La manera en que lady Felicia había salvado a la señorita Avery al convertir en un comentario ingenioso el despectivo reproche que Manning le había dirigido a su hermana había sido una admirable muestra de compasión. La conversación giró luego hacia otros temas, pero Felicia le sonrió fugazmente a Darcy, antes de atender al caballero que tenía al otro lado. Simultáneamente, los criados entraron con el siguiente plato.

Tras descubrir que tenía gran apetito, Darcy se concentró en el excelente trozo de lomo que tenía ante él. Habían pasado varias horas desde la mediocre comida que había tomado en la última posada y estaba hambriento, tal como Sayre había pronosticado. Durante varios minutos, todos los invitados, al igual que el propio anfitrión, dirigieron su atención a la exquisita comida. Poco a poco la conversación fue resurgiendo y Darcy observó a sus viejos compañeros de universidad, mientras reían, comían y bebían copa tras copa del excelente vino tinto de Sayre. De los seis, sólo Sayre se había casado. Darcy había olvidado que la esposa de Sayre era la hermana de Manning, y nunca había sabido que Manning tuviese otra hermana, más joven. Casarse con la hermana de un amigo tenía ciertas ventajas, sin duda. Siempre y cuando ella fuese tolerable, se corrigió a sí mismo, después de imaginarse a la señorita Bingley como su novia. Al parecer, había varias hermanas presentes: la excesivamente tímida señorita Avery y el hada encantada, lady Sylvanie, y una prima, la sofisticada señorita Farnsworth.