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– ¿Señor Darcy? -Fletcher se reunió con su patrón en la ventana y alcanzó a ver una figura cubierta con una capa con capucha, que se movía rápidamente a lo largo de la pared del patio cerrado, antes de desaparecer de su vista.

– ¿Un criado? -especuló Darcy.

– No, señor, no podía ser un criado, a juzgar por la caída de la capa. Parecía ser de buena lana y probablemente forrado. -Fletcher frunció el ceño-. Lamento admitirlo, pero desde este ángulo no pude distinguir con certeza si se trataba de la capa de un hombre o de una mujer.

A pesar de la curiosidad, Darcy ya no podía negar la necesidad de dormir; su siguiente bostezo fue tan grande que hasta Fletcher alcanzó a oír cómo le crujía la mandíbula. Estaba demasiado cansado. Era un milagro que no hubiese perdido hasta la camisa en el juego de esa noche. El resto de los descubrimientos de Fletcher tendrían que esperar hasta mañana. Darcy se quitó la camisa mientras caminaba hasta el aguamanil y se quitaba los zapatos. Después de finalizar su aseo, tomó el camisón de dormir de manos de Fletcher y lo mandó a descansar, con instrucciones de no molestarlo hasta el mediodía. La puerta apenas se había cerrado tras el ayuda de cámara, cuando Darcy apagó las velas y se deslizó entre las mantas de su magnífica cama. Tras acomodar las almohadas y las mantas a su gusto, se recostó con un suspiro.

¡Lady Felicia! Darcy casi se incorpora de un salto, al recordar súbitamente el problema que le atormentaba. ¿Lo habría esperado durante un buen rato o habría aceptado rápidamente que él nunca se presentaría? ¿Por qué se había comportado de manera tan afectuosa? Darcy no recordaba haber detectado un gran pesar en ella cuando había dejado de cortejarla, meses atrás. Había habido un corto período de chismorreo, como siempre ocurría, pero luego se habían separado de manera civilizada, y él no había visto ninguna señal de tristeza por su separación. ¿Y qué pasaría si la ponía en evidencia? ¿Acaso la dama no temía quedar expuesta a los ojos de todos? ¿Despreciaba de tal manera el honor de Darcy o pensaba que Alex estaba tan idiotizado que se negaría a creer lo que su propio primo le dijera? Cerró los ojos y la fatiga lo golpeó por fin de manera irresistible. ¿Y qué pretendía Sayre ofreciendo una suntuosa invitación, con criados vestidos con uniformes de satén, cuando estaba al borde de la bancarrota? ¡No tenía sentido! Pero se sentía tan… tan… cansado. Con un gruñido, se dio la vuelta, abrazó una almohada y se rindió a las insistentes llamadas de su mente y su cuerpo agotados.

Cuando Fletcher llamó a la puerta, justo a mediodía, Darcy acababa de desistir de obtener más descanso en su revuelta cama. Nunca podía dormir por las mañanas, pues el hábito de levantarse con el alba, que había desarrollado desde una temprana edad, prevalecía sobre el imprudente uso de la velada de la noche anterior. Al mirar hacia la salita de su habitación, Darcy vio a su ayuda de cámara, seguido por un lacayo que llevaba una bandeja llena de platos humeantes, cuyos aromas produjeron un milagro en la percepción del día que comenzaba. Se puso una bata con rapidez, pero no antes de que Fletcher destapara los platos y le preparara una taza de café, que lo esperaba sobre la mesita.

– Buenas días, señor -lo saludó Fletcher en voz baja-. Ninguno de los otros invitados ha dado señales de vida, y ninguno de los criados que los atienden tienen orden de molestarlos antes de las dos. Así que usted podrá disfrutar de su comida con tranquilidad, señor.

Darcy levantó la vista con sorpresa de su plato de carne, lonchas de bacon, tostadas y huevos cocidos.

– ¡Antes de las dos! Supongo que no me debería sorprender que Sayre mantenga en el campo el mismo horario que tiene en la ciudad. -Trinchó un trozo de carne-. Bueno, Fletcher, ¿qué otra cosa debo saber?

– Las damas han decidido dar un paseo en trineo esta tarde. Quieren ver unas famosas piedras gigantes que hay en la región. Luego, los planes para la noche incluyen poesía y juegos de cartas.

– Poesía y juegos de cartas. -Darcy suspiró-. Podría ser peor.

– Señor, es mi responsabilidad añadir que en la lista de actividades también aparecían el baile y las charadas.

– ¡Charadas! -Darcy bajó la taza que acababa de llevarse a los labios-. ¡Ay, por favor, charadas no!

– Lo siento, señor, pero con seguridad habrá charadas. Las damas insistieron mucho en ese punto.

– ¿Y por casualidad sabe usted quién será el maestro o la maestra de ceremonias de las charadas?

Fletcher se irguió totalmente.

– Desde luego, señor. Será su señoría lady Sayre. Lord Sayre tiene sus propios planes para el resto de la noche todos los días.

– El juego -afirmó Darcy con contundencia, partiendo un trozo de tostada y metiéndoselo en la boca. Fletcher asintió con la cabeza, pero no dijo nada-. Gracias, Fletcher. Me retrasaré sólo unos minutos más.

– Muy bien, señor. -El ayuda de cámara hizo una inclinación y avanzó hacia el vestidor, dejando al caballero masticando su desayuno con gesto meditabundo. ¡Charadas! Bueno, no había nada que hacer; no podía disculparse. Miró el reloj que había sobre la chimenea. Tenía tiempo de sobra para vestirse y escribirle a Georgiana para informarle que había llegado bien. Sin duda había llegado bien, ¡pero qué cantidad de extrañas experiencias había tenido desde entonces! Tomando una cucharilla de plata, golpeó suavemente la parte superior de los huevos y quitó con cuidado la cáscara, que dejó ver enseguida su interior perfectamente hecho. ¡Dios mío, charadas!

Una vez que Fletcher terminó de vestirlo, Darcy aprovechó el resto del tiempo que tenía hasta que los otros invitados se levantaran para escribirle una carta a su hermana. La correspondencia tan intensa que había mantenido hasta ahora con Georgiana hacía que aquellos mensajes siempre le proporcionaran un inmenso placer, pero la nueva serenidad que demostraba ahora su hermana no le ayudó a plasmar sus ideas sobre la hoja en blanco. Parte de la dificultad residía en la forma en que se habían despedido. Los cambios que mostraba su hermana últimamente y la falta de comprensión entre ellos habían hecho que Darcy se preguntara si estaría bien seguir dirigiéndose a ella como siempre lo había hecho. Por otra parte, la curiosa conducta del grupo reunido allí, y el propósito de Darcy de formar parte de ellos, tampoco contribuían a facilitar la tarea de escribirle a Georgiana. Después de todo, ¿cómo hacía uno para decirle a su hermana que estaba -¿cuál era esa expresión tan abominable?- «buscando esposa»?

Al final terminó relatándole los percances que había tenido durante el viaje, luego hizo una breve descripción de sus anfitriones y del resto de los invitados y finalizó animándola a disfrutar de todas las diversiones que su tía sugiriera y a tomar los consejos de lord Brougham con la mayor seriedad, independientemente de la forma en que se los ofreciera. Tras espolvorear la carta con la arenilla secante y doblarla, buscó su sello, pero no pudo encontrarlo entre los objetos que había sobre el escritorio. Era extraño que Fletcher no hubiese notado su ausencia.

Echó la silla hacia atrás, se levantó y cruzó la habitación hasta el vestidor. Probablemente todavía estaba en el joyero, teniendo en cuenta que no lo había necesitado durante el viaje. Después de abrir el cerrojo, levantó la tapa del estuche y buscó en su interior. Ah, sí, allí estaba, justo a lado de… Los hilos de bordar reposaban tranquilamente en el lugar en que él los había dejado. Pasando por encima del sello, Darcy acercó los dedos a los hilos. La tentación de tomarlos nuevamente y volverlos a guardar en el bolsillo de su chaleco le resultó casi irresistible. Él sabía que si los tocaba… ¡No! Aferró rápidamente el sello y cerró el estuche. Debía mantener su decisión a toda costa. Regresó a la carta y, después de calentar la barra de cera, dejó caer dos gotas e imprimió su sello. Luego pegó el sello del franqueo y dejó la carta sobre el escritorio, junto con su sello personal, para que Fletcher se ocupara de enviarla. Ya eran las dos de la tarde, así que se arregló los puños y el chaleco y se dirigió hacia la puerta. En ese instante, oyó que alguien tamborileaba sobre ella desde el corredor.