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– ¡Manning! -lo saludó Darcy sorprendido, pues esperaba encontrarse con cualquiera, menos con el barón. En la época en que habían sido compañeros de residencia, Darcy y Manning no solían entenderse bien y, en consecuencia, no habían mantenido ningún contacto desde la graduación.

– ¿Te gustaría jugar una o dos partidas de billar antes del paseo de esta tarde? -El barón examinó a Darcy con sus fríos ojos verdes-. Supongo que ya has desayunado.

Darcy asintió con la cabeza e hizo señas a Manning para que fuese delante.

– Gracias a tu larga amistad con Sayre, y la estrecha relación que te une a él a través de lady Sayre, debes conocer bien el castillo y sus alrededores.

– Conozco Norwycke bastante bien, sí -contestó Manning-. La sala de billar, los salones, el comedor, sin duda. -Miró a Darcy con suspicacia y luego añadió-: Y también sé donde están algunas de las habitaciones de las criadas, en caso de que desees alguna indicación.

– Eres muy amable -murmuró Darcy, enfatizando su tono de disgusto.

– Encantado, Darcy -replicó Manning. Entraron en un salón revestido de madera, que albergaba una mesa de billar cubierta con paño verde y delicadamente tallada.

Darcy siguió a lord Manning hasta una vitrina de vidrio que contenía una variedad de tacos, y al pasar, notó sobre los paneles de madera que recubrían las paredes varios lugares en los que había unas extrañas manchas oscuras. Sólo después de escoger un taco y fijarse en la forma de esas manchas, se le ocurrió una explicación. Esos debían ser los sitios que solían ocupar los cuadros que ya no adornaban las paredes, pero que habían dejado su sombra oscura sobre el lugar que protegían de la luz del sol. Tampoco estaban ya los clavos de los que colgaban esos cuadros, lo cual indicaba que las pinturas no volverían. Una evidencia más, pensó Darcy mientras echaba tiza a su taco, de que la información de Hinchcliffe y las observaciones de Fletcher eran correctas, como siempre.

– ¿Juegas al billar con la misma intensidad con que practicas la esgrima, Darcy? No puedo recordarlo. -La mirada de Manning tenía intención de desconcertar a Darcy. Siempre había sido así en la universidad. Por razones que sólo él conocía, Manning se divertía asumiendo el papel de su inquisidor personal. El joven Darcy casi no podía hacer nada que no despertara un comentario desdeñoso de Manning.

– La clemencia ni se pide ni se da -contestó Darcy con voz neutra, negándose a ceder a la provocación.

Manning soltó una carcajada.

– Tal como imaginaba. Tan independiente como siempre, ¿no es así, Darcy? -El caballero miró a Manning con indiferencia, limitándose a enarcar una ceja a modo de respuesta. El barón volvió a reírse-. Pero has aprendido a controlar tu temperamento, por lo que veo. Aunque me pregunto cuánto durará eso. -Manning levantó el triángulo de madera e hizo un gesto indicándole la mesa-. Empieza tú y juega lo mejor que puedas, adelante.

El estallido de las bolas al recibir el primer golpe del taco fue particularmente gratificante para Darcy, al igual que la explosiva exclamación que soltó su oponente cuando las bolas se quedaron quietas.

7

La fragilidad de la mujer

Aunque Darcy habría preferido derrotar a su oponente, se sintió complacido de haber llevado a Manning a un empate, antes de que los avisaran para reunirse con el resto de los invitados. En realidad, era un sentimiento bastante ridículo, pensó Darcy mientras se sacudía los pantalones de montar, pero el joven estudiante que todavía llevaba dentro y que había sufrido innumerables tormentos a manos de Manning no pudo evitar sentir una cierta satisfacción.

La excursión de la tarde para conocer los misteriosos círculos de piedra famosos en aquella región resultó más atractiva gracias a la oferta de lord Sayre de procurarles monturas a aquellos que prefirieran ir a caballo en lugar de usar el trineo. Bajo la influencia del recuerdo del éxito parcial sobre su antiguo antagonista y la perspectiva de pasar la tarde al aire libre, Darcy atravesó el patio del castillo mucho más alegre de lo que se había sentido últimamente. Con la fusta bajo el brazo y el sombrero de copa inclinado con elegancia, se estaba poniendo los guantes de montar cuando alcanzó a oír cómo la señorita Farnsworth alababa el tiempo que hacía.

– ¿Te parece «espléndido», Judith? -le preguntó lady Chelmsford a su sobrina con tono de incredulidad-. ¡Espléndido para qué, por Dios! ¿Para congelarse uno hasta los huesos?

– No hace tanto frío, tía -respondió la señorita Farnsworth con aire divertido-, y después de todo, tú vas a viajar en un trineo con ladrillos calientes. No creo que lord Sayre permita que te congeles.

Darcy se puso una mano sobre los ojos y levantó la vista hacia un cielo despejado y azul. Tenía que estar de acuerdo con la señorita Farnsworth; era un día precioso. El aire era frío, pero los rayos del sol calentaban su rostro. A decir verdad, el trineo no parecía atractivo. El preferiría montar a…

– Yo, personalmente, prefiero montar a caballo en un día así. -La señorita Farnsworth se hizo eco de los pensamientos de Darcy-. Y le agradezco a lord Sayre la oportunidad de hacerlo. -Dejó de mirar a su tía para sonreír a los caballeros que estaban en el grupo y debió de notar algún indicio de aprobación en el rostro de Darcy, porque continuó-: Veo que usted está de acuerdo conmigo, señor Darcy. Debería apoyarme en esto, señor.

– Pero es que tú eres una amazona tan aguerrida, querida -intervino lady Felicia, dirigiéndole una sonrisa de superioridad a su prima-. Siempre en el campo de cacería. Debes hacer algunas concesiones a las representantes menos intrépidas de nuestro sexo, no tenemos deseos de competir con los caballeros en lo que constituye su esfera natural -dijo y se volvió hacia Darcy-. El señor Darcy sólo estaba sorprendido -concluyó. Una expresión de sorpresa y dolor cruzó fugazmente por el rostro de la señorita Farnsworth, mientras Darcy sentía en el pecho una oleada de indignación. ¡Así que las cosas iban a ser de ese tenor! Con deliberada frialdad, el caballero esquivó a lady Felicia y le ofreció la mano a su prima.

– ¿Me permite acompañarla hasta su caballo, señorita Farnsworth? -preguntó.

– Es usted muy amable, señor Darcy. -La señorita Farnsworth aceptó, subiendo, con ayuda de Darcy, con facilidad a la silla de montar de amazona y tomando las riendas con pericia.

– Encantado, señora. -Darcy le dirigió una sonrisa. La señorita Farnsworth estaba muy guapa con su atractivo vestido de montar y, la verdad, el aire de seguridad y confianza que transmitía sobre un caballo desconocido, no dejaban de causarle admiración-. Apoyo su opinión y también prefiero montar. Hombre o mujer, uno puede disfrutar mucho mejor de la vista desde el lomo de un caballo.

– Siempre he pensado lo mismo. -La señorita Farnsworth le devolvió la sonrisa e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento.

Darcy le devolvió el gesto y se giró hacia los demás caballeros. Monmouth y Trenholme también decidieron ir a caballo, y mientras esperaban por sus despectivas monturas, Darcy se subió al ágil bayo que le entregaron. El animal parecía lo suficientemente dócil, pero tan pronto como se acomodó en la silla y revisó los estribos, no pudo evitar desear tener a Nelson con él. Mientras observaba cómo se organizaban en dos trineos los otros invitados, notó la ausencia de un miembro del grupo. Darcy empujó un poco el caballo hacia delante y preguntó: