– ¿Lady Sylvanie no nos va a acompañar, Trenholme?
– Oh, no -contestó con tono sarcástico-, lady Sylvanie no se digna acompañarnos a «mirar unas piedras como si fuéramos tontos». Según dice Letty, lady Sayre, desde el principio le pareció una idea estúpida, y como no pudo imponer su opinión, no va a venir. Esa insufrible…
– ¡Bev! -se oyó gritar a lord Sayre, que se acercó a ellos-. Por favor disculpa la interrupción, Darcy -dijo con una sonrisa de desdén-, pero mi hermano está mal informado, como suele ocurrir con todos los hermanos. -Levantó la mano y la puso sobre la muñeca de Trenholme, agarrándosela con fuerza antes de volverse de nuevo hacia Darcy-. Lady Sylvanie está indispuesta. Hace sólo unos minutos su criada me informó que padece un terrible dolor de cabeza, producido, probablemente, por la tarta de manzana de la cena de anoche. Siempre le sucede lo mismo cuando come algo que contiene canela, pero la tentación de anoche fue tan grande que probó sólo un bocado y, voilà -dijo, suspirando con pena-, eso era todo lo que necesitaba para causar el malestar. -Sayre soltó la mano de su hermano-. Pero no temas, Darcy, ya estará bien cuando regresemos, estoy seguro.
Darcy asintió y movió las riendas del caballo para que retrocediera, y luego le dio la vuelta para reunirse con Monmouth y la señorita Farnsworth, que estaban esperando a que la comitiva se pusiera en movimiento. Los ocupantes de los trineos por fin estuvieron listos y los conductores jalearon a los caballos. Cuando los animales comenzaron a tirar del arnés, la sacudida que se produjo en los trineos arrancó algunos grititos y risas a las damas. Cuando el trineo volvió a sacudirse, al liberar las cuchillas del hielo que ya se había formado debajo de ellas, lady Felicia se deslizó sobre Manning con una exclamación. Pensando en su primo, a Darcy no le gustó nada la expresión de complicidad que apareció en el rostro de Manning, mientras la ayudaba a incorporarse. Pero la dama había iniciado el intercambio y Darcy se recordó que él no estaba en el lugar del padre de la muchacha ni de su prometido. Si Chelmsford no controlaba a su hija…
Los trineos atravesaron pesadamente el patio, pero después de arrastrarse sobre el puente levadizo con un ruido bastante desagradable, por fin revelaron su velocidad y su gracia. Las cuchillas chirriaban cortando la resbaladiza nieve, mientras los caballos tiraban de los trineos, al lado de la senda por la cual los Jinetes avanzaban. ¡Realmente era un espléndido día de invierno! Darcy se sorprendió al sentir la oleada de placer, casi dicha, que lo invadió. Como si estuviese Oyendo su mente, el caballo sacudió la cabeza con vigor y resopló para mostrar que aprobaba el camino que tenían delante, mientras parecía suplicarle al jinete que lo dejara galopar libremente. Sonriendo al sentir el sincero entusiasmo del animal, Darcy le permitió acelerar el paso, pero no pasó mucho tiempo antes de que Monmouth y la señorita Farnsworth lo alcanzaran.
– ¡Sooo, despacio, Darcy! -le gritó Monmouth-. Tu caballo ha hecho que todos los demás se lancen a correr -dijo y miró fugazmente hacia la señorita Farnsworth, como queriendo insinuar algo.
– No se detengan por mí, caballeros -dijo ella un poco molesta por la insinuación de Monmouth-. Yo diría que puedo mantener el paso.
– ¡Señorita Farnsworth! -protestó Monmouth-. No dudo de sus habilidades como amazona en su propio caballo y con buen tiempo, pero bajo estas condiciones, señora…
– No tiene nada de que preocuparse, se lo aseguro, milord. -La señorita Farnsworth se rió y azuzó a su caballo para que los dejara atrás, pero era evidente que estaba un poco molesta por la preocupación de los caballeros. Monmouth se encogió de hombros y miró a Darcy y a Trenholme; luego apoyó la fusta contra el lomo del caballo, pero eso asustó al animal, que reaccionó dando un salto hacia el lado. Hombre y caballo se recuperaron enseguida, pero al animal no le gustó el gesto del jinete y en pocos segundos el caballo de Monmouth se acostumbró a sentir el freno entre los dientes y echó a correr.
– ¡Tris! -gritó Darcy cuando el caballo de Monmouth trató de tomar la delantera. Al sentir el ruido de voces y el golpeteo de cascos que se acercaban desde atrás, el caballo de la señorita Farnsworth pareció asustarse y echó las orejas hacia atrás, giró la grupa sobre el sendero y se quedó atravesado en el camino. Al prever la seriedad de las consecuencias que podría tener el hecho de dejar sola a la señorita Farnsworth en ese momento, Darcy espoleó a su propio caballo, con la esperanza de poder alcanzar a la dama antes de que ocurriera algo inevitable.
– ¡Cuidado! ¡Fuera del camino! -gritó Monmouth, tirando de las riendas sin ningún éxito. Cuando la señorita Farnsworth miró por encima del hombro, vio que el vizconde se le acercaba a una vertiginosa velocidad. Se puso pálida y enseguida comenzó a maniobrar las riendas para mover el caballo, golpeándole con la fusta. Pero eso no le gustó al animal, que no sólo ignoró las órdenes de su amazona sino que comenzó a saltar y dar brincos para defender su posición de líder.
El caballo de Monmouth se echó hacia la derecha, decidido a pasar al otro, mientras que el de la señorita Farnsworth parecía igual de decidido a no dejarlo pasar. Cuando el caballo de Monmouth estuvo más cerca, el de la señorita Farnsworth relinchó a modo de advertencia y tensó los músculos. En un segundo, el animal soltó una coz que hizo que la montura de Monmouth trastabillara y relinchara.
Darcy alcanzó a la señorita Farnsworth justo cuando su caballo parecía estarse preparando para enfrentarse al desafío. Se inclinó para tomar las riendas, Pero en ese momento la mujer dio un tirón a la cabeza del caballo, con la cara roja de ira.
– ¡Aléjese! -le ordenó a Darcy, mientras manipulaba las riendas con furia-. ¿Acaso cree que soy tan inútil? ¡Retroceda, le digo!
Desconcertado, Darcy se detuvo, pero luego volvió a tratar de tomar las riendas. Si pudiera hacer que el animal diera la vuelta completa… Pero sus dedos sólo alcanzaron el aire y luego, dando un gran salto, el caballo de la señorita Farnsworth echó a correr, detrás del otro. Darcy dio la vuelta a su montura y la siguió, rezando para que, con o sin la ayuda de la señorita Farnsworth, pudiese detener al fugitivo antes de que ocurriera un lamentable accidente.
La conmoción no pasó inadvertida para los que iban en los trineos, pero como no habían visto todo desde el comienzo, pensaron erróneamente que se trataba de una carrera. Los pasajeros les lanzaban gritos de aliento a los jinetes y animaban a sus conductores para que no se quedaran atrás. Al mirar hacia delante hacia Monmouth, Darcy pudo ver que el vizconde finalmente había logrado hacer que su caballo se saliera del camino y se metiera entre la nieve. Obstaculizado por los montículos de nieve acumulada, el animal iba cada vez más despacio y Darcy estuvo seguro de que rápidamente Monmouth podría controlarlo. Se fijó entonces en la señorita Farnsworth, que todavía iba corriendo por el sendero. ¡Maldita mujer! ¿Por qué no había hecho lo mismo que Monmouth?
Aunque de haberlo sabido no le habría hecho ninguna gracia, a la señorita Farnsworth no le habían dado precisamente el caballo más veloz del establo de lord Sayre, cosa que Darcy agradeció. El camino estaba tan liso que su caballo resbalaba de vez en cuando pero el animal siempre se recuperaba rápidamente y sus largas patas fueron recortando la distancia entre ellos y la fugitiva. Consciente del temperamento tanto del caballo como de su jinete, esta vez Darcy tuvo la precaución de acercarse con cuidado y colocarse al lado.
– ¿Qué está haciendo? -La señorita Farnsworth fulminó a Darcy con la mirada, pero no recibió ninguna respuesta, pues el caballero se iba acercando cada vez más, para obligar al caballo de la dama a salirse del camino y meterse en el campo cubierto de nieve-. No necesito su ayuda -chilló ella-. ¡Va a hacer que se rompa las patas! -Darcy se inclinó, tomó las riendas y enseguida giró su montura, lo que obligó al otro caballo a hacer lo mismo. Después de avanzar así unos cuantos metros, por fin pudo detenerlos a los dos.