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– Le ruego que me perdone, señorita Farnsworth -dijo Darcy, mientras contenía el impulso de devolverle la misma mirada asesina-. Pero me temo que no estoy de acuerdo. Ha sido demasiado peligroso permitir que el animal saliera corriendo así. ¡Mejor un caballo cojo que un cuello roto, señora! -Antes de que la dama pudiera soltarle la airada respuesta que ya se asomaba a sus labios, llegaron Trenholme y Monmouth.

– ¡Señorita Farnsworth -comenzó a decir enseguida el vizconde-, estoy muy apenado por el riesgo que ha corrido por mi culpa! Por favor, permítame rogarle que me perdone y asegurarle que no fue mi intención poner a prueba sus dotes de amazona, por las cuales, entre otras cosas, debo felicitarla. -El gesto adusto de la señorita Farnsworth pareció suavizarse rápidamente al oír las palabras conciliadoras de Monmouth, y al final, la dama volvió a ser la agradable jovencita que los había fascinado en el patio.

– Milord, tiene usted mi perdón inmediato, porque en realidad no estuve en tanto peligro. -La señorita Farnsworth evitó deliberadamente mirar a Darcy y prefirió, en cambio, dedicarle todos sus encantos a Monmouth.

– Eres muy parco en tus elogios, Monmouth -interrumpió Trenholme-. ¡Señorita Farnsworth, ha estado usted magnífica! -Darcy miró a los dos hombres con incredulidad. Los dos incidentes habían mostrado una inmensa imprudencia por parte tanto de su antiguo compañero como de la dama, o bien un escaso dominio de los caballos. ¡Y el papel de Trenholme había sido el de un completo cobarde, pues no se había ofrecido a ayudar en lo más mínimo! Sin decir ni una palabra, Darcy azuzó a su caballo para que volviera al camino, con la convicción de que, con el estímulo que aquellos dos le estaban dando a la señorita Farnsworth, el accidente que acababa de evitarse sólo se había postergado.

Los trineos los alcanzaron en minutos, y durante un cuarto de hora, unos y otros estuvieron intercambiando explicaciones y exclamaciones acerca de lo que acababa de ocurrir. Cuando se pusieron en marcha de nuevo, los jinetes se colocaron a ambos lados de los trineos, de manera que las conversaciones que habían comenzado pudieran continuar. Lo que atrajo a Darcy al trineo en que viajaban la señorita Avery, su hermano, lord Sayre y lady Felicia fue, precisamente, una pregunta de la señorita Avery.

– No lo sé, Bella. Pregúntale a Sayre -le gruñó Manning a su hermana-. Y por favor habla bien, niña.

La señorita Avery tragó saliva con nerviosismo mientras dirigía sus ojos hacia Sayre, lo cual hizo que Darcy sintiera un nuevo ataque de compasión por ella, pero, en este caso, la curiosidad superaba al temor, porque la muchacha finalmente soltó su pregunta:

– Mil-lord -comenzó a decir con voz temblorosa-, lady Sylvanie d-dijo q-que las p-piedras tienen un n-nombre, y q-que cuando las p-piedras tienen n-nombres, es p-porque tienen una historia. ¿Es eso ci-cierto?

Sayre le sonrió a su cuñada.

– Señorita Avery, siempre hay historias, ridiculeces, en realidad, acerca de las cosas antiguas: castillos antiguos, tumbas antiguas, árboles antiguos, piedras antiguas. Los Hombres del Rey no son la excepción. Estoy seguro de que hay miles de historias acerca de ellas.

– ¿Los Hombres del Rey? -La señorita Avery frunció el ceño con expresión de confusión-. ¡Lady Sylvanie no l-las llamó a-así!

– Ah… bueno -respondió Sayre, pero luego se quedó callado.

– La señorita Avery tiene razón, milord -dijo lady Felicia-. Lady Sylvanie las llamó los Caballeros, creo.

– ¡Los C-caballeros S-Susurrantes! -declaró con gesto triunfal la señorita Avery-. ¡Sí, e-eso era! ¿P-puede usted c-contarnos la historia, m-mi-lord? -Darcy no fue el único de los que estaba escuchando que se sorprendió con la vehemencia de la respuesta de Sayre.

– ¡Todo eso es charlatanería, ya se lo he dicho! ¡Pura invención! -Los ojos de Sayre parecieron volverse más negros en medio de su cara pálida. La señorita Avery frunció el ceño.

– ¿Qué es «charlatanería», mi querido hermano? -Trenholme avanzó con su caballo por el lado opuesto al que iba Darcy.

– ¡Los Caballeros! -resopló Sayre-. ¡Basura, pura basura!

– A mí me gustaría oír la historia -dijo lady Felicia, sonriéndole a Trenholme-, ya sea o no basura. -Trenholme miró a su hermano con una ceja levantada, pero Sayre se limitó a soltar un gruñido y desvió la mirada.

– Es un cuento más bien sombrío, milady, y tal vez poco apto para los delicados oídos femeninos -comenzó a decir Trenholme con tono solemne. Darcy entornó los ojos, mientras el hombre captaba el interés de su audiencia. Tal como Darcy esperaba, todos los que estaban oyendo le pidieron a Trenholme que empezara de inmediato-. Las piedras se conocen con el nombre de los Hombres del Rey desde hace sólo cien años. En tiempos inmemoriales se les conocía como los Caballeros Susurrantes.

– ¿Por qué han cambiado el nombre? -preguntó Manning-. ¡Los Hombres del Rey… los Caballeros Susurrantes! ¡Qué tontería!

– Tal y como he dicho -interrumpió Sayre.

– Se dice -continuó Trenholme, retomando el hilo del relato-, que nuestro bisabuelo aprovechó la oportunidad de cambiarles el nombre cuando un escritor pasó por Oxfordshire recogiendo historias sobre la región. Nuestro bisabuelo le dijo a este hombre que se llamaban los Hombres del Rey, inventó un cuento chino sobre las piedras y despachó al escritor. Así, para todos los que no son de Chipping Norton, las piedras se llaman los Hombres del Rey, pero los que han vivido aquí toda su vida saben que no es cierto.

– ¿P-por qué su b-bisabuelo hizo e-eso? -La señorita Avery estaba totalmente fascinada con la historia.

– A causa de la leyenda, señorita Avery, a la leyenda de los Caballeros Susurrantes. Nuestro bisabuelo quiso ponerle punto final. Pero yo les pregunto, ¿creen ustedes que un simple cambio de nombre puede acabar con una leyenda? -Trenholme miró a su embelesada audiencia en espera de una respuesta, pero nadie se aventuró a contradecirlo, excepto Sayre, que volvió a resoplar y se movió nerviosamente en su sitio. Darcy se mordió el labio para contener la risa que le causaba la facilidad con que había triunfado la estrategia de Trenholme. Había que decir que era bastante bueno para contar en historias.

– La leyenda, señor Trenholme, cuéntenos la leyenda. -Lady Felicia tomó la mano de la señorita Avery.

– Sí, la leyenda… Hace mil años esta tierra era dominio de un poderoso señor. De hecho, el castillo de Norwycke está frente a la colina fortificada. -Trenholme bajó la voz-. Como sucedía con muchos hombres en esa época, este señor tenía múltiples enemigos tanto fuera de sus dominios como dentro, incluyendo a uno de sus propios hijos. El hijo desleal contaba con la colaboración de seis de los caballeros de su padre, a quienes había prometido repartir las riquezas del tesoro de su progenitor, o darles extensas propiedades, si lo apoyaban. Cuando llegó la noche en que tenían planeado atacar, el grito de «traición, traición» recorrió el dominio pocos minutos antes de que aparecieran. -La señorita Avery apretó la mano de lady Felicia al oír el grito de Trenholme y se quedó sin aire. Manning y lady Felicia estaban igualmente atrapados por la historia, con los ojos fijos en Trenholme.

– ¿Y qué pasó luego? -preguntó Manning.

– Los conspiradores sabían que habían sido traicionados, pero ¿quién era el traidor? No tenían tiempo de averiguarlo, porque la única oportunidad de sobrevivir que tenían era huir enseguida. Lucharon a brazo partido para poder salir de la propiedad y cruzar las puertas, sin preguntarse nunca cómo habían logrado abrirse paso a través de los poderosos hombres de su padre. Únicamente sabían que la única posibilidad de vivir que tenían era atravesar estos campos y llegar hasta el mar, para pasar a Irlanda.