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– Por favor, permítame ofrecerle mi brazo, milady. -Darcy tendió el brazo, mientras crecían sus sospechas sobre el verdadero propósito de la dama al esperarle y seguro de que no pasaría mucho tiempo antes de que ella mostrara sus intenciones.

– Gracias, señor. Veo que tiene usted unos modales más corteses que los de los tiempos actuales. -Lady Beatrice frunció los labios durante un minuto, mientras levantaba la vista para observar a todos los caballeros que habían tenido la descortesía de dejarla sola, y luego se giró hacia Darcy con una sonrisa.

– Es usted muy amable, señora -respondió Darcy con cortesía. Lady Beatrice no era exactamente una joven viuda, rondaría los cuarenta años, aunque no se podía decir que revelara su edad. Con esa figura, esa delicada piel de porcelana y esos modales tan elegantes, era la culminación de lo que en su hija todavía era una promesa. No obstante, Darcy estaba bastante seguro de que la dama realmente quería hablar sobre su hija. Cualquiera que fueran las intenciones de la lady Beatrice, Darcy no las descubriría todavía, pues un grito procedente de su espalda detuvo su marcha.

– M-milady, s-señor D-darcy -dijo jadeando la señorita Avery, mientras se apresuraba a alcanzarlos-. Les ruego m-me p-perdonen, pero ¿p-puedo acompañarlos? No quiero qu-quedarme con lord… se detuvo y se mordió el labio-. Es d-decir, L-lord Sayre no está… ¡Oh, Dios! ¡D-debo ver a mi he-hermano!

– Claro, querida. -Lady Beatrice retiró la mano del brazo de Darcy y entrelazó el brazo de la jovencita con el suyo-. Claro que puede usted acompañarnos, ¿no es así, señor? -Darcy asintió, mientras miraba hacia el fuego y observaba a lord Sayre, que todavía estaba agarrado a la botella. ¡Condenado hombre! ¿Acaso era tan insensato como para deshonrar su nombre y luego asustar a su joven invitada con su imprudente comportamiento… todo gracias a una leyenda? ¡Y Manning! Darcy levantó la vista para mirar al barón y censuró mentalmente la integridad de un hombre que mostraba más interés por la prometida de otro que por la seguridad y el bienestar de su propia hermana.

– G-gracias, milady -dijo la señorita Avery con alivio. Retiró el brazo del de lady Beatrice y se adelantó un poco, de manera que lady Beatrice volvió a apoderarse del brazo de Darcy.

– Pobre chiquilla -comentó lady Beatrice, sacudiendo la cabeza-. ¿No tiene usted una hermana más o menos de la misma edad que la señorita Avery, señor?

– Sí, señora. La señorita Darcy es un año menor que la señorita Avery. -En ese momento Darcy pensó en lo diferente que era Georgiana de la señorita Avery. Sí, su hermana solía ser reservada y todavía era un poco tímida, pero Darcy no recordaba haber visto en sus ojos aquel temor crónico que parecía ser la eterna compañía de la señorita Avery. Por el contrario la manera de ser de Georgiana siempre se había apoyado en su confianza en la bondad del mundo que la rodeaba… hasta que Wickham lo había destrozado. Últimamente, sin embargo, a partir de su recién adquirido interés por los temas religiosos y la serenidad que éstos parecían haberle brindado, Georgiana mostraba una madurez mental y social que superaba mucho la frágil capa de sofisticación social de la señorita Avery.

– Entonces todavía no ha sido presentada en sociedad -afirmó lady Beatrice, siguiendo con la conversación.

– No, milady. Tal vez el próximo año sea presentada en la corte -contestó Darcy con cautela.

– No hace mucho tiempo que mi hija pasó por eso, señor Darcy. ¡Es una prueba tremenda! Cuando era una niña, el señor Farnsworth siempre llevaba a Judith con él, debido a que no tenía hijos varones. Eso significa que la niña siempre estaba en los establos y en el campo, y no en los salones. -Lady Beatrice suspiró-. Desde luego, todo eso terminó cuando el señor Farnsworth tuvo su accidente. El pobre hombre finalmente encontró una cerca que no pudo superar y me convirtió en viuda. -Miró fugazmente a Darcy, mientras él murmuraba sus condolencias, tal como correspondía. Luego continuó-: Al comienzo a Judith le gustó abandonar todas esas actividades que realizaba con su padre, pero me complace decir que, cuando fue presentada en la corte, ya había aprendido a reconocer dónde estaba su felicidad.

Lady Beatrice disminuyó el paso y Darcy hizo lo mismo, aunque sintió una extraña desazón en la boca del estómago.

– No puedo negar que Judith es una muchacha de un temperamento muy fuerte, señor Darcy. Es un poco como su padre en ese aspecto, pero todavía es joven. Estoy segura de que ella sabrá responder a una mano firme y que rápidamente aprenderá a disfrutar de todas esas habilidades domésticas que requiere un caballero de la más alta posición e influencia.

Darcy apretó la mandíbula con firmeza, seguro de la decisión que había tomado mientras escuchaba el discurso de lady Beatrice, que buscaba disculpar la desagradable exhibición de testarudez que acababa de hacer su hija. ¿Así que la señorita Farnsworth necesitaba una mano firme? ¿Y se esperaba que él decidiera hacerse cargo de su educación? Darcy se podía imaginar con facilidad las escenas que tendrían lugar en la casa de los Farnsworth cuando se contrariaba la voluntad de la señorita Farnsworth. Es posible que existiesen hombres a los que les gustara hacer entrar en cintura a una mujer así, pero él no formaba parte de ese grupo. ¡Por Dios! Se estremeció al pensar en toda una vida dedicada a batallar contra el temperamento de la señorita Farnsworth. ¡Había que acabar, a cualquier precio, con todas las esperanzas de lady Beatrice en ese sentido!

– Sin duda ése será el caso, cuando aparezca el hombre apropiado, milady -respondió Darcy con tanto desinterés como pudo.

– Pero usted, señor Darcy, ha tenido la responsabilidad de educar a su hermana y sabe desenvolverse en ese aspecto, ¿no es así? -insistió lady Beatrice-. He oído maravillosos comentarios acerca de la señorita Darcy…

– Le agradezco sus palabras, señora -interrumpió Darcy-. Pero creo que la educación de una hermana no se puede comparar en absoluto con el tipo de instrucción que, según usted, necesitará recibir de su esposo la señorita Farnsworth. Creo que, en ese cometido, mi experiencia sería de poca utilidad.

– ¡Bien! -respondió lady Beatrice, retirando la mano del brazo de Darcy-. Le aseguro, señor, que es usted bastante directo.

– Le ruego que me disculpe, señora, pero estoy seguro de que usted no querría oír nada menos que la verdad, tratándose de la felicidad de su única hija -replicó Darcy con frialdad.

Lady Beatrice enarcó las cejas y luego sonrió con cierta complicidad.

– Veo que ha tenido varios encuentros con matronas casamenteras, señor Darcy. -Soltó una ronca carcajada-. Ha sido usted muy hábil, señor. Muy hábil, en verdad.

Como no había ninguna manera decente de responder a esa observación, el caballero guardó en silencio, pero se sentía cada vez más inquieto. Mientras seguían avanzando, percibió varias miradas sospechosas por parte de la dama y cuando ella tropezó con una piedra del camino y cayó en sus brazos, comenzó a alarmarse ante el posible significado de aquellas miradas. Cuando llegaron a la cima, se excusó rápidamente y se acercó al resto del grupo.

La señorita Avery había llegado antes que ellos y enseguida corrió hacia donde estaba su hermano, que casi no quiso escucharla y la miró con gesto de disgusto.

– Bella, deja ya de tartamudear, niña, o no te prestaré atención nunca más. ¿Qué ha pasado con Sayre? -La señorita Avery trató de satisfacer la solicitud de su hermano, pero Manning se giró rápidamente y llamó a su otra hermana-. ¡Letty! Bella está totalmente conmocionada… Está diciendo algo sobre Sayre. Tal vez tú puedas entenderle, ¡porque yo ya no puedo tolerar sus balbuceos ni un segundo más!