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– ¿Lo es, Darcy? -Manning se enfrentó al escepticismo de Darcy con una seguridad de acero-. Es lo que Trenholme sospecha; aunque él también prefiere creer que al final todo saldrá bien y que esa supuesta propiedad evitará que su hermano los arruine a los dos.

Darcy tomó aire antes de contestar, pero decidió contenerlo, mientras analizaba la actitud del barón para asegurarse de que no lo estaba engañando. Manning se dio cuenta exactamente de lo que Darcy estaba haciendo y le devolvió la mirada con altivez.

– Veo que todavía no te he convencido. -Manning suspiró. Puso el taco sobre la mesa, se llevó las manos a la espalda y se alejó de Darcy, mientras avanzaba hacia uno de los escasos cuadros que todavía adornaban las paredes de la sala de billar. Era una pintura de estilo clásico, que representaba a una perrita que miraba serenamente al espectador, mientras su carnada jugaba a su alrededor-. Darcy, lo que te voy a contar ahora sólo lo hago por la enorme deuda que tengo contigo a causa de tu amabilidad con mi hermana pequeña. Pero al revelártelo, estoy exponiendo a mi otra hermana al ridículo y antes debo tener tu palabra de caballero de que nada de lo que voy a contarte llegará a sus oídos.

– La tienes -respondió Darcy y le tendió la mano.

Manning se la estrechó brevemente pero con firmeza, antes de desviar la mirada y establecer otra vez entre ellos cierta distancia. Luego tomó aire y comenzó:

– Tú sabes, por supuesto, que Sayre y mi hermana ya llevan casados seis años; y como es bastante obvio, ella no le ha dado herederos. -Manning apretó la mandíbula con gesto severo-. Y tampoco ha tenido el frío consuelo que produce la tragedia de una pérdida. En resumen, nada ha resultado de esta unión y, aunque no lo parece, mi hermana se siente cada vez más desesperada… lo suficientemente desesperada como para recurrir a otros medios.

– ¿A qué te refieres, Manning? -preguntó Darcy-. ¡Habla claro, hombre!

– ¡Utilizaré palabras sencillas, entonces! -Manning no trató de ocultar la rabia que le producía el hecho de tener que hacer aquella confesión-. Mi hermana cree que Sylvanie o esa bruja que trajo con ella pueden obrar algún tipo de milagro que le permita concebir un hijo. No sé de qué manera la convenció o qué promesas intercambiaron, pero Leticia se ha puesto enteramente en manos de Sylvanie. Creo que Sayre también le cree un poco. Por el bien de Letty, por el dinero que él espera obtener de la venta de la propiedad en Irlanda y por la posibilidad adicional de tener un heredero, Sayre no va a hacer nada que contraríe a su hermana ni va a curiosear demasiado en sus asuntos, hasta que pueda deshacerse de ella a través de una boda. -Manning se volvió a buscar los ojos de Darcy y vio cómo éste había bajado la guardia al oír semejante historia tan increíble-. Creas lo que te he dicho o lo rechaces, ¡considero totalmente saldada mi deuda contigo, Darcy! -Y diciendo esto, Manning hizo una rápida inclinación y salió de la habitación.

– Ya casi termino, señor. -Darcy pudo sentir cómo aquel armazón le apretaba el cuello de la camisa alrededor de la garganta, mientras Fletcher hacía el nudo final. Tragó saliva varias veces para evitar que el creador del nudo lo apretara tanto que no le permitiera respirar ni conversar y sinceramente deseó poder ver la cara de su ayuda de cámara.

– Listo, señor Darcy. Puede usted mirar hacia abajo… lentamente, lentamente, ahí. ¡Perfecto! -Esta vez, cuando entornó los ojos, Darcy se aseguró de que Fletcher lo viera. El ayuda de cámara se permitió una sonrisa fugaz, antes de dar la vuelta para tomar la levita de su patrón.

– ¿Y bien, Fletcher? -preguntó Darcy, tirando de las esquinas de la levita y comenzando a abrochársela. Fletcher lo había vestido totalmente de negro, como había hecho para la triunfante velada en Melbourne House, y mientras Darcy se miraba en el espejo, le pareció que todo el efecto era tan impactante como podía desear para una noche como la que le esperaba.

– Imponente, señor, y elegante. Justo lo que necesita esta noche, si me permite decirlo, señor.

Darcy resopló y negó con la cabeza.

– Probablemente tiene usted razón, Fletcher, pero yo estaba más interesado en la opinión que le merece la historia de Manning. Yo creo que él estaba diciendo la verdad, al menos hasta donde la conoce.

– Yo estoy de acuerdo, señor. Nadie divulga a la ligera detalles tan íntimos sobre su familia, y lord Manning es particularmente reservado acerca de sus asuntos. Su ayuda de cámara habla bastante sobre las conquistas femeninas de su patrón, pero sobre todo lo demás guarda estricto silencio.

Darcy avanzó hacia la cómoda en busca del joyero. El alfiler de esmeralda que hacía juego con el chaleco le quedaría muy bien.

– ¿Sabe usted, entonces, lo que eso significa?

– Mucho, señor. Al menos establece que lady Sylvanie, o más probablemente su criada, fue la persona que entró en su habitación en busca de algo con lo que fabricar un hechizo. Y tal como sospeché, era un hechizo de amor, señor. Teniendo en cuenta los avances de ayer de lady Sylvanie y -Fletcher carraspeó, al tiempo que su patrón fruncía el ceño-, ejem, su reacción, señor, no tengo duda de que ella realmente cree en el poder de su magia.

– Sí… eso parece evidente -afirmó Darcy, sacando el joyero del cajón y poniéndolo sobre la cómoda-. Pero de manera más precisa, explica en gran medida el comportamiento tan peculiar de Sayre y Trenholme y la forma en que están tratando ahora a lady Sylvanie. Sayre hará lo que sea para verla casada, de acuerdo con los términos del testamento. Entretanto, Trenholme se impacienta por la manera en que Sayre trata de contener su animadversión por el hecho de estar en deuda con una mujer a la que siempre había despreciado.

– Y temido, señor -agregó Fletcher-. El señor Trenholme le tiene miedo a la dama, o a la criada, o a ambas, mientras que teme que lord Sayre se juegue todo el patrimonio que les queda. Es un miedo perverso, señor Darcy, que parece extenderse por todo el castillo.

El caballero abrió el joyero. El alfiler de esmeralda brillaba a la luz de las velas, encima de los hilos cuidadosamente entrelazados del marcapáginas de Elizabeth. Darcy agarró el alfiler y, mirándose en el espejito que había a un lado, lo puso con cuidado sobre los pliegues del roquet.

– Usted no ha mencionado el aspecto más repugnante de este enojoso asunto -dijo, mirando por encima del hombro.

– ¿Las piedras, señor? -Fue más una afirmación que una pregunta.

– Sí -afirmó Darcy en voz baja, al tiempo que se dirigía hacia su ayuda de cámara-, las piedras.

Mordiéndose el labio inferior, Fletcher sacudió lentamente la cabeza.

– ¡Una cosa tan maligna y perversa, señor! ¿Acaso podría una mujer… pretendiendo que era un bebé…? -Fletcher levantó la vista para mirar a su patrón, con el rostro tenso por las implicaciones que tenía lo que estaba pensando-. Apenas puedo creerlo, señor Darcy.

– Igual que yo. -Darcy suspiró-. Sin embargo, toda la información que tenemos apunta en esa dirección. Lady Sylvanie o su dama de compañía.

– O ambas -apostilló Fletcher-. También podría ser que alguien más… enviado por una de ellas… haya hecho el sacrificio en las piedras ¿no?

Darcy frunció el ceño.

– Es poco probable. El sacrificio era una demostración de poder o una manera de adquirirlo. La persona que esperaba obtener algo con él fue quien lo realizó. -Se volvió otra vez hacia el joyero, con la vista fija en su contenido-. ¿Recuerda la primera noche que pasamos aquí, Fletcher, que vimos una figura en el jardín? ¿Podría haber sido lady Sylvanie?

Fletcher respondió lentamente.

– S-sí, señor Darcy, puede haber sido una mujer.

– Yo creo que tiene usted razón, y también creo que las cosas no pueden seguir así mucho tiempo.