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– ¿Me permite tener el honor de acompañarla? -Darcy hizo una inclinación y fue recompensado con una extraña sonrisa, mientras lady Sylvanie le tendía la mano. La tomó con suavidad y la llevó hacia el centro del salón, donde se reunieron a los demás, que ya se habían colocado en fila y esperaban los primeros acordes de una danza popular. La danza era bastante alegre, lo cual redujo las oportunidades de comunicación con su pareja a las miradas deliberadas y el roce fugaz de los dedos, pero Darcy concluyó que, al final del baile, la dama parecía estar más segura de él de lo que había estado al comienzo. En todo caso, fue suficiente para disponerla a aceptar nuevamente su mano para el siguiente baile, que fue más tranquilo y majestuoso y, por tanto, resultó más apropiado para sus objetivos. Después de acompañarla a sentarse como correspondía, Darcy fue en busca de refrescos para los dos y se encontró con un Sayre radiante de felicidad cerca de la mesa.

– Darcy, mi buen amigo, ¡qué maravillosa pareja hacéis Sylvanie y tú! -Sayre le dio un codazo suave-. Y yo nunca antes la había visto tan bonita, así que debe ser obra tuya. -Darcy susurró alguna cortesía, pero Sayre no estaba dispuesto a aceptarla-. ¡No señor! Vosotros os complementáis perfectamente en todos los aspectos; eso se ve con facilidad.

– Tan suave contigo como la nata -dijo Trenholme que llegó desde atrás y señaló en dirección de lady Sylvanie.

Darcy fingió estar estudiando la selección de bebidas.

– ¿Nata, Trenholme? Ésa no fue precisamente tu descripción de la otra noche.

Trenholme se quedó helado por un momento, pero luego se relajó, esbozando una sonrisa de arrepentimiento.

– ¡Estaba borracho, Darcy! Tú me viste. Estaba como una cuba. No sé lo que digo cuando bebo. Pregúntale a Sayre. -Le lanzó una curiosa mirada a su hermano.

Sayre se rió con incomodidad.

– Tú conoces a Bev, Darcy. ¡No le llaman el Señor Ginebra por nada! -Luego volvió sobre el tema anterior-. Pero Sylvanie es una mujer muy hermosa, ¿verdad? Ingeniosa, inteligente… tiene porte de reina.

– Es hermosa, sí -convino Darcy, consciente de lo que venía a continuación. La sonrisa de Sayre se hizo más amplia.

– También es muy tranquila -siguió diciendo-. No atormenta a los hombres exigiéndoles chucherías o distracciones, te lo prometo. Vive bastante contenta sola, en su casa. Y en su propia casa -sugirió astutamente- seguramente mantendrá todo en orden y a su esposo satisfecho… en todos los sentidos -concluyó con una expresión de lujuria.

Darcy sintió un estremecimiento y le costó trabajo contener el impulso de arrojarle a Sayre el contenido de las copas de cristal tallado que llevaba en la mano. En esencia, la incesante batalla por ganar estatus y relaciones a través de los implacables convencionalismos del matrimonio nunca variaba, lo único que cambiaba era la forma. Después de todo, ¿se podía decir que la madre de Elizabeth, en Hertfordshire, había sido más vulgar y descarada que Sayre? Darcy se obligó a fingir un poco de interés en el juego.

– ¿Y su dote? ¿Qué puede esperar su marido del matrimonio?

– Cinco mil libras netas, después ele la venta de cierta propiedad. -Sayre tuvo la elegancia de tratar de disculparse-. Ahora estoy en un momento un poco delicado, tienes que comprenderlo, y no puedo prometer más hasta que mi barco llegue a puerto. Un apoderado muy incompetente. ¡Lo he despedido! Ya sabes cómo es esto, Darcy.

Darcy asintió. Sí, ¡él sabía exactamente cómo era!

– Interesante. -Darcy dejó que Sayre interpretara su actitud como quisiera-. Pero la dama me espera. -Todos miraron hacia lady Sylvanie, que estaba enfrascada en una conversación con su dama de compañía-. Con tu permiso, Sayre… Trenholme.

– Claro, claro, amigo. -Sayre lo despidió con la mano de manera jovial, como si le estuviese concediendo un extraño privilegio al permitirle atender a su hermana. Los sentimientos de Trenholme sobre aquella conversación eran menos claros.

A media que Darcy se fue aproximando, la dama de compañía de lady Sylvanie se retiró a una esquina oscura del salón. Darcy le hizo una cortés inclinación y recibió una reverencia como respuesta, antes de ofrecerle la copa a su señora.

– Milady -le dijo a lady Sylvanie con voz suave.

Lady Sylvanie sonrió de una manera curiosamente lenta; Darcy habría podido trazar el progreso de su risa desde los labios, a través de las mejillas y hasta los ojos.

– Usted honra a mi dama de compañía, señor -comentó con tono de aprobación, mientras tomaba la copa que Darcy le ofrecía-. Desde que volví a casa, Sayre ha traído a muchos invitados al castillo, pero usted es el único que la ha tratado con respeto y amabilidad.

– ¿Por qué no debería hacerlo? -pregunto Darcy, sentándose junto a ella.

La sonrisa de lady Sylvanie pareció vacilar.

– ¡Cierto! Pero ésa no es la costumbre de Sayre ni de ningún otro con el que yo me haya cruzado. Para ellos, los sirvientes sólo son un conjunto de manos y pies, nada más. -Lo miró de manera deliberaba-. Para usted, según puedo observar, no es así.

– ¿Cómo es eso, milady? -preguntó Darcy, con todos los sentidos en estado de alerta. ¡Claro! ¡Qué estúpido había sido al haber olvidado que ella seguramente había intentado obtener información sobre él, de la misma manera en que él lo había hecho! Unos cuantos cabellos y una toalla manchada de sangre no era lo único que se podía conseguir de una visita secreta a su habitación. ¿Qué había descubierto lady Sylvanie?

– Su ayuda de cámara, señor -contestó ella-. Un hombre muy singular, por decirlo de alguna manera.

– «Singular» es una acertada descripción para Fletcher, se lo puedo asegurar. -Darcy inclinó el rostro hacia ella y rozó los bordes del roquet-. Es una especie de artista en su profesión, pero por desgracia yo soy un lienzo muy poco complaciente. No sé por qué sigue conmigo. -¿Qué quería saber lady Sylvanie de Fletcher? ¿Acaso ella o su dama de compañía habían descubierto las otras habilidades de Fletcher o la manera en que los había interrumpido en la galería sólo había encendido su ira?

– ¿No lo sabe? -Lady Sylvanie volvió a sonreír-. No es ningún misterio. O bien usted le paga un salario muy atractivo, o él sigue con usted porque lo aprecia. Sospecho que si trata a Doyle, que no significa nada para usted, con tanta consideración, debe tratar a sus propios sirvientes incluso con más cortesía. -Le dio un rápido sorbo a su ponche-. Así tiene usted su lealtad y su aprecio. Una cosa muy extraña en este mundo, señor Darcy.

– Supongo que así es -respondió Darcy, incómodo por la perspicacia de las palabras de la dama.

– ¡Usted supone! Ah, su respuesta revela muchas cosas, mi querido señor. -La actitud de lady Sylvanie pareció volverse más enérgica-. Está tan acostumbrado a eso que no le concede ninguna importancia. No se pregunta, por ejemplo, por qué su ayuda de cámara ha decidido instalarse en su vestidor.

– Fletcher tiene sus razones. -Darcy comenzó a buscar una excusa creíble-. Él es muy particular, un artista, como le he dicho, y le parece que la distancia entre su habitación y la mía atenta contra la calidad de sus servicios.