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– Ya veo. -Lady Sylvanie levantó el rostro para mirar a Darcy, mordiéndose ligeramente el labio inferior-. ¿Cree usted que la lealtad y el afecto de su ayuda de cámara podrán extenderse a su esposa, cuando esa feliz dama ocupe su puesto, o siempre será tan cercano a usted?

– Mi esposa, milady, no tendrá razones para quejarse de la forma en que Fletcher cumple con su deber -respondió Darcy rápidamente-, de la misma forma que la esposa de mi ayuda de cámara no tendrá que tolerar ningún descuido a causa de los deberes de Fletcher conmigo.

– Me alegra oír eso por el bien de su futura esposa. Los celos de los criados hacia la nueva esposa del patrón son un obstáculo inmenso para la felicidad de una mujer. Al final, alguno de los dos tiene que perder.

En ese momento, Sayre llamó a todo el mundo para que regresaran a la pista, de modo que Darcy no pudo responder, pero la verdad es que no lo lamentó. Había entendido con claridad las palabras de lady Sylvanie y esperaba haberla convencido de que Fletcher realmente no intervenía en su vida privada.

Darcy se levantó, le ofreció la mano a lady Sylvanie y la acompañó hasta su lugar en el grupo. Aunque ella lo miraba desde su puesto con una actitud y un porte austero, sus dedos, apoyados sobre el brazo de Darcy, le revelaron involuntariamente todas las emociones que escondía la actitud de la dama. Ella parecía extraordinariamente entusiasmada y complacida por el hecho de ser su pareja, como si fuera una debutante y no una experimentada mujer de veinticuatro años, y Darcy se preguntó cómo hacía para contener la energía que sentía palpitando en sus dedos.

Lady Chelmsford ejecutó el primer compás y las parejas se hicieron una reverencia. Luego Darcy extendió la mano para dar el pequeño paseo que seguía en el baile y nuevamente le impresionó sentir la fuerza con que la dama se la agarró y el temblor de la tensión nerviosa que traicionaba su actitud cada vez que se tocaban.

– Me atrevería a decir que a usted le gustan más las danzas populares -dijo Darcy cuando se encontraron y se dieron mutuamente la vuelta por la espalda.

– Es cierto -respondió ella-. La rigidez de los pasos de estos bailes es tan restrictiva. ¿No cree usted?

– ¿Restrictiva? -repitió Darcy mientras se levantaba de hacer una reverencia y tomaba la mano de la dama. Los dos se giraron hacia el frente del salón-. Nunca lo había considerado así. Yo diría más bien que son ordenados y precisos, incluso matemáticos.

La dama sonrió y una encantadora luz envolvió su rostro.

– ¡Un baile matemático! ¡Qué extraño es usted, señor! -Ahora era el turno para que ella diera la vuelta alrededor de él. Darcy pudo sentir como el aire que había entre ellos se agitaba a causa de la gracia que le había causado su comentario, mientras ella hacía el paso correspondiente y quedaba otra vez frente a él-. El baile no es un asunto mental, señor Darcy; es una cosa del cuerpo y la expresión de una emoción. ¿Acaso usted nunca ha querido saltarse los límites, vivir fuera del orden y la precisión? ¿O las matemáticas son suficientes para usted?

– ¿Me está acusando de no tener sentimientos, milady? -replicó Darcy con tono burlón.

– ¡Oh, no, señor! -se apresuró ella a corregirlo-. Estoy convencida de que usted tiene sentimientos… ¡todos los que son ordenados y precisos!

– Un tipo muy aburrido, entonces -concluyo Darcy por ella.

La dama se rió.

– No, ¡yo no he dicho eso! -Ella lo miró con aire inquisitivo y luego, cuando volvieron a quedar frente a frente, murmuró-: Creo que usted disfrutaría mucho de lo que está más allá de las convenciones, señor Darcy. La euforia, el poder que se siente al subirse en la cima de la pasión, ésa es la vida que merece la pena vivir.

La fiereza de las palabras de lady Sylvanie, combinada con las sospechas que tenía sobre ella, hizo que se le erizara el vello de la nuca, mientras la prudencia se apoderaba otra vez de él. Con un poco de esfuerzo, le siguió el juego.

– ¿Poder, milady?

Lady Sylvanie dejó escapar una risita.

– Sí, poder. -De repente su actitud cambió, como si acabara de tomar una decisión. Lo miró abiertamente-. ¿Hay algo que usted desee, señor Darcy, y que todavía no haya podido obtener?

Darcy se sintió cada vez más alarmado.

– Milady, no tengo el placer de entender a qué se refiere.

– Algo que usted desee pero que le esté vetado. Algo que… ¡La espada! -exclamó lady Sylvanie con tono triunfal-. ¡La espada española de la colección de armas de Sayre! -La sonrisa que acarició sus labios tenía algo de poética satisfacción-. Él lo está provocando con ella, ¿no es así? Sí, eso es perfecto. -Los pasos de la danza los separaron por un instante, dando tiempo a Darcy para pensar una respuesta. ¿Debería animarla a seguir o sería mejor tomar medidas para acabar de una vez con aquella travesura? Lo primero no parecía representar mucho peligro. La decisión de la dama de ponerlo a prueba era bastante inofensiva. ¿Cómo podría ella decidir el valor de una carta? La segunda opción era más problemática. ¿Qué podía presentarle a Sayre más que las furiosas afirmaciones que le había oído a lady Sylvanie en la galería y ahora esto?

La danza volvió a reunirlos para un paseo final y, cuando Darcy tomó entre sus manos las de la dama, los finos dedos de lady Sylvanie lo agarraron con fuerza.

– Usted tendrá la espada -declaró con firme determinación-. Eso es lo que deseo.

El caballero le hizo una inclinación en el último paso, pero el modo en que frunció el ceño al incorporarse mostraba claramente su escepticismo ante la declaración de lady Sylvanie.

– Milady, si usted cree que puede convencer a Sayre para que renuncie a la pieza más valiosa de su colección, sólo porque usted lo desea, le ruego que abandone semejante pretensión -dijo, arrastrando las palabras-. Sean cuales sean sus «deseos» a ese respecto, él no lo hará, se lo aseguro.

Lady Sylvanie levantó la barbilla al oír el desafío de Darcy, puso una mano sobre su brazo y lo miró con ojos brillantes.

– No le voy a pedir nada a Sayre -susurró, y su mechón azabache rozó la manga de la chaqueta de Darcy-. Ya lo verá usted; será fácil vencerlo. -Lady Sylvanie se volvió hacia él a medida que se aproximaban a su silla e indicó que no quería descansar. En lugar de eso, puso la mano sobre el brazo de Darcy-. La mala suerte en el juego de esta noche lo obligara a ponerla sobre la mesa. -Lo miró fijamente-. Y cuando sea suya, lo celebraremos en privado y hablaremos, tal vez, de futuras posibilidades.

Darcy enarcó las cejas al oír la sugerencia de la dama, pero se limitó a decir «Como desee», antes de inclinarse y hacer una retirada estratégica. Tras servirse otro vaso de ponche, atravesó lentamente el salón, pasando frente a Sayre, que parecía muy complacido, y al resto del grupo, hasta colocarse en un lugar tranquilo a la sombra de una ventana. Llevándose el vaso a los labios, levantó la vista hacia la oscuridad sin luna y se tomó la mitad de aquella mezcla de licores dulces, mientras la cabeza le daba vueltas.

¡Por Dios, muy probablemente la dama no sólo era culpable de haber elaborado un rebuscado plan para engañar a su familia, sino que realmente creía que tenía el poder de desviar el curso de los acontecimientos de acuerdo con su voluntad! De repente, Darcy recordó el bulto a los pies de la Piedra del Rey y su abominable propósito brilló con claridad. Había sido una invocación, un sacrificio para obtener poder de un príncipe caído en desgracia, y la suplicante estaba actuando segura de su respuesta. Le costaba trabajo creer que semejante cosa pudiera ser posible, pero tampoco podía dejar de considerarla. Porque si Sylvanie creía que tenía tanto poder, la influencia de esa convicción podía causar una terrible devastación. ¿Qué debería hacer ahora? Una sonrisa amarga se escapó de sus labios mientras pensaba en la espiral de intrigas que se había tejido alrededor del simple hecho de estar buscando esposa.