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Dulces son los frutos de la adversidad. Otra vez, según parecía, estaba ante los misteriosos designios de la providencia. Pues bien, mi querida señora Annesley, ¡explíquemelo una vez más, si es tan amable! Darcy casi deseó tener a su lado a la dama de compañía de su hermana para obtener una respuesta, pero al parecer tendría que arreglárselas solo, acompañado únicamente por la razón y la honestidad.

11

La apuesta de un caballero

Darcy acabó el contenido del vaso y se dio la vuelta al mismo tiempo que Poole se le acercaba a pedirle que formara la cuarta pareja con lady Beatrice. Después de colocar el vaso sobre una bandeja, atravesó el salón hasta el lado de las damas y le ofreció su mano a la señora, tratando de hablar lo menos posible. Lady Beatrice recibió los parcos cumplidos de Darcy con simpatía y enseguida tomaron su puesto en el baile. Como el caballero esperaba, los acordes de otra danza popular comenzaron a sonar. Buscó a Sylvanie con la mirada, pero ella no estaba entre los que estaban bailando.

– Ha salido, señor Darcy. -Lady Beatrice se volvió hacia él durante la inclinación inicial, con una sonrisa traviesa-. Lady Sylvanie y su criada se fueron Poco después de terminar su baile, por si le interesa saberlo. -Darcy sintió un rubor que le subía hasta el endemoniado nudo de Fletcher.

– ¿En serio?-contestó con indiferencia, ignorando las sugerentes miradas de la dama. Lady Sylvanie regresó al cabo de un rato, después de haber sido anunciado el último baile de la noche, aunque sin su dama de compañía. Darcy la miró con el rabillo del ojo, mientras hacía girar a la señorita Farnsworth con la mano levantada. Cuando sonó el último compás, le hizo una apresurada inclinación a su pareja, pero lady Sylvanie ya había posado sus ojos en Sayre. Con la barbilla levantada, lo abordó mientras estaba conversando con lord Chelmsford y se lo llevó aparte. Aunque estaba demasiado lejos de ellos para alcanzar a oír lo que decían, Darcy vio claramente el efecto de las palabras de la dama. Sayre adoptó primero una expresión cautelosa y luego de disgusto. Miró alrededor del salón con inquietud, mientras su hermanastra seguía hablando. De repente, algo que ella dijo llamó su atención. Se puso pálido. Le lanzó una rápida mirada a Darcy y volvió a concentrarse en ella, al tiempo que se inclinaba para susurrarle algo. Lady Sylvanie asintió con la cabeza y el color regresó a la cara de Sayre. Él asintió rápidamente como respuesta y cada uno se retiró a un extremo diferente del salón.

Darcy estaba seguro de que la conversación tenía que ver con la espada. La dama le había exigido a su hermano que la pusiera sobre la mesa y la jugara y, según parecía, había ganado el pulso. Pero, para su sorpresa, la preciada arma no tenía nada que ver con el anuncio que Sayre les hizo enseguida a todos los asistentes.

– ¡Caballeros, caballeros! -tronó, haciéndose oír sobre el murmullo de conversaciones-. ¡Y damas! -El salón quedó en silencio-. Se me ha informado de que el baile ha gustado tanto a las damas que están convencidas de que la velada no debe terminarse todavía. Me han propuesto que esta noche, si así lo desean, las damas más intrépidas sean invitadas a observar a los caballeros mientras nos enfrentamos a nuestra batalla nocturna con la suerte.

Al igual que el resto de los caballeros, Darcy, que no salía de su asombro, guardó silencio ante semejante propuesta. ¿Damas presentes durante una noche de juego? Él había oído rumores sobre ese tipo de reuniones entre los amigos cercanos a su alteza real, pero ¿qué era aquello? En contraste con la actitud de los caballeros, las damas más jóvenes parecían muy entusiasmadas con la idea y fue su entusiasmo lo que sacó a los caballeros de su sorpresa, arrancándoles una aprobación primero vacilante y después definitiva.

– ¡Sayre! -gritó Monmouth por encima del murmullo-. Yo propongo que tu metáfora sea llevada a la realidad y que «batallemos» ¡por el honor de la dama de cada caballero! -Miró con una sonrisa maliciosa hacia el grupo tembloroso envuelto en sedas y agregó-: Desde luego, cada dama debe obsequiar a su paladín con algo que pueda llevar al campo, algo íntimo y personal que lo anime, una especie de amuleto que le dé suerte en la mesa. -El clamor que surgió de entre las damas estaba teñido de un delicioso sentimiento de escándalo e inmediatamente todas comenzaron una frenética búsqueda de cintas, encajes o incluso pañuelos que llevaran encima y que pudieran ser adecuados para cumplir el requerimiento de lord Monmouth.

En ese momento, lady Sylvanie se acercó a Darcy, con una sonrisa de desdén que lo invitaba a reírse junto a ella de los aspavientos y poses de las otras. Sin decir ni una palabra, sacó de su corpiño un pedazo de lino blanco enrollado, atado con una tira de cuero y, tomando un alfiler que tenía escondido en el vestido para ese propósito, le puso el rollito de tela en la solapa, directamente encima del corazón.

– ¿Qué es esto, señora? -preguntó Darcy en voz baja, mientras recordaba haberla visto cuando se lo metía entre el corpiño.

– Mi amuleto, mi caballero. ¿Acaso no estaba usted prestando atención? -dijo ella con tono burlón. Darcy sintió un estremecimiento involuntario. A pesar de todas las sospechas que tenía sobre ella, el hecho de tenerla tan cerca y ese íntimo contacto todavía eran difíciles de resistir.

– Pero usted no podía saber que Monmouth iba a hacer esa sugerencia y este «amuleto» no es algo que acabe de hacer ahora.

– No, no lo «acabo» de hacer, tiene usted razón. -Lady Sylvanie sonrió, mientras se aseguraba de que el amuleto estuviese firmemente sujeto al pecho de Darcy-. Pero es mucho más valioso que las fruslerías que todos están intercambiando en este momento. Fíjese, todo el mundo cree en la suerte. Sólo es cuestión de grado… o de capacidad de arriesgarse.

– ¿Puedo arriesgarme a preguntar qué contiene? -replicó Darcy, ocultando su incomodidad tras una demostración de ingenio. Teniendo en cuenta lo que sospechaba de ella, las posibilidades eran repugnantes.

– Un poco de esto y de aquello -respondió de manera despreocupada. Luego clavó en él sus profundos ojos grises y añadió-: No nos fallará. Más tarde, cuando todo haya acabado y estemos en privado, se lo mostraré.

Sayre los llamó a todos al orden y pidió a los caballeros que llevaran a sus damas hasta la biblioteca. Las entusiasmadas parejas tomaron sus puestos y pronto se vio qué damas se habían arriesgado a aceptar la invitación. Darcy no se sorprendió lo más mínimo al ver a lady Felicia del brazo de Manning, y tampoco al enterarse de que la señorita Avery iba a retirarse por orden de su hermano. Lady Chelmsford también declinó aquella invitación a introducirse en los misterios de la mesa de juego, pues dijo que estaba demasiado fatigada para comenzar un nuevo entretenimiento. La señorita Farnsworth había concedido su favor a Poole, la mano de lady Beatrice descansaba en el brazo de Monmouth y lady Sayre estaba al lado de su esposo. En opinión de Darcy, ella parecía un poco inquieta y se imaginó que la intervención de Sylvanie en la planificación de las actividades de la velada no había sido muy bien recibida.

Sayre y su esposa se pusieron a la cabeza de la fila y todo el grupo se dirigió hasta la biblioteca detrás de ellos. Darcy levantó la cabeza a modo de silenciosa invitación hacia lady Sylvanie y le ofreció el brazo. La dama lo aceptó con la misma cortesía y los dos ocuparon su lugar. La magnífica procesión comenzó a avanzar con la ayuda de una sola lámpara que llevaba en alto un criado para iluminar el camino a través de los oscuros corredores. Aparte de los dos sirvientes que abrieron las puertas de la biblioteca, Darcy no vio a nadie más.

La biblioteca también se había transformado. Las estanterías vacías servían ahora de sostén a numerosas velas, el fuego chisporroteaba en la chimenea y alrededor del salón habían dispuesto mesas y sillas para las damas. La mesa que había a un lado, que normalmente sólo contenía bebidas fuertes, ostentaba ahora licores más suaves, de los que les gustaban a las damas, así como los más fuertes que necesitaban los hombres. También se habían añadido varias bandejas con pan y carnes frías, además de ensalada de pollo y frutas, que competían con las botellas amarillas y verdes para atraer la atención de los asistentes. Pero lo más llamativo era la forma en que habían dispuesto la mesa de juego. Ocupaba el centro del salón, y todo lo demás estaba organizado alrededor en círculos concéntricos. Los asientos de los caballeros ya estaban preparados y en cada sitio había una tarjeta. Un rápido examen confirmó las sospechas de Darcy. La tarjeta con su nombre estaba en un lugar que miraba hacia la ventana más cercana. Se giró hacia la mujer que llevaba del brazo, que le devolvió una sonrisa. Pero mientras Darcy asentía para mostrar que había entendido, de repente, la sonrisa desapareció del rostro de lady Sylvanie y la mano que reposaba sobre el brazo del caballero sufrió un estremecimiento. La dama miraba fijamente algo que estaba detrás del caballero.