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– Señor, creo que una especie de delegación viene hacia el castillo. Se han visto varias antorchas a lo lejos, que parecen venir de la aldea.

– ¡Una delegación! ¿A qué vienen? ¿Qué piensa la servidumbre de Sayre?

Fletcher apretó los labios con preocupación.

– Los criados que trajeron el rumor sobre del niño no sólo dejaron su dinero en las tabernas de la aldea, sino también sus temores. Sea cierto o no, culpan de la desaparición del niño a la dama de compañía de lady Sylvanie.

– Entonces es más bien una turba… desorganizada, peligrosa e impredecible -respondió Darcy-, o hace horas habríamos recibido un aviso del magistrado del pueblo. ¿Ha visto usted mismo las antorchas? -Fletcher asintió. Darcy pensó unos instantes. Si aquella turba estaba convencida de que alguien en el castillo de Norwycke había raptado al niño, no se detendría fácilmente-. ¿Algún rastro de la criada de lady Sylvanie?

– Nada, señor -contestó Fletcher con consternación. Si la vieja se había escondido con el niño, la única persona que podría conocer su paradero en aquel edificio lleno de grietas era lady Sylvanie. Si no era demasiado tarde ya para encontrar al bebé, pensó Darcy, sintiendo un escalofrío ante aquella idea. ¿Acaso el precio de la espada había sido la vida de un niño? Darcy rogó que no fuera así.

– Quédese conmigo. Voy a informar a Sayre -ordenó Darcy-. Si él organiza a sus criados para que vayan al encuentro de esa «delegación», usted debe acompañarlos para averiguar qué es lo que desean. Si Sayre desea ignorar el asunto, manténgame informado del avance de la turba hacia el castillo. Yo trataré de evitar que lady Sylvanie abandone el salón, pero si lo hace, usted deberá seguirla. Ella es nuestra única esperanza de encontrarlos a los dos.

– Muy bien, señor. -Fletcher se inclinó en señal de obediencia, pero en su rostro se podía ver la preocupación que lo embargaba.

Darcy llamó discretamente la atención de su anfitrión, mientras se sentaba junto a él.

– Sayre, según una fuente muy fidedigna, estás a punto de recibir visitas.

– ¡Visitas! -respondió Sayre en voz alta. Trenholme levantó la cabeza al oír a su hermano-. ¿A esta hora de la noche?

En ese momento, la puerta de la biblioteca volvió a abrirse y esta vez entró el viejo mayordomo del castillo, que avanzó tan rápidamente como se lo permitía su edad. Hizo una inclinación y comenzó a hablar antes de que Sayre pudiese protestar por la interrupción.

– Milord, hemos visto una gran cantidad de antorchas que parecen avanzar por el camino que viene de la aldea. ¿Desea usted enviar a un hombre para que averigüe cuál es la razón?

En medio de la rabia que le produjo la interrupción del mayordomo, Sayre palideció. Durante unos minutos de confusión, se quedó mudo, con los ojos abiertos como platos. Luego reaccionó y se golpeó la palma de la mano con el puño.

– ¡La razón! ¡La razón no es ningún misterio! ¡Malditos ludistas! También han llegado hasta aquí -exclamó furioso. Alertados por el tono de lord Sayre, varios de los invitados interrumpieron sus conversaciones para prestar atención, pero el anfitrión hizo un gesto con la mano para que no se preocuparan. Darcy se quedó mirándolo con el ceño fruncido. ¿Ludistas? Nadie había oído que ninguno de esos pobres revolucionarios hubiese llegado tan al sur, y aunque no podía estar totalmente seguro, Darcy no podía recordar que Sayre tuviera entre sus propiedades nada que tuviera que ver con el tipo de industria que atacaban los seguidores de Ned Ludd-. Reúna a algunos de los criados y suban el puente levadizo -ordenó lord Sayre.

– Pero, milord -replicó el viejo-, el puente no se ha subido desde la época de mi padre ¡cuando yo era un niño! Dudo mucho que funcione, milord.

– ¡Inténtelo! -gritó Sayre-. Y si no sube, entonces bloqueen la entrada. ¡Y envíe a alguien a buscar al magistrado! ¡Que él maneje el asunto! ¡Estoy ocupado en un asunto importante y no quiero que me vuelvan a molestar!

El viejo sirviente hizo una reverencia y se retiró hacia la puerta. En ese instante, un joven con un gran parecido al mayordomo entró con la valiosa espada envuelta en seda. Los dos hombres intercambiaron miradas y, en opinión de Darcy, pareció que el viejo le había hecho una seña de asentimiento al más joven. Al parecer, había un acuerdo previo y las cosas no parecían presentarse muy bien ni para Sayre ni para ningún otro ocupante del castillo.

12

Este asunto de las tinieblas

Alarmados por las iracundas palabras de Sayre, los otros caballeros, que se habían reunido a su alrededor, exigieron saber qué ocurría.

– ¡Bloquear la entrada! -Lord Chelmsford agarró bruscamente del brazo a su sobrino más joven-. ¿Qué es esto, Sayre? -Manning se unió a él rápidamente y, vociferando, también exigió ser informado.

– ¡No es nada! -Sayre les clavó la mirada y luego siseó-: ¡Las damas, caballeros! ¡Están asustando a las damas! -Eso, al menos, era cierto, observó Darcy. Las palabras puente levadizo, bloqueen la entrada y magistrado habían resonado con claridad en el salón, haciendo que las damas se reunieran en un corrillo alrededor de Monmouth y Poole, con los ojos abiertos de miedo y una extraordinaria palidez en sus rostros a pesar del maquillaje.

– ¿Qué pasa, Sayre? -preguntó lady Sayre con una voz casi inaudible, mientras avanzaba con paso inseguro hacia su esposo.

– ¡No es nada! -repitió Sayre, mientras se zafaba de Chelmsford y Manning para tomar las manos de su esposa-. Unos rufianes -admitió, cuando tuvo que enfrentarse a la mirada escrutadora de lady Sayre-, pero los criados ya se encargarán de ellos y he enviado a buscar al magistrado. No hay nada que temer.

Lady Sayre miró con angustia primero a su esposo y luego a Lady Sylvanie.

– ¿Por qué? -preguntó con voz quejumbrosa, dejando escapar un sollozo-. ¿Por qué esta noche? Usted prometió que sería esta noche.

– Shhh, Letty. -Sayre comenzó a llevarla hacia la puerta-. Todo va a estar bien. Debes retirarte… Le daré instrucciones a tu doncella para que te lleve una bebida calmante, pero creo que debes retirarte. -Ya estaban casi en la puerta, cuando lady Sayre lo agarró del brazo.

– ¿Me acompañarás esta noche, Sayre? Más tarde… Aunque me quede dormida. ¡Tienes que venir! ¡Prométemelo! -La respuesta de Sayre fue acallada por el sonido de una puerta que se abría. El rumor de unas instrucciones impartidas a un lacayo fue todo lo que Darcy alcanzó a oír, pero no hizo mucho caso, porque su atención estaba puesta en otra cosa. Después del estallido de lady Sayre, todos los presentes miraron momentáneamente a lady Sylvanie, pero el interés del drama que estaban protagonizando los Sayre volvió a atraerlos. Aprovechando que la atención de todo el mundo estaba sobre la pareja, lady Sylvanie se retiró a la zona de la biblioteca que estaba en penumbra, mientras avanzaba con sigilo hacia la puerta.

¡Va a huir! Darcy estaba seguro y, en consecuencia, decidió actuar, cruzando rápidamente la biblioteca.

– Milady -le dijo con fingida solicitud-, no estará usted tan preocupada por los «rufianes» de Sayre que nos va a dejar, ¿o sí?

– N-no, claro que no -contestó, claramente molesta por la manera en que él había interrumpido sus planes-. Lady Sayre querrá que la acompañe mientras se prepara para descansar. Debo ir con ella.

– No me pareció que su presencia fuese la que ella deseaba tener esta noche. -Darcy enarcó una ceja.

– ¡Le aseguro que sí, señor! -La ira de la dama aumentó-. Yo… yo se lo prometí.

– Ah, sí. Ella mencionó una promesa; una promesa que usted le había hecho. -Los labios de Sylvanie esbozaron una sonrisa de triunfo-. Pero milady, usted también me hizo una promesa a , prometió que sería «mi dama» esta noche. Ya tengo el objetivo en el punto de mira, por lo tanto, no puedo permitir que se marche.