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Un ruido en la puerta acalló el anuncio de Monmouth y al ver que el viejo mayordomo de Norwycke entraba, Sayre se puso de pie.

– ¿Y ahora qué sucede? -rugió, antes de ver con claridad al hombre. Luego exclamó-: ¡Santo Dios! ¿Qué demonios ha sucedido?

Al oír la protesta de Sayre, Darcy se levantó y se puso detrás de la silla, atento a cualquier eventualidad. Buscó a Fletcher y ambos intercambiaron una mirada de alarma, mientras el viejo mayordomo avanzaba hacia el centro del salón. El hombre iba hecho un desastre. La corbata le colgaba deshecha sobre el pecho y tenía torcida la peluca empolvada. Los ojos enrojecidos brillaban atemorizados y, curiosamente, también con tristeza, pensó Darcy.

– Milord… milord -dijo el hombre jadeando.

– ¡Sí! ¡Hable! -tronó Sayre.

– ¡Yo no puedo, milord! Le he servido a usted, a su padre, a su abuelo… toda mi vida. No puedo traicionar…

– ¡Traicionar! ¿Quién me ha traicionado? -estalló Sayre. Su voz se estrelló contra las paredes de la biblioteca, oscilando entre la rabia y el temor. Las damas preguntaron enseguida qué sucedía.

El anciano se tambaleó al ver la rabia de su patrón.

– Los criados, milord. No quieren encargarse de la defensa del castillo. Algunos -dijo y tomó aire-, algunos han dicho que no van a defender la maldad que reina aquí dentro de la justa indignación de los de fuera. ¡Entregue al niño, milord, se lo suplico!

– ¡Oh, santo Dios! -gritó Trenholme.

– ¿Niño? ¿Qué niño? -rugió Sayre. La pregunta alarmó al resto de los asistentes del salón, que enseguida corrieron hacia el anfitrión, pero Darcy dio media vuelta, pendiente de algo muy distinto.

– ¡Fletcher! ¿Dónde está lady Sylvanie?

Mientras todos rodeaban a Sayre con gran alboroto, Darcy y Fletcher examinaron los rincones oscuros en busca de la dama. El caballero notó que, al parecer, algunas de las velas habían sido apagadas, lo que hacía que algunas partes del antiguo e inmenso salón quedaran en la penumbra.

– ¡Allí, señor, en la puerta! -La voz de Fletcher fue la señal para salir y, de inmediato, los dos hombres rodearon el grupo de asustados invitados, en dirección hacia la puerta. Tras alcanzarla, salieron a un corredor vacío, iluminado sólo en una dirección por unas cuantas velas de temblorosa y débil luz. ¿Qué camino habría tomado lady Sylvanie?- Señor Darcy, me temo que… -comenzó a decir el ayuda de cámara.

– Sí, se ha ido amparada por las sombras. ¡Vamos! -Darcy se lanzó hacia delante, con Fletcher a su lado, corriendo en medio de una oscuridad cada vez más profunda. Rápidamente llegaron al cruce con otro pasillo, que estaba casi totalmente sumido en tinieblas. ¡Otra decisión!-. ¡Escuche! -ordenó Darcy, tratando de acallar su respiración y el latido de la sangre en sus venas. A lo lejos, el ruido de los zapatos de una dama parecía perturbar la aterradora somnolencia que reinaba en el aire-. ¡Allí!

– Se dirige a la parte antigua del castillo. -El susurro de Fletcher resonó de manera espeluznante, mientras los dos hombres doblaban para seguir aquel sonido amortiguado-. Será totalmente imposible encontrarla si…

– Entonces tendremos que pedir ayuda a la providencia -dijo Darcy por encima del hombro, empezando a caminar a toda prisa por el pasillo, aguzando el oído para seguir los pasos de su presa.

– Ya lo he hecho, señor, y varias veces desde que llegamos a este… lugar.

Como la mayoría de los hombres nacidos en una posición privilegiada, Darcy se había acostumbrado desde muy niño a la presencia de los criados incluso en los lugares más íntimos; como consecuencia, la total ausencia de cualquier miembro de la servidumbre en todo el recorrido a través del castillo le pareció particularmente significativa. El viejo mayordomo había dicho la verdad. De los empleados de Sayre no se podía esperar mucha ayuda, si es que se podía esperar alguna, a la hora de defender Norwycke, y una vez alentados por los del exterior, era muy probable que se unieran a la caza de lady Sylvanie y su dama de compañía. Fletcher y él debían encontrarlas primero, para evitar cualquier tragedia que pudiera recaer para siempre tanto sobre los muros de Norwycke como sobre la conciencia de sus propietarios e invitados.

Al llegar a otra esquina, oyó una puerta que se cerraba con suavidad. Darcy dobló primero, pero fue recibido por una oscuridad infernal que no pudo penetrar. Era evidente que ahora estaban en un sótano.

– ¡Una vela! ¿Fletcher, ve usted alguna vela?

– ¡Un momento, señor! -Darcy oyó que su ayuda de cámara buscaba algo entre su ropa y pocos instantes después notó que le ponía una vela en la mano-. Sosténgala delante de usted, señor. -Darcy estiró el brazo. Nunca en la vida le había gustado tanto oír el chasquido del pedernal para encender la vela.

– ¿Ha traído usted una vela? -Miró a Fletcher con asombro. La vela creó un vacilante rayo de luz a su alrededor. El ayuda de cámara se limitó a responderle con una sonrisa, antes de que los dos se volvieran para inspeccionar el pasadizo. Al parecer se encontraban en una sección abandonada de los almacenes del castillo, porque hasta donde alcanzaba a iluminar la vela se veía una serie de puertas alineadas en las paredes de piedra. Con la luz en alto, Darcy dio unos cuantos pasos vacilantes, aguzando el oído para percibir cualquier sonido, pero todo estaba en silencio.

– Señor Darcy -dijo Fletcher en voz baja-. ¡Deme la vela! ¡Por favor, señor! -Darcy se volvió enseguida y se la entregó.

– ¿Ha descubierto algo?

– Cuando usted avanzó delante de mí, señor, noté… ¡Ahí! ¿Lo ve, señor? -Darcy dirigió la mirada en la dirección que señalaba Fletcher. ¡Huellas! Débilmente marcadas en el polvo que cubría el pasadizo abandonado se veían sus propias huellas, cuando se había adelantado a Fletcher. Y si se podían ver las huellas de él, ¿no se podrían ver también las de lady Sylvanie? Darcy tomó la vela y la acercó al suelo, en busca de cualquier indicio sobre el polvo que no hubiese sido hecho por él mismo. Mientras revisaba el corredor en ambos sentidos transcurrieron algunos minutos preciosos, pero su cuidadosa búsqueda pronto obtuvo recompensa.

– ¡Aquí! ¡Fletcher! -gritó con tono triunfal. Luego empujó la manija, con la esperanza de que la puerta no estuviese cerrada por dentro. La maciza puerta giró de manera obediente sobre los silenciosos goznes, abriéndose hacia una estancia que parecía extrañamente brillante en medio de tanta oscuridad. Tanto Darcy como Fletcher parpadearon y entrecerraron los ojos al entrar, y la llama de su pequeña vela pareció desvanecerse entre la luz que ahora los rodeaba.

– ¡Darcy! -Lady Sylvanie salió de repente de la penumbra, destacada por la luz de las múltiples velas. Avanzó hacia él con una mirada autoritaria-. ¡No ha debido seguirme!

Molesto por la continua arrogancia de la dama, a pesar de encontrarse en una situación difícil, el caballero se enderezó y le respondió con la misma actitud.

– Milady, si he debido hacerlo o no ya no tiene importancia -replicó con tono cortante-. Estoy aquí y he venido a advertirle que usted no puede seguir adelante. Sus detestables planes están poniendo en peligro la vida de su hermano, el bienestar de sus invitados y el futuro de los criados de esta casa. ¡Ríndase! Hay una chusma a las mismísimas puertas del castillo. Entrégueme el niño y me encargaré de que usted y su dama de compañía puedan salir de Norwycke sin sufrir daño alguno, y marcharse a donde quieran.

– Usted se encargará… -espetó ella.

– Tiene mi palabra, pero tiene que estar de acuerdo. -Darcy se inclinó hacia ella y la miró con gesto autoritario-. No pienso negociar. ¡Usted ya ha jugado sus cartas y ha perdido!