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– Se equivoca usted, si piensa que puede asustarme o despertar en mí algo de compasión por mi «hermano», señor. -Lady Sylvanie hizo un gesto de desprecio-. ¿Qué compasión tuvo él por mí cuando nos envió a mí y a mi madre a pudrirnos entre un montón de mohosas piedras a Irlanda? ¿Acaso le importó que casi nos muriéramos de hambre? -Levantó la voz-. ¿Acaso mi hermano tiembla ante su Dios, cuando piensa en lo que le hizo a la esposa de su padre y a su propia hermana, sangre de su sangre?

– En efecto, Sayre tiene muchas cosas por las cuales responder…

– ¡Y responderá! Esta noche iba a tener que rendir cuentas, si usted…

– ¿Si yo lo hubiese llevado a la ruina, como usted esperaba? -Darcy se indignó-. ¿Y qué más? ¿Se supone que debía proponerle matrimonio a usted después de haber vencido a Sayre?

– Si era mi deseo -contestó ella. Los ojos de lady Sylvanie brillaron con insolencia y luego se clavaron en Darcy-. Y todavía puedo desearlo. -Dio media vuelta con los brazos cruzados sobre su pecho, alejándose-. ¡Tendré mi venganza, Darcy! ¡Veré a Sayre arruinado! -Se giró otra vez hacia él y esa fiereza de hada que Darcy había admirado en ella el día que la conoció, brillaba ahora con un fervor sobrenatural-. ¡Es una promesa y nadie va a negármela ahora!

El caballero la miró con asombro. El resentimiento de la dama hacia su pasado y su familia era tan profundo, tan imperdonable, que había preferido enfrentarse a todo el mundo. Si lady Sylvanie había sido alguna vez una mujer sensata, su apariencia y sus palabras de ahora demostraron a Darcy que había perdido la razón. Se había convertido en una criatura enferma, que había sufrido tanto que estaba más allá de la reconciliación.

– ¿Entonces usted quiere destruir a Sayre y todo lo que lo rodea? ¿Destruir no sólo a los culpables del maltrato que usted recibió sino también a los inocentes?

– ¿Acaso usted nunca ha deseado vengarse, Darcy? -Lady Sylvanie bajó la voz hasta hablar casi en un susurro. En contra de su voluntad, él se acercó para poder oír sus palabras-. ¿Acaso nadie lo ha herido nunca, hasta llegar casi a destruirlo? -Darcy se quedó paralizado, sintiendo un escalofrío que recorría su espalda-. ¿Nadie ha tomado lo que para usted era más valioso… -Un nombre brilló en la mente de Darcy, excluyendo cualquier otro pensamiento-… para ensuciarlo y rebajarlo más allá de todo reconocimiento o redención?

El caballero sintió brotar súbitamente de su corazón una rabia amarga que casi lo ahoga.

– Sí -continuó ella suavemente, arrastrando las palabras-, usted ha experimentado esa sensación. Y todavía desea vengarse. ¿Cuál es su nombre? -La cara burlona de Wickham, esa sonrisa triunfal, esa mirada sarcástica, se alzaron ante él tal como lo había visto cuando lo descubrió en Ramsgate y luego, otra vez, en Hertfordshire-. ¡Recuérdelo, Darcy! Piense en lo que le hicieron, en lo que le hicieron a sus seres queridos. La traición, el dolor. -¡Georgiana! Darcy volvió a ver la sombra apesadumbrada en que se había convertido su dulce e inocente hermana… Wickham. Ese hombre había estado tan cerca, tan increíblemente cerca de destruirlos a todos.

«Él ha tenido la desgracia de perder su amistad». Darcy recordó la acusación que le había lanzado Elizabeth Bennet y la forma en que lo había mirado volvió a golpearlo como un látigo. Se vio a sí mismo esa noche, mudo ante la acusación de ella, perdiendo la última oportunidad de recuperar la buena opinión de la muchacha. ¡Wickham! Darcy sintió que un profundo rugido comenzaba a formarse en su pecho.

– ¡Usted ya ha sufrido esa amargura durante mucho tiempo, ha soportado el dolor que le produjo más allá de todo límite! -Las palabras de lady Sylvanie lo hicieron acercarse más-. La razón no le produce ningún alivio, la lógica tampoco; ellas no tienen poder. Abrace la pasión, Darcy. Abrace «la voluntad inflexible, la sed insaciable de venganza». Y yo podré guiarlo en el camino, ayudarlo, consolarlo.

¡Venganza! La tentación que lady Sylvanie le ofrecía fue creciendo en la mente del caballero y, durante un breve instante, se permitió examinar ese deseo que había nacido en lo más profundo de su corazón desde la primera vez que Wickham lo había avergonzado falsamente ante su padre hasta los meses de sufrimiento de Georgiana.

– Pero el niño, milady. -La débil súplica de Fletcher penetró en los exaltados sentidos de Darcy y detuvo el torrente de palabras de lady Sylvanie-. ¡Tenga piedad, querida señora!

Lady Sylvanie vaciló y luego se volvió a mirar al ayuda de cámara.

– El niño no sufrirá ningún daño serio, excepto unos cuantos cabellos arrancados y el hecho de pasar varias noches lejos de su madre. Dentro de poco ya no lo necesitaremos. Antes de que finalice esta semana, Lady Sayre estará convencida de que ha concebido y el niño será devuelto. -Soltó una carcajada-. ¿Se imagina? ¡Esa tonta! Se creyó mi cuento de que si le daba de mamar al hijo de un campesino y se tomaba unas cuantas hierbas, podría curar la esterilidad de su vientre. ¡Como si yo la fuera a ayudar en contra de mis propios intereses!

– Señora, usted ya no tiene tiempo. -Darcy se recuperó por fin del hechizo producido por las palabras de lady Sylvanie-. Sólo le quedan unos cuantos minutos antes de que la chusma a la que su hermano se está enfrentando en este preciso momento descienda hasta este pasadizo en busca de ese niño. -Avanzó hacia ella, decidido a obligarla a entregarlo-. Le repito, señora, ríndase. Todo ha acabado. Entréguemelo ahora o correrá usted mucho peligro.

– ¿Rendirnos? ¿Cuando estamos a punto de lograr nuestro objetivo? -La voz resonó con fuerza y se estrelló contra las paredes de piedra de la estancia. De repente, se abrió una puerta que estaba en la pared inferior, unos cuantos escalones detrás de lady Sylvanie, y la figura jorobada de su dama de compañía subió las escaleras, con un niño exánime entre los brazos-. ¡La hora ha llegado y no necesitamos su débil ayuda! ¡Doyle! -Lady Sylvanie contuvo el aliento, mientras la anciana la apartaba a un lado y se enfrentaba a Darcy.

– El señor Darcy ya lo ha descubierto todo, ¿no es verdad, señor Darcy? ¿O fue su criado quien lo hizo? Un hombre inteligente -dijo, soltando una risita-, pero no lo suficiente. Los hombres nunca son inteligentes. -El asombro del caballero ante la audacia de la mujer no fue nada comparado con la perplejidad que sintió cuando la criada deforme pareció crecer ante sus ojos. La forma sobrenatural en que aumentó de tamaño coincidió con un rejuvenecimiento cuando, con una sonrisa de burla que se extendió a toda su cara, la mujer se desató la cofia de viuda y la lanzó lejos. Una melena de pelo negro como la noche, salpicado de mechones grises, se deslizó entonces por sus hombros.

– ¡Lady Sayre! -exclamó Fletcher, aterrado al ver la figura alta que se erguía ahora en actitud desafiante frente a ellos.

– Sí, lady Sayre -respondió ella, pero sin quitar los ojos de encima de Darcy-. No esa marioneta a la que mi hijastro le ha dado el título. Han pasado doce largos años y todo se habría solucionado por fin esta noche, si usted hubiera hecho lo que se le dijo, señor Darcy. -Desvió los ojos para mirar a su hija-. Él tiene razón en una cosa, Sylvanie. Debemos marcharnos ahora, pero no nos vamos a ir con las manos vacías, derrotadas. Tendremos nuestra compensación…

Mientras la mujer estaba concentrada en otra cosa, el caballero se movió para tratar de agarrar al niño; pero cuando lo hizo, lady Sayre sacó una pequeña daga de plata repujada y la puso contra la garganta del niño.

– ¡Mamá! -gritó lady Sylvanie. Darcy se quedó inmóvil, mirándola a los ojos, alarmado-. ¿Qué estás haciendo?

– «Une femme a toujours une vengeance prête, ma petite» -contestó lady Sayre con una carcajada-. ¡Aléjense de la puerta, señores!

Con el rabillo del ojo, Darcy pudo ver que Fletcher estaba caminando alrededor de ellos lentamente.