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– ¿Qué hará con el niño cuando esté lejos de Norwycke, señora? -preguntó Darcy, tratando de concentrar la atención de la dama sobre él.

– Creo que ya lo sabe, señor Darcy.

– ¿Otra visita a la Piedra del Rey? Fue usted, ¿no es cierto? Conejos, gatos, cerdos… -Lady Sayre esbozó una sonrisa malévola a medida que el caballero enumeraba sus actividades-. Usted fue la persona que yo vi la primera noche, cuando regresaba de la piedra después de hacer su última… -El rostro de Darcy se ensombreció con repugnancia-. De hecho, todo ha sido un engaño desde el comienzo. Dígame, ¿el agente que envió Sayre todavía está vivo o está enterrado en algún lugar olvidado en Irlanda?

– Dile que no es así, mamá. -Lady Sylvanie miró desesperadamente a su madre, pero la mujer no contestó-. El niño no corre ningún peligro -dijo otra vez con convicción, mientras se volvía a mirar a Darcy- y el hombre recibió un soborno. ¡Yo vi el dinero! ¡Está en algún lugar de América!

– ¿De verdad, milady? -le preguntó Darcy a lady Sayre con un tono sarcástico-. ¿El enviado de Sayre está feliz viviendo en América y el niño estará a salvo?

– ¡Díselo, mamá! -Los ojos de Sylvanie brillaron con rabia. En ese momento, se oyó el eco de un grito, que resonó en algún lugar encima de ellos.

– La chusma de la aldea ha conseguido entrar en el castillo -observó Darcy con calma-. Lo más probable es que estén recorriendo todos los rincones mientras hablamos. Señora, creo que el tiempo se ha agotado.

– ¡Sylvanie, déjanos! -ordenó lady Sayre con los ojos resplandecientes.

– Mamá, no te puedo dejar…

– ¡Vete, ahora! ¡Ya sabes adónde! -gritó lady Sayre. Sylvanie dejó escapar un gemido y negó con la cabeza, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas-. ¡Sylvanie, obedece!

– Mamá -dijo la joven sollozando y, dando media vuelta, salió al corredor oscuro dando tumbos. Ellos oyeron sus pasos hasta que se perdieron en medio de la oscuridad.

– Usted la ha destruido y lo sabe -susurró Darcy.

– Usted no sabe nada -espetó lady Sayre, cambiando al niño de brazo. A lo largo de la conversación, el bebé no se había movido. Darcy pensó que seguramente había sido drogado y que eso era una ventaja. Si el niño hubiese pataleado, ahora probablemente estaría muerto-. Usted no sabe lo que es amar a alguien obsesivamente, haberle dado un hijo -continuó-. Haber criado a sus ingratos hijos, soportando con dignidad las afrentas de sus parientes y amigos, sólo para perderlo en un estúpido accidente y por culpa de un médico incompetente. -En ese momento Fletcher ya había llegado hasta una mesa llena de velas e hizo ademán de darle la vuelta. Darcy hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

– Y luego Sayre las envió a usted y a su hija a Irlanda, donde durante doce años, usted planeó esta venganza.

– Sí, tal como pensé: un hombre inteligente. A punto estuvo de convertirse en mi yerno. ¡Imagínese! Pero no puedo permanecer más tiempo en su encantadora compañía, señor. -La mujer se movió hacia la puerta.

– ¡Ahora! -gritó Darcy. Fletcher le dio la vuelta a la mesa con gran estruendo, mientras Darcy acortaba de un salto la distancia que lo separaba de lady Sayre y le sujetaba la mano con la que sostenía la daga. Fletcher corrió enseguida junto a ellos y, después de varios intentos, logró arrebatarle el niño a la mujer. La dama lanzó un grito de furia y, por un fugaz instante, Darcy se sintió incapaz de ejercer más fuerza sobre ella, por temor a hacerle daño. Pero finalmente presionó un poco más su brazo, hasta que ella dejó caer la daga al suelo, con un grito de dolor.

– Perdóneme, milady. -Darcy disminuyó la presión, pero no la soltó. Al oír más gritos y el sonido de pasos en el exterior de la estancia, los tres se giraron a mirar hacia la puerta. El primero en aparecer fue Trenholme, seguido de Sayre y Poole.

– ¡Oh, santo Dios! -Trenholme casi se cae al tratar de entrar a la habitación-. ¡Lady Sayre!

– ¿Qué sucede? -preguntó Sayre, apartando hacia un lado a su hermano-. ¡Darcy! ¿Qué estás…? ¡Oh! -A Sayre casi se le salen los ojos de las órbitas al ver el rostro de su madrastra-. ¡Pero si usted está muerta! La carta… ¡decía que usted estaba muerta! -graznó.

– Y lo estoy, Sayre. Estoy muerta y he vuelto para atormentarte. -Lady Sayre se rió con crueldad y luego comenzó a recitar una retahíla de maldiciones que hicieron que Sayre y su hermano palidecieran de terror. Se oyeron más pasos y Monmouth asomó la cabeza.

– ¿Lady Sylvanie? -preguntó, mirando a lady Sayre totalmente confundido.

– Su madre -explicó Poole.

– ¿Madre? Eso no puede ser posible, Poole. ¡La madre está muerta! Aunque se parece muchísimo. Una prima, tal vez.

– Tris -dijo Darcy, interrumpiendo las especulaciones de Monmouth-. Lady Sylvanie se fue por el corredor. ¿Podrías encontrarla y traerla de vuelta? -Monmouth se rió y le hizo una inclinación, antes de emprender la nueva búsqueda. Darcy miró por encima del hombro de lady Sayre a su hijastro mayor-. Los campesinos, ¿qué ha sucedido?

Sayre miró a Darcy con desconcierto, como si estuviera soñando, pero Poole se adelantó.

– Los detuvimos en el puente levadizo. Les mostramos nuestras pistolas y algunos de los mosquetes de Sayre. Eso los detendrá hasta que llegue el magistrado con sus guardias. -Hizo una seña hacia Fletcher, que todavía tenía en sus brazos al niño inconsciente-. ¿Ése es el chico que buscan?

– Ése es el niño, sí. Fletcher, será mejor que se ocupe de devolverles el niño a sus padres -ordenó Darcy con tono autoritario-. Pero tenga cuidado. Tal vez sería mejor escribirle primero una nota al magistrado.

– Sí, señor Darcy. -Fletcher inclinó la cabeza y, con un suspiro de cansancio, se abrió camino a través de las personas que llenaban la habitación.

– ¡Sayre! -Darcy se dirigió a su anfitrión con voz enérgica-. ¿Qué quieres hacer con lady Sayre? ¡Sayre! ¿Me oyes?

– ¿Hacer? -Sayre siguió encogiéndose ante la figura de su madrastra, que no cesaba de balbucear mientras lo miraba fijamente con odio-. ¿Hacer? -repitió con voz débil.

– ¿Y entonces qué dijo ese pomposo idiota? Siempre dije que era mucho ruido y pocas nueces. -El coronel Fitzwilliam se tomó el último sorbo de brandy y colocó el vaso sobre la chimenea del estudio de su primo. Darcy había regresado de Oxfordshire hacía una semana, pero algunas obligaciones militares habían impedido que su primo acudiera a visitarlo a Erewile House. Sin embargo, eso no había tenido mucha importancia. Hasta aquel día, Darcy se había sentido incapaz de contar la historia. Había logrado resistir incluso las sutiles preguntas de Dy, lo que provocó que su amigo sacudiera la cabeza y afirmara de manera tajante que Darcy era «la persona más antipática» que conocía, por negarse a contarle lo que debía ser «el escándalo más delicioso de la temporada». Incluso después de una semana, Darcy sólo se atrevía a contar el asunto con cierta reserva. Georgiana tampoco lo había atormentado pidiéndole que le hiciera un relato de su visita. Con sólo mirarlo a la cara el día de su regreso, desistió de hacerlo y en lugar de eso ordenó que le llevaran a su estudio una gran cantidad de té y bizcochos. Luego procedió a hacer que él se sintiera lo más cómodo posible y le sirvió un dulce tras otro, mientras le acariciaba el brazo y le contaba con voz suave todas las actividades que había desarrollado durante su ausencia. Darcy casi se queda dormido en su hombro.

– ¿Sayre? Ni Sayre ni Trenholme fueron de ninguna ayuda; estaban tan impactados, o se sentían tan culpables, no sé cuál de los dos cosas, que se quedaron sin palabras. Así que llevamos a lady Sayre arriba, a la parte del castillo habitada, donde nos encontramos con Chelmsford y Manning, que estaban armados, cada uno con una pistola. ¡Había que tomar una decisión, pero te juro que nunca había visto semejante colección de idiotas! Finalmente Manning se impaciento y declaró que no le importaba si la mujer era lady Sayre o no, pero que enviaría a la aldea a buscar al magistrado para que se la llevara bajo custodia, y que deseaba verla en el infierno o en Newgate, lo que llegara primero, por lo que había hecho.