Me tomé el fuerte café y medité un poco más. Extrañamente, la imaginación de Lydia no funcionaba en absoluto. Faltaban sólo dos días para que nuestra vida cambiase... para que diese un vuelco brutal... para que experimentase un terremoto de grandes proporciones... y ahí estaba ella, tan tranquila con su café, recordando alguna aventura de Sherlock Holmes.
Sin embargo, me equivocaba: Lydia dio un respingo y, bajando lentamente la taza, dijo:
—Estaba pensando, Hermann, que si tiene que pasar todo tan pronto, deberíamos comenzar a hacer el equipaje. Y, por Dios, pero si tengo un montón de ropa en la lavandería. Y tu smokingestá en el tinte.
—Para empezar, querida mía, no tengo especiales deseos de ir vestido de etiqueta cuando me incineren; en segundo lugar, expulsa de tu cabeza, como puedas y en cuanto puedas, la idea de que tienes que actuar en modo alguno, y olvídate de hacer preparativos ni nada que se le parezca. No tienes que hacer nada por la sencilla razón de que no sabes nada, absolutamente nada... toma nota mental de lo que te digo, por favor. De manera que no hagas alusiones misteriosas ante tus amistades, no empieces a moverte ni vayas a hacer compras... Que se te grabe esto en la cabeza, mujer, porque de lo contrario nos vamos a meter en un buen lío. Te lo repito: todavía no sabes nada de nada. Pasado mañana tu esposo se irá a dar una vuelta en coche y, oh sorpresa, no regresará. Es entonces, y sólo entonces, cuando empiezan tus deberes. Unos deberes muy importantes, aunque muy sencillos. Vamos a ver si me escuchas con toda la atención de la que seas capaz. La mañana del día 10 telefonearás a Orlovius y le dirás que me fui, que no dormí en casa y que todavía no he regresado. Le preguntarás qué tienes que hacer ante esta situación. Y actuarás de acuerdo con los consejos que él te dé. En general, deja que sea él quien se ponga al mando de la situación, que lo haga todo, desde informar a la policía hasta todo lo demás. El cadáver aparecerá muy pronto. Es esencial que te convenzas a ti misma de que estoy muerto. Y, estando como están las cosas, tampoco distará mucho eso de la verdad, pues mi hermano forma parte de mi alma.
—Haría cualquier cosa —dijo ella—, cualquiera, por él y por ti. Pero estoy espantosamente asustada, y se me empiezan a revolver unas cosas con otras en la cabeza.
—Pues evítalo. Lo principal es que muestres tu dolor con toda naturalidad. No hace falta que se te vuelva blanco el pelo, sino que sea natural. Para que tu tarea sea más fácil, le he dado a Orlovius indicios suficientes como para que crea que hace años que dejaste de quererme. De manera que puedes mostrar tu dolor de forma muy reservada. Gime y calla. Luego, cuando veas mi cadáver, es decir el cadáver de alguien que no podrás distinguir en modo alguno de mí, estoy seguro de que sufrirás una auténtica conmoción.
—¡Ay! ¡No podré, Hermann! Me moriré de miedo.
—Peor sería que comenzaras a empolvarte la nariz en pleno depósito de cadáveres. En cualquier caso, contente. No chilles, pues de lo contrario estarás obligada a mostrar un dolor especialmente agudo cuando terminen los gritos, y ya sabes que eres una actriz malísima. Bien, prosigamos. La póliza y mi testamento están en el cajón central de mi escritorio. Una vez hayas hecho incinerar mi cadáver, de acuerdo con lo que dice mi testamento, y una vez resueltas todas las formalidades, después de haber recibido, a través de Orlovius, lo que te corresponde, y de hacer con el dinero lo que él te diga que hagas, te irás al extranjero, a París. ¿En qué lugar de París te alojarás?
—No lo sé, Hermann.
—Intenta recordar dónde dormimos la vez que estuvimos juntos en París. ¿Te acuerdas o no?
—Sí, ahora empiezo a recordarlo. Era un hotel.
—Ya, pero ¿cuál?
—No consigo recordar nada, Hermann, cuando me miras de esta manera. Ya te digo que empiezo a recordarlo. Era en el Hotel nosequé.
—Te daré una pista: tiene que ver con la hierba. ¿Cómo dicen hierba los franceses?
—Espera un mom... herbé. Ah, ya está: Malherbe.
—Para asegurarte del todo, en caso de que volvieses a olvidarlo, siempre puedes echarle una ojeada al baúl negro. La etiqueta sigue ahí.
—Mira, Hermann, no soy tan tonta. Pero me parece que será mejor que me lleve ese baúl. El negro.
—De modo que ése es el sitio en donde debes alojarte. A continuación viene una cosa importantísima. Antes, sin embargo, voy a pedirte que me lo repitas todo una vez más.
—Estaré triste. Intentaré no llorar más de la cuenta. Orlovius. Dos vestidos negros y un velo.
—No tan aprisa. ¿Qué harás cuando veas el cadáver?
—Caer de rodillas. Y no me pondré a chillar.
—De acuerdo. Ya ves qué bien organizado está todo. ¿Y luego, qué viene luego?
—Luego hago que lo entierren.
—En primer lugar, no es él, sino yo. Por favor, no te confundas en eso. En segundo lugar, no hablamos de entierro, sino de incineración. No nos interesan las exhumaciones. Orlovius informará al pastor de mis méritos morales, cívicos y matrimoniales. El pastor del horno crematorio pronunciará un sentido sermón. Al son de las notas del órgano, mi ataúd se hundirá lentamente en el Hades. Eso es todo. ¿Y qué hay que hacer a continuación?
—A continuación... París. ¡No, espera! Primero, montones de formalidades para lo del dinero. Me temo que Orlovius me matará de aburrimiento. Luego, una vez en París, iré al hotel... Mira, sabía que me iba a ocurrir. He pensado que quizá se me olvidaría, y resulta que lo he olvidado. Es que me aturdes, sabes. Hotel... Hotel... ¡Ah, el Malherbe! Por si acaso, me llevaré el baúl.
—El negro. Ahora viene la parte más importante: en cuanto llegues a París me lo comunicas. ¿Qué método debería adoptar para conseguir que recordases las señas de memoria?
—Será mejor que me las escribas, Hermann. En este momento mi cerebro se niega a trabajar. Tengo un miedo terrible a liarlo todo.
—No, cariño, no pienso escribir nada. Aunque sólo sea porque puedes fácilmente perder lo que te deje por escrito. Tendrás que aprenderte las señas de memoria, tanto si te gusta como si no. No hay otro remedio. Te prohibo que lo anotes por escrito, ni ahora ni en ningún otro momento. ¿Ha quedado claro?
—Sí, Hermann. Pero ¿y en caso de que no consiguiera recordarlas?
—Tonterías. Son unas señas facilísimas. Oficina de Correos, Pignan, Francia.
—¿No es ahí donde vivía tía Elisa? Oh, pues claro. No me costará acordarme, qué va. Pero ahora vive cerca de Niza. Será mejor que te vayas a algún sitio cerca de Niza.
—Buena idea, pero no pienso hacerlo. Ahora viene el nombre.
Para simplificar las cosas al máximo, te sugiero que envíes tu carta a nombre de MonsieurMalherbe.
—Probablemente tía Elisa siga tan gorda y tan viva como siempre. ¿Sabías que Ardalion le escribió una carta pidiéndole dinero? Claro que ella...
—Me parece interesantísimo, sin duda, pero estábamos hablando de negocios. ¿Qué nombre escribirás en el sobre?