A pesar de todo, se siente cómodo con Petrus, y está incluso dispuesto, aunque sea con reparos, a tomarle aprecio. Petrus es un hombre de su generación. No cabe duda de que Petrus ha tenido que pasar por infinidad de cosas, no cabe duda de que tiene una historia que contar. No le importaría nada conocer un día la historia de Petrus de sus propios labios. A ser posible, sin que esa historia sea reducida al inglés. Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica. Hay trechos del código lingüístico inglés, frases enteras que hace tiempo se han atrofiado, han perdido sus articulaciones, su capacidad articulatoria, sus posibilidades de articularse. Como un dinosaurio que expira hundido en el fango, la lengua se ha quedado envarada. Comprimida en el molde del inglés, la historia de Petrus saldría artrítica, antañona.
Lo que le atrae de Petrus es su rostro, su rostro y sus manos. Si de veras existe algo que pueda llamarse una tarea honesta, Petrus ostenta las huellas. Un hombre paciente, lleno de energía, de flexibilidad. Un campesino, un paisano, un hombre del campo. También un maleante, un truhán, sin duda un mentiroso redomado, como los campesinos del mundo entero. Una tarea honesta, honestidad en la astucia.
Alberga sus propias sospechas acerca de lo que trama Petrus, al menos a la larga. Petrus no se dará por contento si ha de arar eternamente su terruño, una hectárea y media. Puede que Lucy haya aguantado más que sus amigos los hippies, los gitanos, pero para Petrus, Lucy sigue siendo pan comido: una mera aficionada, una entusiasta de la vida en el campo, no una granjera de verdad. A Petrus le gustaría adueñarse de las tierras que posee Lucy. Luego, seguramente también querrá apoderarse de las tierras de Ettinger, o al menos de una tajada de tierra suficiente para que paste su rebaño. Ettinger será un hueso más duro de roer. Lucy es tan solo una transeúnte; Ettinger es otro campesino, un hombre de la tierra, tenaz, eingewurzelt. Sin embargo, Ettinger se morirá el día menos pensado, y el hijo de Ettinger ya ha escapado de allí. En ese sentido, Ettinger ha sido un perfecto idiota. Un buen paisano se cuida bien de tener muchos hijos.
Petrus tiene una visión del futuro, y en ella no tienen cabida las personas como Lucy. Pero eso no tiene por qué convertir a Petrus en un enemigo. La vida en el campo siempre ha sido cuestión de que unos vecinos tramen sus planes para fastidiar a otros y viceversa, y por eso se desean los unos a los otros todo tipo de plagas, malas cosechas, ruinas financieras, y a pesar de todo en plena crisis se echan una mano.
Lo peor, la interpretación más siniestra, sería dar en pensar que Petrus ha querido que esos tres desconocidos diesen a Lucy una lección, y que en efecto les haya pagado con todo el botín que pudieran llevarse. Pero él no alcanza a creer que eso sea cierto, en parte porque sería demasiado simple. La auténtica verdad, según sospecha, es algo mucho más -tarda un rato en encontrar la palabra idónea- antropológico, algo a cuyo fondo tardaría meses enteros en llegar, meses de conversaciones pacientes, sin prisas, con docenas de personas, por no hablar de los buenos oficios de un intérprete.
Por otra parte, cree que Petrus sabía lo que se avecinaba: cree que Petrus podría haber avisado a Lucy. Por eso no está dispuesto a dar por zanjado el asunto. Por eso sigue dando la lata a Petrus.
Petrus ha vaciado la represa de cemento, donde se almacena la reserva de agua excedente, y está limpiándola de algas. Es un trabajo desagradable. No obstante, se ofrece a echarle una mano. Con los pies embutidos a duras penas en las botas de agua de Lucy, baja al interior de la represa y anda con cuidado, pues el fondo está resbaladizo. Durante un rato, Petrus y él trabajan en concierto frotando, restregando, sacando a paletadas el limo del fondo. Entonces hace un alto.
– ¿Sabes una cosa, Petrus? -dice-. Me cuesta trabajo creer que los hombres que vinieron fueran unos desconocidos. Me cuesta trabajo creer que llegaron por las buenas, a saber de dónde, y que hicieron lo que hicieron para desaparecer después como si fueran fantasmas. Y me cuesta aún más trabajo creer que la razón por la que se fijaron en nosotros fue, sencillamente, que éramos los primeros blancos con los que se encontraron por casualidad aquel día. ¿Tú qué piensas? ¿Me equivoco?
Petrus fuma en pipa, una pipa a la antigua usanza, con el tubo curvado y una tapadera de plata sobre la cazoleta. Ahora se yergue, saca la pipa del bolsillo de su mono de trabajo, abre la tapadera, aprieta el tabaco en la cazoleta y succiona la boquilla de la pipa, que sigue sin encender. Contempla con actitud reflexiva el murete de la presa, las colinas, el campo abierto. Su expresión es de perfecto sosiego.
– La policía tiene que encontrarlos -dice por fin-. La policía ha de encontrarlos, ha de meterlos en la cárcel. Ese es el trabajo de la policía.
– Ya, pero la policía no va a encontrarlos sin ayuda. Esos hombres conocían la existencia del puesto de la explotación forestal. Estoy convencido de que sabían cuál era el paradero de Lucy. Y lo que más me extraña es… ¿cómo podían saberlo si eran perfectos desconocidos en la provincia?
Petrus prefiere no tomárselo como si fuera una pregunta. Se guarda la pipa en el bolsillo, deja la pala, empuña la escoba.
– No es solo un robo, Petrus -insiste-. No solo vinieron a robar lo que encontrasen. No solo vinieron a hacerme esto a mí. -Se toca los vendajes, se toca la protección que le cubre el ojo-. Vinieron con la idea de hacer algo más. Sabes de sobra a qué me refiero, y si no lo sabes seguramente podrás imaginártelo. Después de hacer lo que hicieron, no puedes contar con que Lucy reanude su vida con toda paz tal como era antes. Yo soy el padre de Lucy, yo quiero que esos hombres sean apresados y puestos ante la ley y castigados. ¿Me equivoco? ¿Me equivoco cuando deseo que se haga justicia?
Ahora le da lo mismo cómo sonsacarle las palabras a Petrus: solo quiere oírselas decir.
– No, no se equivoca.
Una sacudida de cólera lo azota, y tiene la fuerza suficiente para tomarlo desprevenido. Aferra la pala y limpia largas franjas de fango y de hierbajos del fondo de la presa, arrojándolas por encima del hombro, por encima del murete. Te vas a enrabietar, se advierte. ¡Basta! Sin embargo, en ese preciso instante le gustaría agarrar a Petrus por el cuello. Si hubiera sido tu mujer en vez de mi hija, tiene ganas de decirle a Petrus, no estarías dando golpecitos a tu pipa y sopesando tus palabras de manera tan juiciosa. Una violación: esa es la palabra que le gustaría arrancar por la fuerza de labios de Petrus. Sí, fue una violación, eso le gustaría que dijera Petrus. Sí, fue un ultraje.
En silencio, hombro con hombro, Petrus y él dan por terminado el trabajo de limpieza.
Así es como pasa los días en la granja. Ayuda a Petrus a limpiar el sistema de riego. Impide que el huerto y las flores se echen a perder del todo. Embala las hortalizas y las flores para llevarlas al mercado. Ayuda a Bev Shaw en la clínica. Barre el suelo, prepara la comida y la cena, hace todas las tareas de las que Lucy ya no se ocupa. Está atareado de sol a sol.
El ojo se le va curando a sorprendente velocidad: al cabo de solo una semana ya consigue abrirlo de nuevo. Las quemaduras llevan más tiempo. Conserva el gorro de vendas y el otro vendaje sobre la oreja. Descubierta, la oreja parece un molusco sonrosado y desnudo: no sabe cuándo tendrá el valor suficiente de exponerla a las miradas de los demás.