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A la postre, cuando se harta, lo corta en seco.

– Petrus -dice-, ese joven que estaba en tu casa ayer por la noche… ¿Cómo se llama? ¿Dónde está ahora?

Petrus se quita la gorra, se seca la frente. Hoy lleva una gorra de visera con una chapa de Ferrocarriles y Puertos de Sudáfrica. Diríase que tiene una amplia colección de gorras y sombreros.

– Verá… -dice Petrus con el ceño fruncido-. David, es muy duro eso que dice, eso de que ese chico es un ladrón. Él está muy molesto con que usted lo llame ladrón. Eso es lo que va por ahí diciendo a todo el mundo. Y yo, yo soy el que ha de mantener la paz. Por eso es muy duro también para mí.

– No tengo ninguna intención de implicarte en el caso, Petrus. Dime cómo se llama el chico, dime su paradero y yo pasaré esa información a la policía. Después podremos dejar el asunto en manos de la policía, que lo investigue y, si se tercia, que los lleve a él y a sus amigos ante la justicia. Tú no estarás implicado, yo tampoco. Será un asunto que deba resolver la ley.

Petrus se estira, deja que le dé en la cara todo el resplandor del sol.

– Ya, pero el seguro le dará a usted un coche nuevo.

¿Es una pregunta? ¿Una declaración? ¿A qué juega Petrus?

– No, el seguro no me dará un coche nuevo -explica, y procura no perder la paciencia-. Dando por hecho que no esté en bancarrota a estas alturas precisamente por la cantidad de coches robados que hay en este país, la compañía de seguros me dará solo un porcentaje de lo que en su estima pueda ser el valor del coche viejo. Con eso no tendré suficiente para comprar otro nuevo. De todos modos, lo que está en el aire es una cuestión de principios. No podemos dejar que las compañías de seguros impartan justicia. No se dedican a eso.

– Pero tampoco conseguirá que ese chico le devuelva el coche. Él no puede devolverle el coche. No sabe dónde está su coche. Su coche ha desaparecido. Lo mejor es que se compre uno nuevo con el dinero del seguro, así tendrá coche otra vez.

¿Cómo ha podido ir a parar a este callejón sin salida? Trata de enfocarlo de otro modo.

– Petrus, déjame hacerte una pregunta. ¿Ese chico es pariente tuyo?

– ¿Por qué quiere llevar a ese chico a la policía? -continúa Petrus, sin hacer caso de su pregunta-. Todavía es muy joven, no puede meterlo usted en la cárcel.

– Si tiene dieciocho años puede llevársele a juicio. Si tiene solo dieciséis también puede llevársele a juicio.

– No, no tiene dieciocho.

– ¿Cómo lo sabes? A mí me parece que tiene dieciocho, y puede que tenga más.

– ¡No, lo sé de sobra! ¡No es más que un crío, no se le puede meter en la cárcel, lo dice la ley, no se puede meter a un joven en la cárcel, tiene usted que dejarlo en paz!

Para Petrus, eso parece suficiente para zanjar la discusión. Con pesadez, hinca una rodilla en tierra y se pone a trabajar en el empalme próximo a la llave de salida.

– Petrus, mi hija quiere ser una buena vecina, una buena ciudadana y una buena vecina. Ella adora el Cabo Oriental. Quiere vivir aquí, quiere llevarse bien con todo el mundo. ¿Y cómo va a conseguirlo si está sujeta a que la ataquen en cualquier momento unos delincuentes que después podrán escaparse sin castigo? ¡Tienes que entenderlo!

Petrus se esfuerza por hacer el empalme. En la palma de las manos se le ven grietas profundas, rugosas; emite pequeños gruñidos mientras faena; no da muestra alguna de haber oído nada.

– Lucy está bien segura aquí -anuncia de repente-. Es así. Puede usted dejarla aquí, que estará sana y salva.

– ¡Pero no está segura, Petrus! ¡Salta a la vista que no está sana y salva! Sabes muy bien lo que sucedió aquí el día veintiuno.

– Sí, sé lo que pasó. Pero ahora todo está en orden.

– ¿Quién dice que esté todo en orden?

– Yo lo digo.

– ¿Tú lo dices? ¿Tú vas a protegerla?

– Yo voy a protegerla.

– No la protegiste la última vez.

Petrus embadurna de grasa la boca de la tubería.

– Dices que sabes qué pasó, pero la última vez no la protegiste -repite-. Te fuiste y aparecieron esos tres delincuentes, y ahora por lo visto eres amigo de ellos. ¿Qué conclusión quieres que saque de todo esto?

Nunca ha estado más cerca de acusar a Petrus, pero ¿por qué no?

– El chico no es culpable -dice Petrus-. No es un criminal. No es un ladrón.

– Yo no estoy hablando solo de un robo. Hubo otro delito, un delito de naturaleza mucho más grave. Dices que sabes qué pasó; por lo tanto, seguramente entiendes a qué me refiero.

– Él no es culpable. Es demasiado joven. No es más que un error muy grande.

– ¿Lo sabes?

– Lo sé. -La tubería queda empalmada. Petrus pasa la abrazadera, la aprieta, se endereza-. Lo sé, se lo estoy diciendo. Lo sé.

– Lo sabes. Y sabes cómo será el futuro. ¿Qué quieres que te diga a eso? Has hablado. ¿Me necesitas para algo más?

– No, ahora viene lo más fácil, solo tengo que abrir una zanja para meter la tubería.

A pesar de la confianza que manifiesta Petrus en el sector de las aseguradoras, parece que nadie atiende su reclamación. Sin coche se siente atrapado en la granja.

Durante una de las tardes que pasa en la clínica se desahoga con Bev Shaw.

– Lucy y yo no nos llevamos bien últimamente -dice-. Tampoco es que sea algo digno de mención, supongo. Los padres y los hijos no están hechos para vivir juntos. En circunstancias normales ya me habría marchado, seguramente habría vuelto a Ciudad del Cabo, pero no puedo dejar a Lucy sola en la granja. Allí no está a salvo. Estoy tratando de convencerla para que ceda la explotación a Petrus y se tome un respiro, pero ella no me hace ni caso.

– Hay que dejar en paz a los hijos, David. No puedes vigilar a Lucy siempre.

– A Lucy la dejé en paz hace ya mucho tiempo. He sido el menos protector de los padres, pero esta situación actual es bien distinta. Lucy objetivamente corre peligro. Eso es algo que ya nos han demostrado.

– Todo se arreglará. Petrus la tomará bajo su protección.

– ¿Petrus? ¿Qué interés puede tener Petrus en tomarla bajo su protección?

– Subestimas a Petrus. Petrus ha trabajado como un esclavo para que a Lucy le fuese bien en el mercado de las flores. Sin Petrus, Lucy no estaría donde está hoy. No quiero decir que se lo deba todo, pero es mucho lo que le debe.

– Sí, puede ser. La cuestión es ¿cuánto le debe Petrus a ella?

– Petrus es un buen hombre. Es de fiar.

– ¿Fiarse de Petrus? Solo porque tiene barba y fuma en pipa y usa bastón te piensas que Petrus es un kaffir a la antigua usanza. Pero no, ni mucho menos. Petrus no es un kaffir a la antigua usanza, y mucho menos un buen hombre. Si quieres que te diga qué opino, yo creo que Petrus se muere de ganas de que Lucy se largue cuanto antes. Y si quieres una prueba, basta con tener en cuenta lo que nos pasó a Lucy y a mí. Puede que no fuese íntegramente idea de Petrus, pero no me cabe ninguna duda de que hizo oídos sordos. Desde luego que no nos lo advirtió, y puso todo el cuidado del mundo en no estar por allí cerca.

Su vehemencia sorprende a Bev Shaw.

– Pobre Lucy -murmura-. Lo que habrá tenido que sufrir.

– Yo sé bien lo que ha sufrido. Yo estaba allí.

Con los ojos como platos, ella se vuelve hacia él.

– Pero si no estabas allí, David. Me lo ha dicho ella. Tú no estabas delante.

No estabas delante. No sabes qué sucedió. Se queda desconcertado. ¿Dónde no estaba, según Bev Shaw, según Lucy? ¿En la misma habitación en que los intrusos cometieron sus desmanes? ¿Acaso creen que él desconoce qué es una violación? ¿Piensan que no ha sufrido él con su hija? ¿Podría haber sido testigo de algo más de lo que la imaginación le alcanza? ¿O acaso creen que, en lo que atañe a una violación, ningún hombre puede estar en el lugar en que se encuentra la mujer? Sea cual fuere la respuesta, se siente ultrajado, ultrajado al verse tratado como un marginado.