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La suerte está echada. Dos nombres sobre la página, el suyo y el de ella, uno junto al otro. Dos en un lecho, pero ya no amantes, sino enemigos.

Llama a la oficina del Vicerrectorado y le conciertan una cita a las cinco en punto, fuera del horario habitual.

A las cinco en punto está esperando en el pasillo. Aram Hakim, pulcro y juvenil, sale para hacerlo pasar. Ya hay dos personas en el despacho: Elaine Winter, la jefa de su departamento, y Farodia Rassool, de la Facultad de Ciencias Sociales, que preside el comité conjunto de la universidad para asuntos de discriminación.

– Es bastante tarde, David, y todos sabemos por qué estamos aquí -dice Hakim-, así que vayamos directos al grano. ¿Cuál es la mejor manera de abordar este asunto?

– Podrías informarme sobre la queja interpuesta.

– Como quieras. Se trata de una queja interpuesta por Melanie Isaacs. Y también -mira de reojo a Elaine Winterse trata de ciertas irregularidades previas que parecen involucrar a la señorita Isaacs. ¿Elaine?

Elaine Winter entra al trapo. Él nunca le ha caído bien; ella lo considera un mero remanente del pasado, que cuanto antes se quite de en medio mejor será para todos.

– Hay algún punto oscuro sobre la asistencia a clase de la señorita Isaacs, David. Según afirma ella, y debo decir que he hablado con ella por teléfono, solo ha asistido a dos clases durante todo el mes pasado. De ser cierto, deberías haber dado cuenta de sus faltas de asistencia. También dice que no estuvo en clase el día del examen parcial. No obstante -echa un vistazo a la carpeta que tiene delante-, de acuerdo con tu hoja de incidencias, su asistencia es impecable y ha conseguido incluso una nota de setenta en el parcial. -Lo mira un tanto socarrona-. A menos que haya dos Melanie Isaacs…

– Solamente hay una -dice él-. No tengo defensa alguna.

Hakim interviene, conciliador.

– Amigos, este no es el momento de andarnos con cuestiones superfluas. Lo que deberíamos hacer -mira a las otras dos- es aclarar cuanto antes el procedimiento a seguir. No será preciso subrayar, David, que este asunto será tratado con la confidencialidad más estricta. Te lo garantizo. Tu nombre estará protegido en todo momento, al igual que el de la señorita Isaacs. Se ha de constituir una comisión cuya función sea determinar si existe fundamento o no para tomar medidas disciplinarias. Tú mismo, o tu representante ante la ley, tendréis la posibilidad de impugnar su composición. Las sesiones tendrán lugar a puerta cerrada. Entretanto, hasta que el comité emita una recomendación al rector y el rector actúe como estime oportuno, todo sigue igual que hasta ahora. La señorita Isaacs ha renunciado oficialmente a la matrícula del curso que tú impartes, y de ti se espera que te abstengas de trabar todo contacto con ella. ¿Se me pasa alguna cosa por alto? ¿Farodia, Elaine?

Fruncidos los labios, la doctora Rassool niega con un simple movimiento de la cabeza.

– Este asunto del acoso siempre es muy complejo, David, tan complejo como desafortunado, pero creemos que nuestro procedimiento es justo, de modo que iremos paso a paso y seguiremos las normas que ha comentado Hakim. Quisiera hacerte una recomendación: familiarízate a fondo con el procedimiento y, si te parece conveniente, provéete de un asesor legal.

Está a punto de responder, pero Hakim alza la mano a modo de advertencia.

– Consúltalo con la almohada, David -dice.

Esa es la gota que colma el vaso.

– No me digas qué he de hacer. No soy un crío.

Se va del despacho hecho un basilisco. Lo malo es que el edificio está cerrado y el portero se ha marchado ya. La puerta de atrás también está cerrada. Hakim tiene que abrirle la puerta para salir.

Llueve.

– Resguárdate en mi paraguas -dice Hakim. Y al llegar a su coche, añade-: Si no te importa que te hable de tú a tú, David, quiero que sepas que gozas de toda mi simpatía. Estas cosas pueden ser el infierno.

Conoce a Hakim desde hace años. Antiguamente, cuando hacía deporte, jugaban al tenis juntos. Ahora no está de humor para ese intercambio de camaradería varonil. Se encoge de hombros, irritado, y entra en su coche.

Se supone que ha de ser un asunto confidencial, pero está claro que no lo es: es evidente que la gente habla por los codos. ¿Por qué, si no, se apagan todas las conversaciones cuando entra en la sala de profesores? ¿Por qué una colega más joven, con la que hasta la fecha ha tenido un trato absolutamente cordial, deja su taza de té y se marcha con la vista al frente, sin saludarlo al pasar junto a él? ¿Por qué solo se presentan dos alumnos para su primera clase sobre Baudelaire?

Es la trituradora de las habladurías, piensa, que no para de funcionar de día ni de noche, y que hace trizas cualquier reputación. La comunidad de los rectos, de los que tienen toda la razón, celebra sesiones en cada esquina, por teléfono, a puerta cerrada. Murmullos maliciosos. Schadenfreude. Primero, la sentencia; luego ya vendrá el juicio.

Por los pasillos de la Facultad de Comunicación se toma muy a pecho lo de caminar con la cabeza bien alta.

Habla con el abogado que se ocupó de su divorcio.

– Vamos a ver si antes que nada dejamos bien clara una cosa -dice el abogado-. ¿Hasta qué punto son ciertas las imputaciones?

– Son bastante ciertas. Tuve una aventura con la chica.

– ¿Una aventura? ¿Iba en serio?

– ¿Qué más dará que fuera en serio? Pasada cierta edad, todas las aventuras van en serio. Igual que los ataques cardíacos.

– Bien, pues mi primer consejo es que, por pura estrategia, consigas que te represente una mujer. -Le facilita dos nombres-. Propón un acuerdo en privado. Cedes en ciertos frentes, tal vez solicitas incluso una excedencia, a cambio de lo cual la universidad convence a la chica, o a su familia, de que renuncie a interponer sus acusaciones. Es lo mejor que puedes esperar. Quédate con la tarjeta amarilla, minimiza los perjuicios, espera a que el escándalo se apague por sí solo.

– ¿A qué frentes te refieres?

– A que aceptes someterte a un curso de aprendizaje de sensibilidad. A prestar servicios a la comunidad. A comenzar tratamiento con un psicólogo. Lo que puedas pactar.

– ¿Tratamiento con un psicólogo? ¿Yo necesito tratamiento con un psicólogo?

– No te lo tomes a mal. Lo único que he querido decir es que una de las opciones que se te ofrecen podría ser esa.

– ¿Para ponerme el tornillo que me falta? ¿Para curarme? ¿Para evitarme esos deseos inapropiados? El abogado se encoge de hombros.

– Para lo que sea.

En el campus universitario, esa semana se inicia una Campaña de Sensibilización Popular Contra las Violaciones. Mujeres Contra la Violación, grupo de presión combativo donde los haya, anuncia una sentada de veinticuatro horas en solidaridad con las «víctimas recientes». Alguien le cuela un panfleto por debajo de la puerta del despacho:

LAS MUJERES SE DEFIENDEN.

Al pie, garabateado a lápiz, un mensaje personalizado:

SE ACABÓ LO QUE SE DABA, CASANOVA.

Cena con su ex mujer, Rosalind. Llevan ocho años separados. Poco a poco, con cautela, han ido retomando una antigua amistad, al menos en cierto modo. Son como los veteranos de guerra. A él lo tranquiliza que Rosalind siga viviendo cerca; puede que ella sienta lo mismo. Es una persona con la que puede contar cuando llegue lo peor: la caída en la bañera, las manchas de sangre en una deposición.

Hablan de Lucy, hija única de su primer matrimonio, que ahora vive en una granja en la provincia del Cabo Oriental.

– Puede que pronto vaya a verla -dice él-. Estoy pensando en hacer un viaje.

– ¿En pleno curso?