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– ¿He de entender, señor presidente, que la señorita Isaacs no comparecerá ante esta comisión?

– La señorita Isaacs compareció ayer ante esta comisión. Permítame recordarle una vez más que esto no es un juicio, sino una investigación. Las reglas que rigen nuestro procedimiento no son las de un tribunal legal. ¿Le plantea esto algún problema?

– No.

– Un segundo demandante, en relación con el primero -sigue diciendo Mathabane-, es el que representa a la Oficina de Registro por mediación de la Oficina de Actas de los Alumnos, y su demanda se refiere a la validez de las actas que corresponden a la señorita Isaacs. La demanda consiste en aclarar que la señorita Isaacs no asistió a todas las clases y tampoco -cumplimentó todos los trabajos escritos de la asignatura, por no decir que no estuvo presente en todos los exámenes en los cuales ha acreditado usted su presencia.

– ¿Eso es todo? ¿Esas son las acusaciones que se me imputan?

– Así es.

Respira hondo.

– Estoy convencido de que los miembros de esta comisión tienen mejores asuntos en los cuales ocupar su tiempo, antes que meterse a discutir de nuevo, pormenorizadamente, una historia sobre la cual no cabrá discrepancia alguna. Me declaro culpable de ambos cargos. Emitan ustedes su veredicto y sigamos cada cual con su vida.

Hakim se inclina hacia Mathabane: entre ambos cruzan palabras inaudibles.

– Profesor Lurie -dice Hakim-, me veo en la obligación de repetirle que esto es tan solo una comisión de investigación. Su cometido estriba en oír a las dos partes en litigio y emitir después una recomendación. Carece del poder de tomar decisiones al respecto. Vuelvo a preguntarle si no sería mejor que lo representase alguien que tuviese conocimiento de nuestros procedimientos.

– No necesito de ninguna representación. Estoy en perfectas condiciones de representarme a mí mismo ante esta comisión. ¿Debo entender que, a pesar de la súplica que acabo de hacerles, hemos de continuar la vista preliminar del caso?

– Deseamos darle la oportunidad de que manifieste cuál es su postura.

– He dejado bien clara mi postura. Soy culpable.

– ¿Culpable de qué?

– De todo lo que se me acuse.

– Su actitud solo nos llevará a dar rodeos, profesor Lurie.

– Insisto: culpable de todo lo que declare la señorita Isaacs y de falsear las actas.

Interviene Farodia Rassool.

– Dice usted que acepta la declaración de la señorita Isaacs, profesor Lurie, pero ¿ha llegado a leerla con el debido detenimiento?

– No deseo leer la declaración de la señorita Isaacs. La acepto tal cual está. No conozco razón alguna por la cual debiera mentir la señorita Isaacs.

– Ya, pero… ¿no sería más prudente por su parte que leyera la declaración antes de aceptarla?

– No. En la vida hay cosas más importantes que la prudencia.

Farodia Rassool se retrepa en su butaca.

– Todo esto es muy quijotesco, profesor Lurie. Me pregunto si puede permitírselo usted. Tengo la impresión de que nuestro deber también estriba en protegerle a usted de sí mismo.

Dedica a Hakim una sonrisa glacial.

– Dice usted que no ha buscado asesoramiento legal de ninguna clase. ¿No ha consultado este asunto con alguien, con un sacerdote, por ejemplo, o con un psicólogo? ¿Estaría dispuesto a someterse a tratamiento psicológico?

La pregunta la formula la joven de la Facultad de Económicas. Él nota que empieza a erizársele el vello.

– No, no he solicitado asesoramiento alguno, y tampoco tengo intención de hacerlo. Soy un hombre adulto. No soy receptivo a los consejos. Me encuentro al margen del alcance que puedan tener los consejos. -Se vuelve hacia Mathabane-. He hecho mi declaración de culpabilidad, luego ¿existe alguna razón de que prosigamos este debate?

Entre Mathabane y Hakim se dirime una nueva consulta en susurros.

– Se me ha propuesto que la comisión haga un inciso -dice Mathabane- para discutir la declaración del profesor Lurie.

Ronda de asentimientos por parte de los presentes.

– Profesor Lurie, ¿puedo pedirle que salga unos minutos de esta sala, usted y la señorita Van Wyk, mientras la comisión delibera?

Junto con la estudiante observadora, se retira al despacho de Hakim. Entre ellos no se cruza una sola palabra. Está claro que la chica se siente incómoda. SE ACABÓ LO QUE SE DABA, CASANOVA. ¿Qué pensará del tal Casanova, ahora que lo tiene cara a cara?

Vuelven a convocarlos. El ambiente de la sala de juntas no es bueno. A él le parece que se ha agriado incluso más que antes.

– Bien -dice Mathabane-, reanudemos la sesión: profesor Lurie, ¿dice usted que acepta la verdad contenida en las acusaciones vertidas contra su persona?

– Acepto todo lo que la señorita Isaacs quiera alegar.

– Doctora Rassool, ¿hay algo que desee decir?

– Sí. Quiero que conste una objeción a estas respuestas que da el profesor Lurie, porque las considero fundamentalmente evasivas. El profesor Lurie dice que acepta las acusaciones. Sin embargo, cuando tratamos de precisar qué es lo que de hecho acepta, nos encontramos con una burla sutil por su parte. A mí eso me hace pensar que acepta las acusaciones solo de forma nominal. En un caso con tantas connotaciones como este, la comunidad tiene todo el derecho a saber…

No está dispuesto a dejarlo pasar así.

– Este caso carece de connotaciones -replica.

– La comunidad tiene todo el derecho a saber -sigue diciendo ella a la vez que levanta la voz con una facilidad que demuestra que ha ensayado una y mil veces la manera de pasar por encima de él-, a saber qué es lo que el profesor Lurie reconoce de manera específica, y cuál es, por tanto, la razón de que se le censure.

– Caso de que sea censurado -puntualiza Mathabane.

– Caso de que lo sea. No podremos cumplir con nuestro cometido si no obramos con claridad cristalina tanto en nuestra manera de percibir el caso como en nuestra manera de recomendar lo que haya de hacerse, con respecto a los actos por los cuales se ha de censurar al profesor Lurie.

– En nuestra manera de percibir el caso obramos con claridad cristalina, doctora Rassool. La cuestión estriba en saber si en el ánimo del profesor Lurie reina esa misma claridad cristalina.

– Exacto. Ha expresado usted con toda exactitud lo que yo deseaba decir.

Lo más sensato sería callarse la boca, pero él no lo hace.

– Lo que yo perciba y el modo en que lo perciba es asunto mío, Farodia, y no suyo -dice-. Con franqueza, entiendo que lo que desean de mí no es una respuesta, sino una confesión. Pues bien: no he de confesar. Expreso una súplica, y tengo derecho a hacerlo. Quiero que se me considere culpable de acuerdo con las acusaciones, esa es mi súplica ante esta comisión. Hasta ahí estoy dispuesto a llegar.

– Señor presidente, quiero expresar mi protesta. Esta cuestión va mucho más allá de los simples tecnicismos. El profesor Lurie se declara culpable, y yo me pregunto: ¿acepta él cargar con su culpa o simplemente cumple el trámite con la esperanza de que el caso quede enterrado por el papeleo burocrático al uso y termine por caer en el olvido? Si se limita a cumplir el trámite, le apremio para que le sea impuesta la pena más severa.

– Permítame recordarle una vez más, doctora Rassool -dice Mathabane-, que no está en nuestra mano la imposición de pena alguna.

– En tal caso, propongo que recomendemos la pena más severa que pueda imponerse. El profesor Lurie será despedido de la universidad con efecto inmediato, y a la vez suspendido de todos sus beneficios y privilegios.