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– De acuerdo -indicó con vivacidad-. Ahora, escuchad vosotras dos. Nadie más debe saber esto o seré el hazmerreír de la escuela. Y a Caroline le encantaría tener cualquier excusa para hacerme aparecer ridicula. Pero todavía quiero que sea mío y lo será. Aún no sé cómo, pero lo conseguiré. No obstante, hasta que se me ocurra un plan, vamos a hacerle el vacío.

– ¿Vamos?

– Sí, vamos. No puedes tenerle, Bonnie; es mío. Y hemos de poder confiar completamente en ti.

– Aguarda un minuto -dijo Meredith con un brillo en los ojos.

Soltó el broche de esmalte de su blusa; luego, alzando el pulgar, le dio un veloz pinchazo.

– Bonnie, dame tu mano.

– ¿Por qué? -preguntó ésta, contemplando el alfiler con suspicacia.

– Porque quiero casarme contigo, ¿para qué crees, idiota?

– Pero… pero… Oh, vale. ¡Ay!

– Te toca, Elena. -Pinchó eficientemente el dedo de su amiga, y luego lo oprimió para conseguir sacar una gota de sangre-. Ahora -prosiguió, mirando a las otras dos con centelleantes ojos oscuros-, todas juntamos los pulgares y juramos. Especialmente tú, Bonnie. Jura guardar este secreto y hacer todo lo que Elena pida en relación a Stefan.

– Oíd, jurar con sangre es peligroso -protestó Bonnie en tono serio-. Significa que tienes que mantener tu promesa suceda lo que suceda, sin importar lo que sea, Meredith.

– Lo sé -respondió ésta inflexible-. Por eso te digo que lo hagas. Recuerdo lo que sucedió con Michael Martin.

Bonnie torció el gesto.

– Eso fue hace años,y rompimos en seguida de todos modos y… Ah, de acuerdo. Lo juraré. -Cerrando los ojos, dijo-: Juro mantener esto en secreto y hacer todo lo que Elena pida respecto a Stefan.

Meredith repitió el juramento. Y Elena, con la vista fija en las sombras pálidas de sus pulgares juntos en la creciente oscuridad, tomó una larga bocanada de aire y dijo en voz baja:

– Y yo juro no descansar hasta que sea mío.

Una ráfaga de aire frío sopló a través del cementerio, echando hacia atrás los cabellos de las muchachas y haciendo revolotear hojas secas por el suelo. Bonnie lanzó una exclamación ahogada y se echó hacia atrás; todas miraron a su alrededor, y luego lanzaron risitas nerviosas.

– Ha oscurecido -observó Elena, sorprendida.

– Será mejor que nos pongamos en camino hacia casa -dijo Meredith, volviendo a sujetar el broche.

También Bonnie se puso en pie, introduciendo la punta del pulgar en la boca.

– Adiós -dijo Elena en voz baja, volviéndose hacia la lápida.

La flor violeta era una masa borrosa en el suelo. Recogió la cinta color crema que descansaba junto a ella, dio media vuelta e hizo una seña con la cabeza a Bonnie y a Meredith.

– Vámonos.

En silencio, se dirigieron colina arriba en dirección a la iglesia en ruinas. El juramento hecho con sangre les había conferido a todas una sensación de solemnidad, y al pasar ante la destrozada iglesia Bonnie se estremeció. Con la puesta del sol, la temperatura había descendido bruscamente, y se alzaba viento. Cada ráfaga enviaba susurros por entre la hierba y hacía que los viejos robles agitaran ruidosamente las oscilantes hojas.

– Estoy helada -comentó Elena, deteniéndose por un instante ante el agujero negro que en el pasado había sido la puerta de la iglesia y dirigiendo una mirada al paisaje situado a sus pies.

La luna no había salido todavía y apenas se distinguían el cementerio antiguo y el puente Wickery más allá. El antiguo cementerio se remontaba a los días de la guerra de Secesión, y muchas lápidas mostraban nombres de soldados. Tenía un aspecto salvaje; zarzas y maleza crecían sobre las tumbas, y enredaderas de hiedra pululaban sobre pedazos de granito desmoronado. A Elena nunca le había gustado.

– Tiene un aspecto distinto, ¿verdad? En la oscuridad, quiero decir -comentó con voz vacilante.

No sabía cómo decir lo que en realidad quería indicar: que no era un lugar para los vivos.

– Podríamos ir por el camino largo -propuso Meredith-. Pero eso significaría otros veinte minutos de camino.

– No me importa ir por aquí -dijo Bonnie, tragando saliva con fuerza-. Siempre dije que quería que me enterraran ahí, en el viejo.

– ¡Quieres dejar de hablar sobre ser enterrada! -le soltó Elena, e inició el descenso por la colina.

Pero cuanto más avanzaba por el estrecho sendero, más incómoda se sentía. Aminoró el paso hasta que Bonnie y Meredith la alcanzaron. Cuando se acercaban a la primera lápida, su corazón empezó a latir con fuerza. Intentó no hacer caso, pero sentía un cosquilleo por toda la piel y el fino vello de sus brazos se le puso de punta. Entre las ráfagas de viento, cada sonido parecía amplificado de un modo horrible; el crujido de los tres pares de pies sobre el sendero cubierto de hojas resultaba ensordecedor.

La iglesia en ruinas era ya una silueta negra detrás de ellas. El angosto sendero conducía por entre las lápidas recubiertas de liqúenes, muchas de las cuales eran más altas que Meredith. Lo bastante grandes para que algo se ocultara detrás, pensó Elena con inquietud. Algunas tumbas acobardaban, como la que tenía un querubín que parecía un auténtico bebé, excepto que su cabeza se había desprendido y la habían colocado con cuidado junto a su cuerpo. Los ojos de granito abiertos de par en par carecían de expresión. Elena no podía apartar los ojos de ella, y su corazón empezó a latir violentamente.

– ¿Por qué nos detenemos? -preguntó Meredith.

– Yo sólo… Lo siento -murmuró Elena, pero cuando se obligó a dar la vuelta se quedó rígida al instante-. ¿Bonnie? -dijo-. Bonnie, ¿qué sucede? -Bonnie tenía la vista fija en el interior del cementerio, con los labios entreabiertos y los ojos tan desorbitados e inexpresivos como el querubín de piedra. El miedo recorrió el estómago de Elena-. Bonnie, para ya. ¡Para! No es divertido.

Bonnie no contestó.

– ¡Bonnie! -llamó Meredith.

Elena y ella se miraron, y de repente Elena comprendió que tenía que salir de allí. Giró en redondo para empezar a descender por el sendero, pero una voz desconocida habló a su espalda, y se volvió sobresaltada.

– Elena -dijo la voz.

No era la voz de Bonnie, pero procedía de la boca de ésta. Pálida en la oscuridad, Bonnie seguía con la mirada fija en el camposanto. Su rostro carecía totalmente de expresión.

– Elena -repitió la voz, y añadió, a la vez que la cabeza de Bonnie se volvía hacia ella-, hay alguien esperándote ahí fuera.

Elena nunca supo del todo qué sucedió en los minutos siguientes. Algo pareció moverse por entre las oscuras formas jorobadas de las lápidas, agitándose y alzándose entre ellas. Elena chilló y Meredith lanzó un grito, y acto seguido las dos corrían ya, y Bonnie con ellas, chillando también.

Los pies de Elena aporreaban el estrecho sendero, tropezando con rocas y terrones de tierra. Bonnie sollozaba intentando recuperar el aliento detrás de ella, y Meredith, la tranquila y cínica Meredith, jadeaba violentamente. Se oyó una repentina agitación y un chillido en un roble que se alzaba por encima de ellas, y Elena descubrió que aún podía correr más de prisa.

– Hay algo detrás de nosotras -gritó Bonnie con voz aguda-. Oh, Dios, ¿qué está sucediendo?

– Hay que llegar al puente -jadeó Elena por entre el fuego que sentía en los pulmones.

No sabía el motivo, pero sentía que debían conseguir llegar allí.

– ¡No te detengas, Bonnie! ¡No mires atrás!

Agarró la manga de la muchacha y la obligó a darse la vuelta.

– No puedo hacerlo -sollozó Bonnie, llevándose una mano al costado mientras aminoraba la marcha.

– Sí, claro que puedes -rugió Elena, volviendo a agarrar la manga de Bonnie y obligándola a seguir en movimiento-. Vamos. ¡Vamos!

Vio el destello plateado del agua ante ellas. Y allí estaba el claro entre los robles, y el puente, justo más allá. A Elena le flaqueaban las piernas y la respiración le silbaba en la garganta, pero no pensaba rezagarse. Ya veía las tablas de madera del puente peatonal, que estaba a seis metros, a tres, a un metro y medio de ellas.