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No sintió nada, ninguna ondulación como respuesta. A poca distancia, una pareja de aves nocturnas alzaron el vuelo. En la ciudad, muchas mentes dormían; en el bosque, animales nocturnos se dedicaban a sus ocupaciones privadas.

Suspiró y volvió a girar hacia la habitación. A lo mejor se había equivocado respecto a la risa; a lo mejor incluso había estado equivocado sobre la amenaza en el cementerio. Fell's Church estaba silenciosa y tranquila, y él debería imitarla. Necesitaba dormir.

5 de setiembre (en realidad, primeras horas del 6 de septiembre… sobre la 1 de la madrugada)

Querido diario:

Debería regresar a la cama en seguida. Hace apenas unos pocos minutos desperté pensando que alguien chillaba, pero ahora la casa está en silencio. Han sucedido tantas cosas extrañas esta noche, que tengo los nervios destrozados, supongo.

Al menos desperté sabiendo exactamente qué voy a hacer respecto a Stefan. Todo el asunto más o menos se me ocurrió de repente. El Plan B, Fase Uno, se inicia mañana.

Los ojos de Francés llameaban, y tenía las mejillas arreboladas mientras se aproximaba a las tres muchachas sentadas ante la mesa.

– ¡Elena, tienes que oír esto!

Elena le sonrió educadamente, pero sin demasiada familiaridad. Francés bajó la cabeza.

– Quiero decir…, ¿puedo unirme a vosotras? Acabo de enterarme de la cosa más absurda respecto a Stefan Salvatore.

– Siéntate -indicó Elena con deferencia-. Pero -añadió untando mantequilla en un panecillo- no estamos realmente interesadas en la noticia.

– ¿Vosotras no…? -Francés se la quedó mirando fijamente; miró a Meredith, luego a Bonnie-. Vosotras, chicas, estáis de broma, ¿verdad?

– En absoluto. -Meredith ensartó una judía verde y la observó con suspicacia-. Tenemos otras cosas en la cabeza hoy.

– Exactamente -indicó Bonnie tras un repentino sobresalto-. Stefan es algo pasado, ¿sabes? Ya no interesa. -Se inclinó y se frotó el tobillo.

Francés miró a Elena suplicante.

– Pero pensaba que querías saberlo todo respecto a él.

– Curiosidad -repuso Elena-. Al fin y al cabo es un visitante, y quería darle la bienvenida a Fell's Church. Pero, por supuesto, debo mantenerme fiel a Jean-Claude.

– ¿Jean-Claude?

– Jean-Claude -dijo Meredith, enarcando las cejas y suspirando.

– Jean-Claude -repitió Bonnie animosamente.

Delicadamente, con el pulgar y el índice, Elena sacó una foto de su mochila.

– Aquí está de pie frente a la casita en la que nos alojábamos. Justo después me cortó una flor y dijo… bueno -sonrió misteriosamente-, no debería repetirlo.

Francés contemplaba con atención la foto, que mostraba a un hombre joven, sin camisa, de pie frente a una mata de hibisco y sonriendo con timidez.

– Es mayor que tú, ¿verdad? -dijo con respeto.

– Veintiuno. Por supuesto… -Elena miró por encima del hombro-, mi tía jamás lo aprobaría, de modo que se lo estamos ocultando hasta que me gradúe. Tenemos que escribirnos en secreto.

– Qué romántico… -musitó Francés-. No se lo diré a nadie, lo prometo. Pero respecto a Stefan…

Elena le dedicó una sonrisa de superioridad.

– Si tengo que comer comida europea -dijo-, prefiero la francesa a la italiana siempre. -Volvió la cabeza hacia Meredith-. ¿No te parece?

– Mm… mmm. Siempre. -Meredith y Elena se sonrieron la una a la otra con complicidad, luego se volvieron hacia Francés-. ¿No estás de acuerdo?

– Pues sí -respondió ella apresuradamente-. Yo también. Siempre.

Sonrió de manera cómplice ella también y asintió varias veces mientras se levantaba y marchaba.

Cuando desapareció, Bonnie dijo lastimera:

– Esto va a matarme. Elena, me moriré si no me entero del chismorreo.

– Ah, ¿eso? Yo puedo contártelo -respondió Elena con calma-. Iba a decir que existe un rumor por ahí de que Stefan es un agente de la brigada de estupefacientes.

– ¿Un qué? -Bonnie la miró fijamente, y luego prorrumpió en carcajadas-. Pero eso es ridículo. ¿Qué agente de estupefacientes en todo el mundo se vestiría así y llevaría gafas oscuras? Quiero decir, ha hecho todo lo que puede para atraer la atención sobre él… -Su voz se apagó, y sus ojos castaños se abrieron más-. Pero entonces, ése puede ser el motivo de que lo haga. ¿Quién sospecharía jamás de alguien tan obvio? Y vive solo, y es terriblemente reservado… ¡Elena! ¿Y si es cierto?

– No lo es -dijo Meredith.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque yo soy quien lo inventó. -Al ver la expresión de Bonnie, sonrió de oreja a oreja y añadió-: Elena me dijo que lo hiciera.

– Ahhh. -Bonnie dirigió una mirada de admiración a Elena-. Eres perversa. ¿Puedo decir a la gente que tiene una enfermedad terminal?

– No, no puedes. No quiero a una ristra de Florences Nightingale haciendo cola para sostenerle la mano. Pero puedes contar a la gente lo que quieras sobre Jean-Claude.

Bonnie tomó la fotografía.

– ¿Quién era realmente?

– El jardinero. Estaba loco por esas matas de hibiscos. También estaba casado y con dos hijos.

– Una lástima -comentó Bonnie en tono serio-. Y tú le dijiste a Francés que no le hablara a nadie de él…

– Exacto. -Elena consultó su reloj-. Lo que significa que sobre las, ah, digamos dos en punto, debería saberlo toda la escuela.

Tras las clases, las muchachas fueron a casa de Bonnie. Las recibieron en la puerta principal unos ladridos agudos, y cuando Bonnie abrió la puerta, un pequinés muy viejo y gordo intentó escapar. Se llamaba Yangtzé, y estaba tan malcriado que nadie excepto la madre de Bonnie lo soportaba. Mordisqueó el tobillo de Elena cuando ésta pasó por su lado.

La sala de estar estaba oscura y abarrotada, con grandes cantidades de mobiliario recargado y cortinas gruesas en las ventanas. La hermana de Bonnie, Mary, estaba allí, quitándose las horquillas que sujetaban una cofia a sus ondulados cabellos rojos. Tenía sólo dos años más que Bonnie y trabajaba en el dispensario de Fell's Church.

– Ah, Bonnie -saludó-, me alegro de que estés de vuelta. Hola, Elena, Meredith.

Elena y Meredith dijeron «hola».

– ¿Qué sucede? Pareces cansada -dijo Bonnie.

Mary dejó caer la cofia sobre la mesa de centro. En lugar de responder, fue ella quien hizo una pregunta.

– Anoche, cuando llegaste a casa tan alterada, ¿dónde dijiste que habíais estado?

– Allá en el… Sólo allá abajo, junto al puente Wickery.

– Eso es lo que pensé. -Mary aspiró con fuerza-. Ahora escúchame, Bonnie McCullough. No vuelvas a ir allí, y especialmente sola y de noche. ¿Comprendido?

– Pero ¿por qué no? -inquirió Bonnie, absolutamente desconcertada.

– Porque anoche atacaron a alguien allí, ése es el porqué no. ¿Y sabes dónde lo encontraron? Justo en la orilla debajo del puente Wickery.

Elena y Meredith se le quedaron mirando con incredulidad, y Bonnie agarró con fuerza el brazo de Elena.

– ¿Atacaron a alguien debajo del puente? Pero ¿quién era? ¿Qué sucedió?

– No lo sé. Esta mañana uno de los trabajadores del cementerio lo descubrió allí tendido. Supongo que era alguna persona sin hogar y que probablemente iba a dormir bajo el puente cuando la atacaron. Pero estaba medio muerto cuando la trajeron y no ha recuperado el conocimiento aún. Podría morir.

– ¿Qué quieres decir con atacado? -inquirió Elena, tragando saliva.

– Quiero decir -respondió Mary con claridad- que casi le habían desgarrado totalmente la garganta. Perdió una increíble cantidad de sangre. Al principio pensaron que podría haber sido un animal, pero ahora el doctor Lowen dice que fue una persona. Y la policía cree que quienquiera que lo hiciese podría ocultarse en el cementerio. -Mary miró a cada una de ellas por turno, con la boca convertida en una línea recta-. De modo que si estuvisteis allí junto al puente… o en el cementerio, Elena Gilbert…, entonces esa persona podría haber estado allí con vosotras. ¿Entendido?