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– Quizá no sea tan mala cosa después de todo -dijo con calma-. Me refiero a que no has pensado en otra cosa que no fuera él durante semanas. Casi un mes. Y así tal vez sea para bien, y tú puedas dedicarte a otras cosas ahora, en lugar de…, bueno, perseguirle.

«¿También tú, Bruto?», pensó Elena.

– Muchas gracias por tu apoyo -dijo en voz alta.

– Vamos, Elena, no seas así -intervino Meredith-. No intenta herirte, sólo piensa que…

– Y supongo que tú también lo piensas. Bueno, eso es estupendo. Sencillamente saldré y me buscaré otras cosas a las que dedicarme. Como otras mejores amigas.

Las dejó a ambas contemplándola atónitas mientras se alejaba.

Fuera, se arrojó al remolino de color y música. Se mostró más radiante de lo que había estado nunca en ningún baile. Bailó con todo el mundo, riendo en una voz demasiado alta, coqueteando con todos los chicos que se cruzaban en su camino.

La llamaron para que subiera y la coronaran, y permaneció de pie sobre el escenario, contemplando a las figuras multicolores del suelo. Alguien le entregó unas flores; alguien colocó una diadema en su cabeza. Sonaron aplausos. Todo transcurrió como en un sueño.

Coqueteó con Tyler porque era quien estaba más cerca cuando descendió del escenario. Luego recordó lo que él y Dick le habían hecho a Stefan y extrajo una de las rosas del ramo y se la dio. Matt observaba desde la barrera, con los labios apretados. La olvidada acompañante de Tyler estaba casi hecha un mar de lágrimas.

Elena olió alcohol mezclado con menta en el aliento de Tyler, y vio que el muchacho tenía el rostro colorado. Sus amigos la rodeaban, una pandilla que chillaba y reía a carcajadas, y vio que Dick vertía algo de una bolsa de papel marrón en su vaso de ponche.

Nunca antes había estado con aquel grupo, y éste la recibió con una calurosa acogida, admirándola, los muchachos disputándose su atención. Los chistes volaban de un lado a otro, y Elena reía incluso cuando no tenían sentido. El brazo de Tyler le rodeó la cintura, y ella se limitó a reír aún más. Con el rabillo del ojo vio que Matt meneaba la cabeza y se alejaba. Las chicas empezaban a mostrarse estridentes, los muchachos alborotadores. Tyler le besuqueaba el cuello.

– Tengo una idea -anunció éste al grupo, abrazando a Elena con más fuerza contra él-. Vayamos a algún lugar más divertido.

Alguien chilló:

– ¿Adonde, Tyler? ¿A casa de tu padre?

Tyler sonreía de oreja a oreja, una sonrisa borracha y temeraria.

– No, me refiero a alguna parte donde podamos dejar nuestra marca. Como el cementerio.

Las chicas lanzaron grititos, los chicos se dieron codazos entre sí y fingidos puñetazos.

La acompañante de Tyler seguía allí de pie, fuera del círculo.

– Tyler, eso es una locura -dijo con voz aguda y débil-. Ya sabes lo que le sucedió a aquel viejo. No iré allí.

– Estupendo, entonces quédate aquí. -Tyler sacó unas llaves del bolsillo y las agitó frente al resto de la pandilla-. ¿Quién no tiene miedo? -preguntó.

– Eh, yo estoy dispuesto a ir -dijo Dick, y se escuchó un coro de aprobación.

– Yo, también -dijo Elena con voz clara y desafiante.

Dedicó una sonrisa a Tyler, y éste prácticamente la cogió en volandas.

Y acto seguido ella y Tyler conducían ya a un ruidoso y alborotador grupo a la zona de aparcamiento, donde todos se amontonaron en coches. Y luego Tyler bajó la capota de su descapotable y ella se introdujo en el coche, con Dick y una chica llamada Vickie Bennett apretujándose en el asiento trasero.

– ¡Elena! -gritó alguien, muy lejos, desde la entrada iluminada de la escuela.

– Conduce -le dijo a Tyler quitándose la diadema, y el motor se puso en marcha.

Arrancaron dejando las marcas de los neumáticos en el suelo del aparcamiento, y el frío viento nocturno azotó el rostro de Elena.

Capítulo 7

Bonnie estaba en la pista de baile con los ojos cerrados, dejando que la música fluyera a través de ella. Cuando los abrió un instante, Meredith le hacía señas desde un lateral. Bonnie alzó la barbilla con rebeldía, pero puesto que las señas de Meredith se hacían más insistentes, alzó los ojos hacia Raymond y obedeció. Raymond la acompañó.

Matt y Ed estaban detrás de Meredith. Matt tenía el entrecejo fruncido. Ed aparecía incómodo.

– Elena acaba de irse -dijo Meredith.

– Es un país libre -repuso Bonnie.

– Se fue con Tyler Smallwood -indicó Meredith-. Matt, ¿estás seguro de no haber oído adonde iban?

Matt negó con la cabeza.

– Se merece lo que le suceda…, pero también es culpa mía -dijo con voz sombría-. Deberíamos ir tras ella.

– ¿Abandonar el baile? -exclamó Bonnie, y miró a Meredith, que articuló las palabras «lo prometiste»-. No me lo puedo creer -masculló con ferocidad.

– No sé cómo la encontraremos -observó Meredith-, pero tenemos que intentarlo. -Luego añadió, con una voz extrañamente titubeante-. Bonnie, tú no tendrás una idea de dónde está, ¿verdad?

– ¿Qué? No, claro que no. He estado bailando. ¿Habéis oído hablar de eso, verdad, lo que uno hace en un baile?

– Tú y Ray quedaos aquí -le dijo Matt a Ed-. Si regresa, decidle que hemos ido a buscarla.

– Y si vamos a hacerlo, será mejor salir ahora -terció Bonnie de mala gana.

Dio media vuelta y chocó inmediatamente con una americana oscura.

– Vaya, perdona -dijo bruscamente, alzando los ojos y encontrándose con Stefan Salvatore.

El muchacho no dijo nada mientras ella, Meredith y Matt se dirigían hacia la puerta, dejando a unos Raymond y Ed de aspecto desdichado tras ellos.

Las estrellas se veían lejanas y brillantes como el hielo en el cielo sin nubes. Elena se sentía justo igual que ellas. Una parte de ella gritaba y reía con Dick, Vickie y Tyler por encima del rugido del viento, pero otra parte observaba desde lejos.

Tyler aparcó a mitad de camino de la cima de la colina que conducía a la iglesia en ruinas, dejando las luces encendidas cuando descendieron del coche. Aunque había varios coches detrás de ellos cuando abandonaron la escuela, parecían ser los únicos que habían conseguido recorrer todo el trayecto hasta el cementerio.

Tyler abrió el maletero y sacó un paquete de seis cervezas.

– Más para nosotros.

Ofreció una cerveza a Elena, que negó con la cabeza, intentando no hacer caso de la sensación de náusea que notaba en la boca del estómago. Sentía que era un error estar allí…, pero en modo alguno iba a reconocerlo ahora.

Ascendieron por la senda de losas, con las muchachas tambaleándose en sus zapatos de tacón alto y apoyándose en los muchachos. Cuando llegaron a lo alto, Elena lanzó una exclamación ahogada y Vickie profirió un gritito.

Algo enorme y rojo flotaba justo por encima del horizonte. Elena tardó un momento en comprender que en realidad era la luna. Era tan grande e irreal como una pieza de utilería en una película de ciencia ficción, y su masa hinchada brillaba pálidamente con una luz malsana.

– Como una enorme calabaza podrida -dijo Tyler, y le lanzó una piedra.

Elena se obligó a dedicarle una sonrisa radiante.

– ¿Por qué no vamos adentro? -sugirió Vickie, indicando con una mano blanca el agujero vacío que era la entrada de la iglesia.

La mayor parte del tejado se había desplomado al interior, aunque el campanario seguía intacto; una torre que se alargaba hacia el cielo muy por encima de ellos. Tres de las paredes seguían en pie, pero la cuarta llegaba sólo a la altura de la rodilla. Había montones de cascotes por todas partes.

Una luz llameó junto a la mejilla de Elena, y ésta se dio la vuelta, sobresaltada, encontrándose con Tyler que sostenía un encendedor. El muchacho sonrió de oreja a oreja, mostrando unos fuertes dientes blancos, y dijo:

– ¿Quieres usar mi encendedor?