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La carcajada de Elena fue la más sonora, para ocultar su desasosiego. Tomó el encendedor, usándolo para iluminar el sepulcro que había en el lateral de la iglesia. No se parecía a ninguna otra tumba del cementerio, aunque su padre decía haber visto cosas parecidas en Inglaterra. Parecía una enorme caja de piedra, lo bastante grande para dos personas, con dos estatuas de mármol descansando sobre la tapa.

– Thomas Keeping Fell y Honoria Fell -dijo Tyler con un gesto grandilocuente, como si los presentara-. Supuestamente, el viejo Thomas fundó Fell's Church. Aunque en realidad los Smallwood también estaban ahí por aquella época. El tatarabuelo de mi bisabuelo vivía en el valle junto a Drowning Creek…

– … hasta que se lo comieron los lobos -intervino Dick, y echó la cabeza hacia atrás imitando a un lobo. Luego eructó y Vickie lanzó una risita nerviosa. Una expresión de enojo cruzó las apuestas facciones de Tyler, pero forzó una sonrisa.

– Thomas y Honoria están más bien pálidos -dijo Vickie, todavía riendo nerviosamente-, creo que lo que necesitan es un poco de color.

Sacó un pintalabios de su monedero y empezó a cubrir la boca de mármol de la estatua de la mujer de ceroso color escarlata. Elena sintió un nuevo ataque de náuseas. De niña siempre se había sentido intimidada por la dama y el hombre de aspecto serio que yacían con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre sus pechos. Y después de que sus padres murieran, los había imaginado tendidos uno al lado del otro de aquel modo en el cementerio. Pero sostuvo el encendedor mientras la otra muchacha usaba el pintalabios para colocar un bigote y una nariz de payaso a Thomas Fell.

Tyler los contemplaba.

– Oíd, ahí los tenéis tan elegantes y sin un lugar al que ir. -Colocó las manos sobre el borde de la tapa de piedra, intentando moverla lateralmente-. ¿Qué dices tú, Dick? ¿Quieres sacarlos a dar una vuelta nocturna por la ciudad? ¿Digamos, justo por el centro de la ciudad?

«No», pensó Elena, horrorizada, mientras Dick lanzaba una carcajada y Vickie una serie de risotadas. Pero Dick estaba ya junto a Tyler, apuntalándose y preparándose, con las palmas de las manos sobre la tapa de piedra.

– A la de tres -dijo Tyler, y contó-: Uno, dos, tres.

Los ojos de Elena estaban clavados en el horrible rostro de payaso de Thomas Fell mientras los muchachos empujaban al frente y gruñían, con los músculos a punto de estallar bajo la ropa. No consiguieron mover la tapa ni un centímetro.

– La maldita cosa debe de estar sujeta de algún modo -dijo Tyler con enojo, apartándose.

Elena sintió que se le doblaban las piernas de alivio. Intentando parecer indiferente, se apoyó en la tapa de piedra de la tumba para sostenerse… Y entonces fue cuando sucedió.

Escuchó un chirriar de piedra y notó que la tapa se movía bajo su mano izquierda al instante. Se alejaba de ella, haciéndole perder el equilibrio. El encendedor salió volando, y ella gritó y volvió a gritar, intentando mantenerse en pie. Caía a la tumba abierta, y un viento helado rugía a su alrededor. En sus oídos sonaron chillidos.

Y entonces se encontró fuera y la luz de la luna brillaba lo suficiente para que pudiera ver a los demás. Tyler la sujetaba. Miró a su alrededor enloquecida.

– ¿Estás chiflada? ¿Qué ha sucedido? -Tyler empezó a zarandearla.

– ¡Se ha movido! ¡La tapa se ha movido! Se ha deslizado a un lado y… no sé… casi caigo dentro. Hacía frío…

Los muchachos se echaron a reír.

– A la pobre criatura le dio el tembleque -dijo Tyler-. Vamos, amigo Dick, lo comprobaremos.

– Tyler, no…

Pero entraron de todos modos. Vickie se quedó en la entrada, mientras Elena temblaba. Al poco, Tyler le hizo señas desde la puerta para que se acercara.

– Mira -dijo cuando ella volvió a entrar a regañadientes; el muchacho había recuperado el encendedor y lo sostuvo por encima del pecho de mármol de Thomas Fell-. Todavía encaja, está aquí la mar de quietecita. ¿Lo ves?

Elena contempló con asombro la perfecta alineación de tapa y sepulcro.

– Se ha movido. He estado a punto de caer dentro…

– Desde luego, lo que tu digas, nena.

Tyler la rodeó con sus brazos, sujetándola contra él de espaldas. Elena miró más allá y vio a Dick y a Vickie en una posición muy parecida, sólo que Vickie, con los ojos cerrados, parecía estar disfrutando. Tyler restregó el poderoso mentón por sus cabellos.

– Me gustaría regresar al baile ahora -dijo ella en tono categórico.

Hubo una pausa en la fricción. Luego Tyler suspiró y dijo:

– Claro, nena. -Miró a Dick y a Vickie-. ¿Y vosotros dos?

Dick sonrió ampliamente.

– Nos quedaremos aquí un ratito.

Vickie lanzó una risita con los ojos todavía cerrados.

– De acuerdo.

Elena se preguntó cómo regresarían, pero permitió que Tyler la condujera afuera. Una vez en el exterior, no obstante, el muchacho se detuvo.

– No puedo dejarte marchar sin que eches un vistazo a la lápida de mi abuelo -dijo-. Anda, vamos, Elena -insistió cuando ella empezó a protestar-, no hieras mis sentimientos. Tienes que verla, es el orgullo y la alegría de la familia.

Elena se obligó a sonreír, aunque sentía el estómago helado. A lo mejor, si le seguía la corriente, la sacaría de aquel lugar.

– De acuerdo -dijo, y empezó a andar hacia el cementerio.

– Por ahí no. Es por aquí.

Y al minuto siguiente la conducía hacia abajo en dirección al viejo cementerio.

– No pasa nada, de verdad, no está lejos del sendero. Mira, ahí, ¿ves? -e indicó algo que brillaba a la luz de la luna.

Elena lanzó una exclamación, sintiendo el corazón en un puño. Parecía una persona allí de pie, un gigante con una cabeza redonda y calva. Y no le gustaba estar allí en absoluto, entre las desgastadas e inclinadas lápidas de granito de siglos pasados. La brillante luz de la luna proyectaba sombras extrañas, y había charcos de oscuridad impenetrable por todas partes.

– No es más que la bola de la parte superior. Nada de lo que tener miedo -dijo Tyler, arrastrándola con él fuera del sendero y hacia la brillante lápida.

Estaba hecha de mármol rojo, y la enorme esfera que la coronaba le recordó a Elena la abotargada luna del horizonte; una luna que en aquellos momentos brillaba sobre ellos, tan blanca como las manos de Thomas Fell. Elena no pudo contener sus escalofríos.

– La pobre nena tiene frío. Tendremos que calentarla -dijo Tyler.

Elena intentó apartarle, pero él era demasiado fuerte y la rodeó con los brazos, atrayéndola hacia sí.

– Tyler, quiero irme; quiero irme ahora mismo…

– Claro, nena, nos iremos -dijo él-. Pero primero tenemos que calentarte. ¡Caramba, estás helada!

– Tyler, para -instó ella.

Los brazos del muchacho a su alrededor habían sido simplemente molestos, limitando sus movimientos, pero en aquel momento, con una sensación de sobresalto, sintió sus manos en su cuerpo, tanteando en busca de carne desnuda.

Elena no había estado nunca en su vida en una situación como aquélla, muy lejos de cualquier ayuda. Dirigió un afilado tacón al empeine del chico, pero él lo esquivó.

– Tyler, quítame las manos de encima.

– Vamos, Elena, no seas así, sólo quiero calentarte todo el cuerpo…

– Tyler, suéltame -le espetó con voz ahogada.

Intentó desasirse de él. Tyler dio un traspié, y entonces todo su peso cayó sobre ella, aplastándola contra la maraña de hiedra y maleza del suelo. Elena estaba desesperada.

– Te mataré, Tyler. Lo digo en serio. Sal de encima.

De manera patosa y descoordinada, Tyler intentó echarse a un lado, riendo estúpidamente.

– ¡Ah!, vamos, Elena, no seas tonta. Sólo te estaba calentando. Elena la princesa de hielo, calentándose… Estás más caliente ahora, ¿verdad?

Entonces Elena sintió su boca caliente y húmeda sobre el rostro. Seguía inmovilizada por él, y sus empalagosos besos descendían por su garganta. Oyó ropa que se desgarraba.